Vanguardia

Nacimiento­s

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

La piñata que mis nietos rompieron el día de la primera posada tenía la forma de una estrella. Su centro era azul y blanco -son los colores de la Virgen-, pero ostentaba siete picos oscuros: uno morado; rojo el otro; negro el tercero; uno café; amarillo sucio el que le seguía; gris el de al lado; verde opaco el último...

Me pregunté si el que hizo esa piñata es teólogo. Porque he aquí que los siete picos de la piñata representa­n los siete pecados capitales. Cuando quebramos la piñata estamos tratando de destruir lo malo: contra soberbia, un garrotazo de humildad; contra envidia, un golpe de caridad; contra avaricia, un palo de largueza; contra pereza, un trancazo de diligencia; contra gula, un estacazo de templanza; contra ira, un chingazo (con perdón sea dicho) de paciencia; contra lujuria un golpanazo de castidad...

Van cayendo los picos uno a uno, y los pequeños los recogen como recogerán después los pecados que cometemos los mayores. Al final la piñata derrama su tesoro de golosinas, de cacahuates y naranjas, de pedazos de dulce caña y colación. Tal es la Gloria, el premio al vencimient­o del pecado. ¡Ah, si romper el mal fuera tan fácil como romper una piñata!

Este pino de Navidad tiene esferas, y todas las esferas son rojas. La que puso este pino ha de ser una doctora de la Iglesia, como Santa Teresa. Porque las esferas representa­n a la manzana que comieron Adán y Eva, nuestros primeros padres. No dice el Génesis que el fruto prohibido haya sido una manzana, pero los ceñudos exégetas, aun sin conocer las de Arteaga, supieron que ninguna fruta es tan tentadora como la manzana, por el rojo encendido de su piel, la marfilina albura de su carne y sus redondas morbideces de mujer. Concluyero­n entonces que el fruto prohibido fue una manzana. Y concluyero­n bien. Los foquitos en el pino navideño simbolizan la luz de la fe. Junto a las tentacione­s del pecado esplende el fulgor de la gracia. En lo más alto del árbol hay una estrella luminosa. Eso quiere decir que al final triunfará el bien sobre las asechanzas que aguardan a los hombres -y también a las mujeres- en cada esquina de la vida.

Este Nacimiento hecho de musgo, heno y barro tiene pocas figuras porque es de casa pobre. Está el Misterio, con Jesús, José y María, y con ellos el ángel que anunció la llegada del Mesías. Tiene también unos pastores que escuchan el anuncio. Un mensaje no es mensaje sino hasta que alguien lo oye. Por eso debe haber pastores en el Nacimiento: gracias a ellos existe el Evangelio. La buena nueva se forma con quien la da y con quien la recibe. Sin Dios no está completo el hombre, pero sin el Hombre tampoco está completo Dios. En eso consiste el gran misterio de la Encarnació­n.

¿Qué otras figuras tiene el Nacimiento? Hay un ermitaño, y al lado del ermitaño un diablo. No debe sorprender esa vecindad: el mal siempre anda alrededor del bien. A veces el mal destruye al bien, pero si no consigue destruirlo entonces lo perfeccion­a y aquilata.

Observemos la escala de figuras: abajo el ermitaño y el demonio, es decir, el hombre en lucha solitaria contra el mal. Un poco más arriba los pastores, que han escuchado ya el mensaje de la salvación. Luego Dios hecho hombre, con su padre y su madre, familia terrenal. Y, en la cima de todo, el ángel, emblema del triunfo de la gracia y anuncio de la Ciudad de Dios.

Eso quiere decir que nuestra dimensión terrena es el camino para llegar a la dimensión del Cielo. El Nacimiento, entonces, es una lección de teología.

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