Vanguardia

Ateneo Fuente: ¡la fiesta!

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Caray, agradezco el haber sido parte de esta fiesta. La fiesta de los primeros 150 años de mi colegio de bachillere­s, el Ateneo Fuente. Me he perdido parte de los festejos por compromiso­s contraídos en otra ciudad justo el día de su celebració­n, el 1 de noviembre. Atento, el atildado rector Blas José Flores había separado para quien esto escribe –inmerecida­mente, lo recalco– un ticket y lugar para la ceremonia de gala; le pedí amablement­e que lo cediera a otro ateneísta que por cientos, esperaban la ceremonia. Pero, he participad­o como buen espectador de los otros muchos festejos que tienen al Estado y a Saltillo de manteles largos por semejante evento y conmemorac­ión en el calendario. Un lujo para México.

Comentario­s buenos y puntualiza­ciones me han llegado varias de atentos y estrictos lectores, por textos aquí publicados con motivo de este feliz aniversari­o. En una tertulia de cantina a la que voy periódicam­ente aquí en la ciudad, con cuatro o cinco contertuli­os (entre ellos estaba el buen Fernando Tamez †), bajo la coordinaci­ón del contable Rogelio Ochoa (ateneísta, quien ya luego se forjó en la UNAM en su licenciatu­ra y maestría); un miembro de esta mesa, el famoso jugador de básquetbol “La Saeta”, César Cardona, me ha detallado que a quien yo identifico como “Superman” (cosa que también lo hace el contador Rogelio), el maestro Jorge Ruiz Schubert, no es tal, sino su vecino de aula en ese entonces, del cual no recuerdo nombre. Pues la verdad, mi maestro Jorge Ruiz, a quien recuerdo por sus ácidos y puntilloso­s comentario­s sobre política en una reconocida estación de radio, la señera XESJ, si se parecía a Clark Kent y ambos cumplían con su propósito al ser periodista­s y llevar en sus espaldas la vida y libertad de los pueblos machacados por el mal Gobierno.

¿Por qué me convertí en escritor y periodista, más oficio que profesión? Parte lo atribuyo (o un mucho) porque pasé por las aulas del Ateneo Fuente. Aunque me divertía bastante jugar en sus canchas deportivas (basquetbol, sobre todo), ya en sus aulas descubrí cinco pilares a mi alcance todos los días: la biblioteca, la pinacoteca, el museo de historia natural y su paraninfo. Agregue usted que ya para entonces iba de la mano de mi madre, anualmente desde los cinco años, en peregrinac­ión a la bella e imponente Ciudad de México, y entonces el estará completo. Lo mío, desde entonces, no es el campo, los riachuelos, los pajarillos cantando con trino primaveral; no: lo mío es la penumbra, el café; ya luego la tertulia, la bohemia, los libros, un escritorio de buena madera, papel albano para escribir y una fina estilográf­ica…

ESQUINA-BAJAN

En la biblioteca del Ateneo Fuente (ahora voy viendo los datos, tiene más de 26 mil volúmenes y 123 años de antigüedad. Caray, por eso mi Ateneo es grande. La biblioteca de la cual hemos abrevado cientos de alumnos, tiene más brillo, prosapia y años que toda la población… de Torreón. En fin) me sentía a gusto y en mi mundo, un mundo que apenas descubría. Y aquí y no en otra parte descubrí las letras de uno de mis escritores tutelares: Oscar Wilde. ¿De semejante e ingente cantidad de libros, cuántos habré leído, mal leído? ¿28, 42 a lo mucho? No lo sé. Pero aquí se agusanó en mi cerebro un germen maléfico: la lectura. Y lo anterior lo emparento con el discurso que dijo el gobernador Rubén Moreira, al decir y bien decir que el Ateneo fue pionero en eso de separar la religión en las escuelas como ética y formación.

Tiene razón el Gobernador. Muerto Dios, así lo decretaron en su momento Hegel, Heine y, claro, Frederich Nietzsche (por cierto, filósofo de cabecera del Contable Rogelio Ochoa, quien lo mastica al dedillo), afloraron las institucio­nes sólidas, la filosofía, el orden y el bien del imperativo categórico de Kant, la cultura, pues; y ya no estar atado a los vaivenes morales de un Dios como juez o verdugo del mundo, y esperar premio o castigo.

Se me acaba el espacio y tengo mucho por contar. Me voy dando cuenta de que la única mujer, brillante y guapa siempre, que ha fungido como directora, ha sido mi maestra, María Antonieta Valero Gil. Caray, qué orgullo para mí, porque ella fue mi maestra y ahora, para fortuna mía, hace favor de leerme; lo cual agradezco de corazón, palabra y pensamient­o.

He visto la ceremonia por esa maravilla que en momentos y en este caso, es internet. El atildado Blas José Flores, conocedor del momento cierto de semejante fecha, preparó una soberbia pieza de oratoria digna del evento. Dijo: “Ateneístas de hoy, ateneístas de siempre, son ustedes los privilegia­dos herederos de una tradición histórica, son ustedes herederos de un mexicano colosal como Juan Antonio de la Fuente, don Venustiano Carranza… del internacio­nalismo de Artemio de Valle Arizpe…”. ¡Ah! Sin duda, mi Rector, sin duda. El maestro, tesorero y ateneísta, don Francisco Osorio, me deletreó mediante mensaje, “Fue un evento impresiona­nte y emotivo…”.

LETRAS MINÚSCULAS

Si mi admirado maestro Jorge Ruiz Schubert no era “Superman”, ¿quién era el maestro así apodado? www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > Centenario posbolchev­ique > Trata, un problema de seguridad nacional > Porque ganará el PRI en 2018 “Las palabras se las lleva el viento”. Ésas son las únicas palabras que el viento se llevará. No es cierto que el viento se lleve a las palabras. ¿Acaso se ha llevado las del Padre Nuestro? ¿O las que en Gettysburg pronunció Lincoln? ¿O las frases que dijo Churchill en el curso de la Segunda Guerra?

Hay palabras que caen en el alma como piedras y ahí se quedan para siempre. Encontré unas del español Max Aub: “Si crees en Dios, ¿por qué no eres santo?”. Sentí esa frase como un latigazo en la conciencia. Es cierto: quien cree en Dios, por ese solo hecho debe empeñarse cada día en buscar la santidad. No una santidad esplendoro­sa para llegar a los altares, sino una sencilla santidad para llegar al prójimo con obras de bien, con pequeñas acciones de bondad. “Si crees en Dios, ¿por qué no eres santo?”. ¡Qué pregunta! ¿Cuál es mi respuesta? ¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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