Vanguardia

El arbolito aventurero

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Lo habían cortado en la sierra, de contraband­o y a la carrera.

Se lo habían llevado como botín de clandestin­aje en una camioneta de piso metálico y rediles de madera. El zangoloteo fue descomunal. Entre los estremecim­ientos de aquel viaje, el arbolito recordaba sus sueños de gloria. Bajo el temblor de las constelaci­ones, allá, en la ladera serrana en qué crecía. Al ver las estrellas de diciembre había tenido la ilusión de ser un bello árbol de Navidad en la casa de un niño. Cuando vio el grupo que llegaba blandiendo las hachas.

Se alegró. Estaba dispuesto al sacrificio de ser cortado para poder desplegar su cónica espesura en la intimidad de algún hogar. La camioneta fue descargada sin miramiento­s.

Al arbolito lo tomaron por el tronco y lo lanzaron contra la tierra. De punta. Su vértice quedó totalmente estropeado. Muchas ramas estaban rotas y otros lastimadas. Su aspecto era lamentable. No tenía ya ni simetría ni regularida­d. Era un pobre inválido vegetal y de follaje escaso.

“Échenlo al tambo de la basura” escuchó el arbolito. Cayó parado pero todas las ramas que le quedaban estaban dobladas y maltratada­s. El contenido del tambo fue recogido por el camión de la basura. El arbolito, que se había desmayado, se encontró, al despertar, en el basurero municipal.

“¡Mira!”, dijo una bella niña chorreada y greñuda, “yo se lo pedí a Dios, nos ha mandado nuestro arbolito de navidad. Lo levantó acariciánd­olo con cariño. “¡Qué bonito es!”.

“¡Y está chiquito!. Va a caber muy bien en el rincón. Lo adornaré con todo lo que junté de la basura del año pasado”.

La familia de pepenadore­s adornó el arbolito con esferas un poco desteñidas y cintas de colores. El arbolito se estremeció cuando una serie de foquitos, remendados, con cinta de aislar empezó a cintilar en sus ramas. Era como si las estrellas se hubieran venido a anidar en sus ramas.

El arbolito estaba feliz. Al anochecer vio por la ventana el brillo de las constelaci­ones y la silueta de su amada sierra. Frente a aquella humilde familia, que lo había rescatado y adornado, sintió que aquel sueño de su niñez montañesa se había hecho realidad. Algunas lágrimas de resina rodaron gozosament­e hacia el musgo en qué lo habían asentado asentado...

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