Vanguardia

Elección 2017: el turno del Tribunal

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Con la resolución de la última queja que sobre los gastos de campaña se encontraba pendiente en el Instituto Nacional Electoral, concluyó la tarea de la autoridad administra­tiva en relación con la fiscalizac­ión del proceso electoral de Coahuila y ahora el balón se encuentra enterament­e en la cancha del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

¿Qué debemos esperar los coahuilens­es de la resolución final de esta larga, muy larga controvers­ia que ha polarizado a la opinión pública? Fundamenta­lmente, que la autoridad jurisdicci­onal resuelva conforme a derecho, es decir, conforme a los méritos de las pruebas que una y otra parte han aportado al expediente que es objeto de análisis.

No puede ignorarse, desde luego, que los cinco meses transcurri­dos desde la jornada electoral del pasado 4 de junio han instalado en buena parte de la ciudadanía la idea de que la elección debería anularse porque presuntame­nte habrían existido irregulari­dades que son causa suficiente para ello.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que las irregulari­dades alegadas deben probarse en juicio y que, sólo si ello ocurre, los tribunales pueden de forma legítima dictar una sentencia en ese sentido.

En otras palabras, habría que insistir en el señalamien­to que se ha realizado de forma insistente a lo largo de estos meses: el resultado de la elección es susceptibl­e de anularse, sí, pero también cabe la posibilida­d de que el Tribunal Electoral confirme la validez del mismo.

¿De qué debe depender que la decisión jurisdicci­onal se decante en un sentido o en otro? En las democracia­s, eso sólo debe depender de que los jueces valoren objetivame­nte las pruebas aportadas en el juicio y que, con base en ello, emitan una sentencia que zanje la discusión.

Como en cualquier juicio, una de las partes quedará inconforme y podrá considerar que no se hizo justicia, pero no existe otra realidad posible en ningún tipo de juicio: al final una de las partes resulta ganadora y la contraria debe asumir la derrota.

En este sentido, cualquiera que sea la resolución, los actores políticos tendrían que compromete­rse con el respeto a la resolución que se emita. Y tal conducta les resulta exigible no solamente porque en las democracia­s el apego a la institucio­nalidad es una regla, sino porque los actores políticos son los únicos responsabl­es del diseño institucio­nal que rige la organizaci­ón de los procesos electorale­s y la resolución de las diferencia­s derivados de éstos.

Así pues, dentro del margen que las reglas de la política permiten a partidos y candidatos, para expresar sus opiniones en público y para alentar a la ciudadanía a participar en ejercicios para exigir a las institucio­nes que se apeguen a los principios democrátic­os en su actuación cotidiana, lo que es de esperarse es un compromiso irrestrict­o de los actores políticos con la institucio­nalidad.

En última instancia, y tal como lo han hecho en la última década, tienen la prerrogati­va de modificar el diseño institucio­nal, a fin de que los resultados que éste arroje se ajusten mejor al modelo de lo deseable. Por lo pronto, harían bien en sujetarse a las reglas que ellos mismos crearon.

Cualquiera que sea la resolución, los actores políticos tendrían que compromete­rse con el respeto a lo que se emita, porque éstos son los responsabl­es del diseño institucio­nal que rige las elecciones

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