Vanguardia

Jesús antes de Cristo

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En textos muy antiguos, se encuentran los registros de un Salvador barbudo y de pelo largo, cuya resurrecci­ón de entre los muertos influyó en generacion­es de seguidores para creer en la vida después de la muerte. Fue llamado “Pastor”, “Rey de Reyes” y “Señor de Señores”, y representa­do en el arte durante miles de años, con la cruz de la vida eterna, emblema que convirtió en el mas venerado y al que se dio el significad­o de “vida” después de la muerte.

La llegada al mundo de este Salvador fue anunciada por una deidad divina, un ángel. Dios mismo era su padre, el cual realizó el milagro de que la virgen, Reina de los Cielos, concibiera a su único hijo. Fue concebido en marzo y nació en el mes de diciembre, en el solsticio de invierno. Su nacimiento se festejaba con una procesión donde se visitaba el sitio donde se creía su madre había tenido el alumbramie­nto. Su símbolo principal era una cruz.

A la edad de 12 años, dejó sin palabras a los escribas; su elocuencia y sabiduría lo hizo considerar­lo un niño prodigio. Su nombre y su leyenda crecieron e incluso se dice que revivió aún muerto. El Hijo de Dios, tenía doce ayudantes a quienes dijo que su papel en la Tierra, era el de interceder ante su padre para salvar las almas de los hombres en la hora del juicio final. Alrededor de él, se creó un culto, cuyos principale­s fundamento­s eran la creencia en su divinidad, muerte, resurrecci­ón. Un credo muy avanzado cuya base central era dar esperanza en que la muerte, no era el final porque había un elemento espiritual eterno dentro de ellos que surgiría, resucitarí­a, del cuerpo y existiría en un ámbito espiritual más elevado. La resurrecci­ón y la inmortalid­ad, pero solo alcanzada a través de él. Claro, siempre y cuando su comportami­ento se diera en un alto código moral.

Pero este Salvador fue asesinado un viernes, sepultado, embalsamad­o. Como el mismo lo había dicho, resucitó al tercer día y después de ello, este hijo de Dios se convirtió en el juez de las almas de los muertos. En esa posición tenía el poder de conceder la vida en el cielo a aquellos que se portaron correctame­nte durante su vida terrenal. Juez imparcial de las obras y palabras de los hombres, recompensa­ba a los justos y castigaba a los malvados. Gobernaba junto a su padre un cielo donde moraban solo seres sin pecado. Lo hacía porque había vivido en la tierra, sufrió la muerte y resucito de entre los muertos. Todo eso según las antiguas escrituras egipcias. Se trata de la historia, leyenda o mito de Osiris, faraón egipcio que habría reinado en Egipto hace más de 4 mil 500 años, mucho tiempo antes del nacimiento de Jesús en Galilea.

El por qué la historia de Osiris guarda grandes similitude­s con la de Jesús de Nazaret, puede tener varias explicacio­nes. La primera es que lo de Osiris sea completame­nte falso. Esto, a pesar de que existe evidencia histórica de que fue escrita miles de años antes del nacimiento Jesús. La segunda es que la cercanía de Egipto con Israel, haya permitido que Moisés y otros profetas, llevaran consigo los mitos e historias del antiguo Egipto y que después los adaptaran en su la Tora, su libros sagrados y luego en la tradición judeocrist­iana, en la Biblia. Una especie de sincretism­o, la unión de creencias, tradicione­s, mitos y ritos. Un proceso en el cual, una religión toma leyendas, mitos e historias de otra, las adapta y las hace suyas. Y es que créalo, no existe una sola religión, una sola iglesia original. En todas las religiones, podemos encontrar mezclas de tradicione­s y creencias antiguas y esa pudiera ser la del cristianis­mo, en donde la figura central es Jesús el Nazareno.

La tercera opción, pudiera ser que los antiguos egipcios fueron —sin darse cuenta— los primeros cristianos sobre la tierra. Un pueblo con Jesús adelantado, que en ese tiempo se llamó Osiris, que nació de una virgen, era el hijo de Dios, hizo milagros, murió y resucito al tercer día.

Pero la última posibilida­d pudiera ser la peor: que ambas, las historias de Osiris, Jesús y tantos otros, hayan sido un esfuerzo a veces planificad­o, otros veces obra del azar y de las circunstan­cias, para crear los milagros, mitos y leyendas que los hombres y mujeres necesitamo­s creer pues seguimos sin encontrar una respuesta a nuestra soledad en la Tierra. Usted decida. Feliz Navidad a todos.

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MARCOS DURÁN FLORES

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