El Halloween de Trump
Llegadas las fechas, hay quienes invariablemente critican en forma ácida a todos aquellos que osan celebrar tradiciones consideradas como ajenas por tener su origen en el extranjero, sin reparar en el hecho de que prácticamente todas las “propias” son en realidad una mixtura de usanzas derivadas de diferentes culturas. De origen Celta, el Halloween es la celebración de la víspera del día de todos los santos. Entonces se creía que, durante esa noche, los espíritus de los antepasados muertos caminaban entre los vivos. Se dice que esta popular costumbre llegó a los Estados Unidos por ahí de 1840 y desde el vecino país se exportó al mundo empaquetada en culto a la mercadotecnia. En lo particular, me resulta divertida la parafernalia distintiva de la época. Las máscaras y disfraces; las calabazas y velas; el maratón de películas de terror que, con diferentes títulos, presentan siempre a un extraño personaje que se dedica a perseguir a jóvenes de hormonas alteradas que se han internado en el bosque por alguna razón generalmente desconocida. El resultado de estos filmes es de todos conocido: inverosímiles situaciones, creativas formas de acabar con la vida del prójimo y sangre, mucha sangre. En realidad, nunca fui proclive al género del cine de terror, pero los especiales de la “Casita del Horror” de “Los Simpson” son, para mí, imperdibles. De lo que se trata es de generar el ambiente en el que los seres humanos podamos reírnos de nuestros propios temores. Sin embargo, las terroríficas noches del “dulce o truco” no siempre suelen ser divertidas.
El Halloween le llegó por adelantado al magnate convertido en presidente, Donald Trump. Los monstruos que en silencio acechaban bajo su cama empiezan a materializarse. Los fantasmas de las promesas incumplidas emergen de entre las sombras para mostrar a nuestros norteños vecinos la cruel realidad. En una semana para olvidarse, al anaranjado personaje le ha llovido sobre mojado. Paul Manafort, quien se desempeñara como jefe de la campaña del neoyorkino, ahora mismo se encuentra en prisión domiciliaria, acusado junto con su socio, un tipo de nombre Rick Gates, nada más y nada menos que de lavado de dinero, conspiración, evasión fiscal y otros nueve delitos. A ambos les fueron fijadas millonarias fianzas para evitar que evadan la justicia. Como era de esperarse (vía Twitter), el presidente Trump pintó su rayita con los detenidos y argumentó que los delitos que les imputan a sus “compadres” fueron cometidos con anterioridad al inicio de su campaña, y que para él son como Tomás: puros y blancos. Para acabarla de amolar, George Papadopoulos (otro cercano al güero), ante la presión prefirió “cantar” cual avecilla canora y se declaró culpable de haber tenido contacto con autoridades rusas para negociar la obtención de información privilegiada, destinada a usarse contra la entonces candidata demócrata Hillary Clinton. La noticia puso a temblar a Washington y se convirtió en un elemento más para confirmar la intromisión del Kremlin en la campaña presidencial estadounidense.
Apenas hace algunos días, The Wall Street Journal y la NBC publicaron la última encuesta en la que se muestra que la popularidad de Trump entre sus compatriotas va en caída libre. De acuerdo al referido estudio, más del 60 por ciento de los norteamericanos reprueban por completo la gestión de su Presidente. Se estima que los negativos del magnate aumentarán conforme avance su cuestionada administración.
Aquí en confianza, el panorama se ensombrece cada vez más para la Casa Blanca. A tres meses de completar su primer año al frente del Gobierno, el excéntrico republicano tropieza recurrentemente ante sus propios yerros. La justicia del Tío Sam ha posado su vista entre quienes formaron parte del primer equipo de Trump en la contienda por la principal silla de la oficina oval. Nadie sabe a ciencia cierta en qué parará este nuevo drama político, ni los costos que acarreará al ya de por sí menguado mandatario norteamericano, pero el “salpicadero” parece estar anunciado. Por lo pronto, ante la incertidumbre, el güero, algunos miembros de su gabinete y los colaboradores cercanos bien podrían aplicar la frase pronunciada en la famosa película de horror psicológico “El Proyecto de la Bruja de Blair”, estrenada en 1999: “tengo miedo de cerrar mis ojos; tengo miedo de abrirlos”. Muy para la época. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion
FRANCISCO RIVAS
> Oídos sordos
CATALINA PÉREZ CORREA
> El desmantelamiento de las instituciones
ALBERTO AZIZ NASSIF
> Maldad e incompetencia Todos los días la lechera iba al mercado con su cántaro. Y todos los días el cántaro se le quebraba. Eso regocijaba mucho al fabulista, pues diariamente podía escribir una fábula moral acerca de los ilusos y soñadores.
El fabulista escribió que la lechera quería vender la leche para comprar gallinas que le darían pollos que vendería para comprar una ternera que le daría vacas que vendería para comprar una casa y así poder hallar marido. La verdad es que la lechera no pensaba nada de eso. Rompía su cántaro de adrede, porque el vendedor de cántaros era joven y apuesto, a más de estar bien acomodado.
A fuerza de verla cada día el cantarero se enamoró de la lechera y se casó con ella.
Las mujeres son más inteligentes que los hombres. Y más, mucho más inteligentes que los fabulistas. ¡Hasta mañana!...