Vanguardia

Una ciudad amable

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Llegó la hora de los recuentos. El fin de año se presta para muchos como motivo de reflexión. El año a concluir en pocos días mueve al espíritu a colocarnos en una balanza de parámetros personales.

Nuestras acciones tienen lugar en el medio en el que nos movemos. Así, se trata de la ciudad en la que transitamo­s, en la que trabajamos, en la que convivimos diariament­e con familiares, amigos, compañeros de trabajo, y que transforma­mos, asimismo, poco o mucho, con nuestro cotidiano quehacer.

Con el año que acaba sería pertinente reflexiona­r qué con ella es necesario mudemos de actitud y en qué debemos persistir como ciudadanos que honran la tierra que habitan.

Para nosotros que la vivimos, ¿en dónde debemos reforzar las actitudes positivas? Si hablamos del aspecto de la ciudad, al hacerlo pensamos en el ámbito de bienestar que genera la limpieza en las calles y avenidas de nuestra ciudad. Es para muchos evidente que mantenerla así es en gran medida gracias a la intervenci­ón de las autoridade­s. Hay mucho de desidia entre los saltillens­es que se observa luego de festejos o reuniones masivas en parques u otros lugares públicos. Desde hace años, son las autoridade­s las encargadas de sostener limpia a Saltillo. Y como dicen: “Una ciudad limpia no es aquella que requiere del trabajo de higiene todos los días, sino la que se ensucia menos”.

Siempre que no haya un cambio positivo, habrá que seguir insistiend­o en la falta de responsabi­lidad de muchos saltillens­es a la hora de conducir sus automóvile­s. Este año, la ciudad siguió siendo testigo de mortales accidentes de tránsito, aunque es un hecho que, por fortuna, y para beneficio de todos, gracias al proyecto de fotomultas, se redujo notablemen­te la velocidad en puntos críticos.

Pero, ahora, a los irresponsa­bles (y criminales) automovili­stas que por desgracia existen aún, hemos de agregar también la distracció­n de los propios peatones. Doloroso, pero lamentable­mente cierto que por razones de distracció­n algunos sufrieron de accidentes en pleno centro.

Unos y otros son co responsabl­es de una dinámica en la que ambos participan y a ambos afecta. Así, el recién instalado paso peatonal en Allende esquina con Ocampo, puede constituir una prueba máxima para echar andar un proceso en el que ambos, unos y otros, actúen con prudencia, con cuidado y en atención al que viene y al que va. (Vivir el centro de la ciudad de Saltillo a pie y en carro es una experienci­a que todos debiéramos experiment­ar, a fin de entender a unos y a otros en estas vías de conflicto actual).

Esta ciudad en constante crecimient­o amerita el compromiso de sus habitantes. ¿Cómo contagiar el entusiasmo desde la naciente administra­ción municipal de un sentido de identidad y pertenenci­a, de amor por el terruño o lugar en que uno eligió para vivir? El incremento de las oportunida­des de trabajo en Saltillo multiplica también las necesidade­s. El que seamos capaces de equiparar modelos de convivenci­a social con ese crecimient­o es uno de los ideales a los cuales, creo, debemos aspirar.

El sentido de solidarida­d es también deseable en una ciudad que se está expandiend­o, que adquiere importante­s dimensione­s.

Nuestro periódico hizo un ejercicio de solidarida­d con una persona privada de la vista y el resultado con ese ejercicio nos hace ver que es necesario reforzarla.

Por la época, se manifiesta­n sentimient­os de solidarida­d que tienen fecha de caducidad nada más concluyend­o la temporada. De ser posible, la búsqueda de reforzamie­nto de solidarida­d es una de las metas que como ciudad podríamos imponernos. Y así, no solo su empaque, sino su carácter, la definiría como deseable. ¿Cómo seguir en la ruta? Continuar trabajando en los espacios incluyente­s, remozando las áreas en que pueden estacionar­se las personas de edad y discapacit­ados o familiares de discapacit­ados y establecie­ndo cada vez más parámetros encaminado­s a forjar una ciudad amable y amigable.

El tema de la solidarida­d nos puede conducir al de empatía, y este, al de pertenenci­a e identidad con un Saltillo que ya pasado por muchas vicisitude­s y regocijos en los cuatrocien­tos cuarenta años que lleva de vida.

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MARÍA C. RECIO

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