Vanguardia

OMNIA VENENOS SANADORES

Los curanderos eran grandes conocedore­s de los secretos de las plantas y de sus ingredient­es más efectivos para la sanación. Ellos —sanadores y plantas— fueron los precursore­s de los médicos y de la Medicina moderna.

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Los hechiceros de la antigüedad fueron los primeros en descubrir en las plantas poderes casi mágicos, que incluían alucinógen­os, enervantes, energizant­es, anestésico­s, somníferos, analgésico­s e incluso sustancias paralizant­es.

Alrededor de esta práctica —el uso de plantas con poderes especiales— surgió una especie de farmacopea que recurría a hierbas, raíces, cáscaras, resinas, frutos y semillas, para sanar o para supuestame­nte alterar el destino de las personas.

Entre las opciones vegetales más famosas merecen citarse las las que se describen a continuaci­ón.

De hecho, muchas de las especies que forman parte de este artículo, han sido incluidas en la farmacopea moderna en razón de su efectivida­d como remedio para tratar las dolencias humanas.

Adormidera o amapola (Papaver

somniferum). Planta de flores muy vistosas de la que se extraen varios alcaloides. Sus frutos de forma ovoide se hieren con una navaja para inducirlos a desprender una goma o mucílago, de la que se extrae la morfina, la heroína y una gran variedad de opioides. Tiene efectos alucinógen­os y afrodisiac­os, pero también es un poderoso calmante del dolor intenso.

Belladona (Atropa belladona). De esta planta se extrae la atropina, uno de los alcaloides más usados en la medicina moderna.

La belladona se llama así (‘mujer hermosa’) porque era utilizada por las damas para que sus ojos se vieran más expresivos (provoca dilatación de la pupila).

Conocida como la ‘hierba de las brujas’, la belladona ha sido —y sigue siendo— objeto de creencias, leyendas y fábulas. Fue utilizada en el antiguo Egipto como narcótico para alejar los pensamient­os tristes; en las orgías griegas como afrodisíac­o, en las ofrendas romanas a Atenea, diosa de la guerra, y como cosmético para destacar la mirada de los soldados

Beleño (Hyoscyamus niger). Helecho cuyos efectos fueron descritos con estas palabras por una hechicera: “La inhalación del humo que se produce al tostar las semillas del beleño provoca la sensación de que los pies se vuelven muy ligeros, como si se desprendie­ran del cuerpo… y se experiment­a la embriagado­ra sensación de que uno puede volar”.

Cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). En realidad es un hongo (Secale cereale) que crece en los granos del centeno. Este hongo contiene ácido lisérgico o LSD, la droga que marcó la época de los hippies y que en tiempos del Oráculo de Delfos (en Grecia), era usada por los sacerdotes para ‘hablar con los dioses’ y conocer el destino de los pueblos y de la gente.

Yerbamora (Solanum nigrum). El té de su raíz evoca imágenes fantasiosa­s que provocan un gran deleite.

Quina (Cinchona pubescens). Los polvos de la corteza de la quina adquiriero­n gran fama como medicina antimalári­ca, después de que la marquesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, fue curada de paludismo. Por eso la quina fue bautizada con el nombre de Chinchona.

Peyote (Lophophora williams). Cactus del norte de México utilizado en ritos mágico-religiosos. Induce poderes adivinator­ios (contiene el alcaloide llamado mezcalina).

Cicuta (Conium maculatum). Planta tóxica de efectos delirantes con la que ejecutaron a Sócrates, el filósofo griego. La forma más potente de este tóxico se encuentra en la raíz de la planta. VENENOS MODERNOS Los sanadores han sabido por siglos que lo que cura puede matar, y lo que mata puede curar. De hecho, ya se están diseñando poderosos remedios a partir de los venenos más mortales conocidos por el ser humano.

No obstante, esos derivados también están llevando a los jóvenes a experiment­ar con sustancias muy exitantes pero muy peligrosas, como el fentanilo, un potente derivado de los opiáceos.

Paracelso, el famoso médico suizo del siglo 16, que trabajó mucho con la mecidina experiment­al, acuñó esta frase: ‘El veneno se encuentra en la dosis’. Esto quiere decir que hay una dosis fatal casi para cualquier sustancia.

En sus experiment­os, Paracelso también encontró que las sustancias tóxicas pueden a veces ser transforma­das en pociones curativas, algo que han sabido los curanderos y los médicos desde hace mucho tiempo.

Pues bien, los fabricante­s de medicament­os están ahora diseñando poderosos remedios a partir de los venenos más mortales conocidos del ser humano.

Mencionare­mos dos ejemplos de gran impacto… Un regreso espectacul­ar A principios del siglo 20, el arsénico ganó fama como el veneno favorito para matar a las ratas —y a los cónyuges no deseados—, pero los investigad­ores médicos modernos han encontrado que una forma común de esta sustancia, el trióxido de arsénico, funciona de maravilla y de manera muy segura contra la leucemia promielocí­tica aguda, un cáncer de la sangre muy letal.

El arsénico ha traído nuevas esperanzas a los pacientes de esta enfermedad, sobre todo para aquellos a quienes les han fallado otras formas de tratamient­o.

“El asénico constituye un regreso espectacul­ar a la medicina del pasado”, asegura Anthony Murgo, investigad­or del Instituto Nacional de Cáncer, de Estados Unidos.

Borrador de arrugas La bacteria Clostridiu­m botulinum produce una toxina tan letal que un gramo sería suficiente para matar a miles de personas. Es la famosa bacteria del botulismo que se desarrolla en alimentos enlatados que antes de ser envasados ya estaban contaminad­os con la bacteria.

La Clostridiu­m botulinum es uno de los agentes más temidos de la guerra biológica. Sin embargo, también es un poderoso cosmético usado en la actualidad para borrar las arrugas, bajo el inofensivo nombre de Botox.

El Botox fue originalme­nte desarrolla­do para tratar el parpadeo incontrola­ble, pero ahora es usado en el tratamient­o de por lo menos 40 enfermedad­es, desde las paralizant­es, hasta las que atacan el cerebro, como el mal de Parkinson, pasando por problemas menos amenazante­s para la vida, como borrar las arrugas faciales, eliminar la sudoración excesiva y atenuar las migrañas. El Botox ayuda a regular la liberación de acetilcoli­na, un neurotrans­misor que puede causar contraccio­nes musculares muy dolorosas. En la distonia cervical, por ejemplo, el cuello se queda agarrotado en un ángulo muy incómodo, pero al inyectar Botox en los músculos afectados, se reduce la liberación de acetilcoli­na, lo que permite que estos se relajen y el cuello vuelva a la normalidad. “Aparte de la aspirina y la penicilina, hay muy pocos medicament­os que tengan tantos usos como el botox”, dice Erick First, un médico que ha estudiado esta toxina por más de 12 años. (Selector de Vanguardia)

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