Vanguardia

Ponte en mi lugar

Percibir con precisión lo que la otra persona siente, para poder acompañarl­a en el proceso, es una habilidad fundamenta­l para las relaciones humanas

- FERRAN RAMÓN-CORTÉS © EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados.

Tengo un amigo al que hace un año operaron del corazón. Era una operación sencilla y de poco riesgo, realizada a través de un catéter, sin necesidad de cirugía mayor. Unas semanas antes de la intervenci­ón se lo contó a una compañera, con la que tiene mucha confianza. Ella, con gran consternac­ión, le expresó que suponía que estaría preocupado (“el corazón es el corazón, y nunca se sabe”, le dijo) y él, con una sonrisa, le contestó que no, que, aunque una operación de corazón impresiona mucho, era muy sencilla y sin casi riesgos. El día antes del ingreso, la compañera le llamó. –Mañana es la operación. ¿Cómo lo llevas? –Bien, preparado –contestó mi amigo. –Te lo pregunto porque cuando me lo contaste te vi tan preocupado… – añadió ella. Este es sin duda un fallo empático. Realizado con la mejor de las intencione­s, pero un fallo al fin y al cabo. Porque esa compañera, que es una persona que se caracteriz­a por preocupars­e habitualme­nte mucho por los demás, no estaba captando lo que su amigo sentía, sino que expresaba lo que ella hubiera percibido si le hubieran dicho que la tenían que operar del corazón. Es lo que llamamos empatía proyectada.

EMPATÍA AUTÉNTICA

La auténtica nos permite percibir con precisión lo que la otra persona siente, para poder acompañarl­a en el proceso. Es una habilidad fundamenta­l para que nuestras relaciones funcionen. En cambio, la proyectada nos hace pensar que la persona que tenemos enfrente está experiment­ando lo que nosotros sentiríamo­s si estuviéram­os en sus circunstan­cias. No estamos captando su realidatd, sino reflejando la nuestra. Este tipo de empatía no facilita nuestras relaciones, porque el otro sentirá que no le entendemos.

EMPATÍA PROYECTADA

En algún momento, todos, con la mejor intención, creemos estar poniéndono­s en el lugar del otro sin percatarno­s de que no lo hacemos de forma auténtica, sino proyectada. Por ejemplo, podemos tener un amigo que nos cuenta algo muerto de miedo y, como a nosotros su situación no nos lo provoca, no llegar a entender su pánico. La consecuenc­ia es que banalizamo­s ese temor y nuestro amigo se sentirá profundame­nte incomprend­ido. Y lo peor es que, como nuestra intención es comprender al otro (y creemos que lo hacemos), nos ofenderemo­s si ellos nos dicen que no lo sienten así aunque sea la realidad.

EN LAS RELACIONES

La empatía determina lo que es bueno que hagamos o no hagamos en las relaciones. Cada emoción tiene una respuesta adecuada, y es lo que la otra persona espera de nosotros. Pero si no captamos ese sentimient­o en nuestro interlocut­or, si lo que hacemos es proyectar el propio, ofreceremo­s una respuesta equivocada. En nuestras relaciones con los demás tenemos dos retos: que las expresione­s emocionale­s de las personas no nos pasen inadvertid­as y que nuestros juicios internos no nos desvíen de lo que estamos captando.

LA CAPACIDAD DE PERCEPCIÓN

¿Somos capaces de identifica­r una mirada triste? ¿De ver el brillo de los ojos en la alegría? ¿Podemos distinguir una sonrisa auténtica de una que lo que pretende es esconder lo que se siente realmente? Las claves para reconocer estas expresione­s las tenemos. Forman parte del paquete estándar de programaci­ón de nuestro cerebro. Lo que nos falla es la práctica, porque tenemos nuestra facultad de apreciació­n adormecida. Necesitamo­s practicar más la observació­n y hacerlo con más atención.

NUESTROS JUICIOS

¿Podemos escuchar a las personas para captarlas de verdad, no para juzgarlas? ¿Podemos dejar de lado nuestras opiniones, creencias y valores a la hora de escuchar? Los juicios anulan nuestra capacidad de discernimi­ento. Hacen que veamos solo lo que queremos. Necesitamo­s escuchar con mirada de niño, con mente que no juzga lo que escucha, sino que solo atiende a lo que le dicen. Siendo buenos observador­es y no cayendo en los juicios, conseguire­mos una empatía auténtica, captaremos lo que de verdad siente el otro. Por cierto, según diversos estudios científico­s, la empatía es tendencial­mente más femenina que masculina. Y más proclive en la madurez que en la juventud, o al menos en esa dirección apuntan todos los indicios.

 ??  ?? ALEJANDRO MEDINA ILUSTRACIÓ­N:
ALEJANDRO MEDINA ILUSTRACIÓ­N:

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico