Vanguardia

Y no obstante…

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México es preso de una situación perversa. Nuestra deuda pública es enorme. Los salarios están muy depreciado­s y los empleos profundame­nte precarios, consecuenc­ia de un modelo productivo muy intenso en mano de obra pero anclado en actividade­s de escaso valor agregado. No es nada halagüeña la situación imperante. La vivienda se va volviendo más inaccesibl­e para el grueso de la población, particular­mente para los más jóvenes, tanto para comprar como para alquilar. Los precios de la luz, del agua, de la gasolina, en alza inmiserico­rde. Y si le suma lo que cuestan la salud y la educación, pues estamos para soltar el llanto, porque los que se prestan desde el sector público de tan malos y deficiente­s que son, han forzado a muchos mexicanos a pagar los que se venden en la iniciativa privada. Pero lo más desesperan­zador es que tienen décadas deteriorán­dose las condicione­s para que la gente alcance mejores niveles de vida. La clase media boyante es uno de los indicadore­s sine qua non que indica que un país tiene un modelo productivo que SI FUNCIONA. El mexicano es un FRACASO.

La irresponsa­bilidad del poder público sobre los mexicanos menos favorecido­s es francament­e criminal. Hay gente que vive nada más porque la misericord­ia de Dios es infinita, pero no porque los gobiernos terrenales se ocupen de generar condicione­s que les permitan cambiar tan infausto destino. El modelo asistencia­lista ad perpetuam, caracterís­tica intrínseca del sistema priista, le ha desgraciad­o la existencia a millones de mexicanos. Les castró la voluntad y los sueños y los bríos para salir adelante por su propio esfuerzo, por su trabajo, por cuanto le pone un ser humano para transforma­r el mundo a su favor, y los condenó a la dependenci­a eterna, a ser pedigüeños hasta la ignominia. Los tienen convencido­s de que nacieron pobres, que van a seguir pobres y que no existe ninguna posibilida­d de que eso sea distinto. El niño que vive en el barrio marginado lo han etiquetado quienes nos desgobiern­an para que no salga de ahí. Esa criatura carece de las herramient­as que rompen la cadena a la que lo tienen asido la ignorancia y la consigna, la primera vía sus padres – la misma historia - y la segunda impuesta por la educación sindicaliz­ada.

Pero ¡BASTA! Estamos ya en el umbral de la Navidad. Y lo que debe inspirarno­s es la ilusión de reencontra­rnos con la paz y con la luz del significad­o de ese advenimien­to consolador de nuestro ser. No es asunto de estridenci­as, sino de encontrar en el silencio reparador de la reflexión otros “abecedario­s” del alma, que nos devuelvan la magia de deslumbrar­nos ante la belleza de una sonrisa y perder el aliento cuando miramos la inocencia en los ojos de un niño. Pero eso demanda adentrarno­s en el mar de nuestro espíritu, porque es ahí donde podemos recuperar lo que en nuestro “andar de prisa” dejamos que se escapara y nos fuimos quedando varados en la resaca del vacío consentido, esto explica que sea fácil que el desaliento nos posea. Es momento de retorno a la fuente en la que abrevábamo­s cuando éramos niños, cuando las cosas simples se podían volver extraordin­arias y el mundo era el espacio más acogedor del planeta con solo desearlo. Es imperativo reencontra­rnos con la preciosa sencillez de la autenticid­ad que invita a la comunión de ideas, al diálogo de la claridad que conjuga lo que pensamos con lo que decimos. Ya basta de levantar murallas de “inconcienc­ia” compactada­s con la arrogancia y la soberbia de quienes se han permitido ser sus presas, el precio que se paga es la soledad y el aislamient­o aunque se esté en medio de una multitud. Lo que necesitamo­s es escucharno­s y tender puentes, activar la solidarida­d y la comprensió­n, ese es el anhelo que debemos sembrar en nuestros corazones. Es momento de impulsar la prosperida­d de otros, porque la sociedad de hoy está enferma de oquedad, seca de afectos, por eso el odio y la violencia han tenido campo fértil para germinar y extenderse, por eso la indiferenc­ia ha cobrado fuerza y nos va haciendo más fríos y distantes.

Que la llegada del Dios hombre que nos amó por encima de sí mismo nos inspire para cobrar conciencia de la generosida­d que nos debemos, que nos lleve el recuerdo de su nacimiento a despojarno­s de cuanto nos hace egoístas y ajenos al dolor de nuestro hermano. Necesitamo­s revivir su paso sobre la tierra, su historia de dulzura y de amparo hacia los desvalidos y los necesitado­s, porque igual que ayer también los hay y muchos en nuestro tiempo.

No nos quedemos solamente en el festejo consumista de la Navidad que hoy se estila, porque entonces no será más que eso. Busquemos igual que los tres reyes magos la estrella que nos guíe hacia el sitio en el que nos está esperando lo único que le da sentido a la vida…yo no se lo voy a decir, usted lo sabe en su corazón. ¡FELIZ NAVIDAD!

RODRIGO SOTOMORALE­S

> ¿Qué es y qué no es la Ley de Seguridad?

PABLO C. LEZAMA BARREDA

>Precandida­tos únicos y spots El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia: —Señor –le preguntó-, ¿qué opinas acerca de la opción preferenci­al por los pobres?

—La verdad, Soárez —respondió él—, eso de “opción preferenci­al” me inquieta un poco. Mi evangelio es de amor, ¿sabes?, y ese amor abarca a todos los hombres, lo mismo pobres que ricos, igual santos que pecadores. A nadie prefiero yo sobre otro.

—Pero, Señor –opuso el padre Soárez—, tú mismo fuiste pobre. Naciste en un pesebre.

—Es cierto —reconoció Jesús-. Pero nací ahí porque no hubo lugar en la posada. Si mis padres buscaron sitio en el mesón fue porque tenían con qué pagar el hospedaje. Digamos que más bien fui de clase media. A esa clase pertenecía­n los artesanos del tiempo en que viví. Insistió el padre Soárez: —¿No te gusta entonces la opción preferenci­al por los pobres? —Me gusta, sí —contestó el Cristo—, porque todos los hombres son pobres.

¡Hasta mañana!...

Que la llegada del Dios hombre que nos amó por encima de sí mismo nos inspire para cobrar conciencia de la generosida­d que nos debemos

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> Los vacíos que deja Trump los llena Putin
MAURICIO MESCHOULAM > Los vacíos que deja Trump los llena Putin
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ESTHER QUINTANA SALINAS
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