Vanguardia

En tiempos de la canica (II)

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Esta señora que vemos en el suelo privada de sentido es la tía Clementina. Acaba de leer en Guadalajar­a la carta que le envió desde Colima el joven médico Eugenio Gómez. En esa carta el doctor le pide a doña Clementina la mano de su sobrina Libradita, con quien desde hace un año sostiene relaciones de noviazgo. Eso no lo sabía la tía Clementina. Lo que sí sabe es que Libradita y Eugenio son medios hermanos. Por eso ha caído al suelo privada de sentido. Ahí la dejamos ayer. Ahí mismo la encontramo­s hoy. -¡Las sales, las sales! -grita Libradita. Acude presurosa una criada con el frasquito de las sales. Se las da a oler la muchacha a doña Clementina y ella vuelve en sí. Se echa a llorar, y un temblor convulsivo la posee.

-¿Qué te sucede, tía? -pregunta con alarma la sobrina.

Ella le muestra la carta. Libradita se alegra mucho, pues ve cercana la fecha de su matrimonio con Eugenio. Pero entonces la tía le revela el terrible secreto: el padre de Libradita, fallecido ya, es padre también de Eugenio, fruto de un amorío de su juventud. Los novios, pues, son medios hermanos. Su matrimonio es imposible.

Entonces es Libradita la que cae al suelo privada de sentido. -¡Las sales, las sales! -grita la tía Clementina. Acude otra vez la criada, presurosa. Se las da a oler la tía a Libradita y ella vuelve en sí. Se echa a llorar, y un temblor convulsivo la posee.

¡Qué desgracia! Libradita ha perdido la razón. Vaga de día y de noche por los aposentos de la casa, vestida con una bata blanca de vaporoso tul que parece vestido de novia. No llora ni dice nada. Camina, camina siempre, con la vista fija en algo que nada más ella ve. De pronto, sin embargo, es poseída por un acceso de locura. Entonces se tira de los cabellos y se araña las hermosas mejillas. La tía Clementina hace llamar al doctor Mendoza López, hipnotista. El sabio médico pone ante los ojos de la extraviada joven una canica de cristal, y eso la sume en un profundo sueño. Misterio grande el de la hipnosis. Yo jamás lo he podido comprender.

¡Pobre de Libradita Barbosa! La sacan a pasear en una carretela, para que le dé el aire y la caliente un poco el sol. La llevan a la preciosa huerta que en las afueras de Guadalajar­a posee la familia Somellera. El verano lo pasa en la hacienda de don Miguel González Hermosillo, amigo de la familia, en cuya finca brota un manantial de aguas curativas. La tía Clementina tiene la esperanza de que esas aguas devuelvan la perdida razón a su sobrina.

Pero ella sigue en aquel vago sueño de locura. De pronto algo la enfurece, y entonces grita, y se da con la cabeza contra la pared. Un día trató de arrojarse por el balcón del segundo piso. Cuando tiene esos arranques la tía Clementina trae la canica de cristal que le dejó el doctor Mendoza López. La pone frente a los ojos de la muchacha, y ella vuelve a la paz.

De Eugenio, el desdichado novio -el desdichado hermano- ya no se supo nada. Unos dicen que se suicidó al conocer la funesta historia de su extraviado amor. Otros dicen que se fue a Europa, y que murió combatiend­o por Francia en la batalla de Verdun. Quién sabe. Yo he contado la historia tal como a mí me la contaron. De lo demás no sé.

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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