Una máquina para pensar
El científico inglés y pionero de la computación Alan Turing, egresó como matemático de la Universidad de Cambridge y obtuvo su doctorado en Princeton, instituciones a las que marcó con sus ideas. Claramente adelantado a su tiempo, en 1950, cuando la computación estaba en sus albores y el término de inteligencia artificial aún no se acuñaba Turing ya se hacía una pregunta: ¿Pueden pensar las máquinas? Este criptógrafo y filósofo nacido en la India entonces colonia inglesa, trabajó en el primer programa de computadora.
Hace más de 50 años, Turing propuso una prueba que lleva su nombre para determinar si las máquinas eran capaces de pensar. Aplicando un método para medir la inteligencia de los aparatos a los cuales retaba a “imaginar”, el test de Turing consistía en juzgar si el ser humano podía distinguir la diferencia entre las respuestas de un ser humano y la máquina. La prueba fue un fracaso, pero se convirtió en la base de un enorme avance tecnológico porque el sueño de Turing, era que en un futuro cercano, la inteligencia humana pudiera crear robots capaces de pensar, razonar e imaginar por sí mismos. Robots capaces de tener conciencia.
Alan Turing, una de las mentes más brillantes de la historia, anhelaba construir “una máquina para pensar” pues lo obsesionaba crear robots inteligentes mantenidos a perpetuidad, ya que la inevitable mortalidad del hombre limitaba la capacidad humana de explorar y migrar en largos viajes en una campaña que algún día será necesaria para expandirnos más allá del planeta. Pero este proceso nos ha tomado mucho tiempo. Los pronósticos de los creadores de la inteligencia artificial hace casi 50 años, eran que para existieran ya, robots que sustituyeran las funciones del ser humano más allá de las aplicaciones industriales y algunas labores del hogar. Del primero, los robots se utilizan en la manufactura hace poco más de 25 años. En el segundo, la robótica no ha pasado de aspirar alfombras, lavar pisos, albercas o que Siri marque por nosotros algún teléfono. Nada parecido a las películas de hace 30 años que para estas fechas pronosticaban avanzados robots que sustituían las funciones humanas elementales.
Pero las cosas pueden cambiar, las nuevas computadoras poseen gran capacidad de cálculo, reconocen objetos y traducen la voz en tiempo real lo que ha hecho pensar a los expertos, que la inteligencia artificial es finalmente inteligente. Esto ha motivado a los investigadores a tener esperanzas (algo muy alejado de la ciencia) para que la inteligencia artificial deje las películas de ciencia ficción y transforme a través del desarrollo tecnológico equilibrado y sustentable, las vidas de los miles de millones de personas que poblamos este planeta.
No podemos negar que 200 mil de años de evolución y predominio humano en la Tierra, las máquinas pudieran ser la siguiente especie que gobierne al planeta, algo que al final puede no resultar tan grave. ¿O de verdad lo hemos hecho muy bien como para intentar seguir por el mismo camino? ¿No han sido nuestra hipocresía, egoísmo, odio, mentiras, envidia, ignorancia y en especial nuestro deseo de poder sin límites, los que han ocasionado guerras, hambrunas, pobreza y la contaminación de la tierra?. ¿De verdad somos tan vanidosos para negar que perdimos nuestra oportunidad de hacerlo bien y que debemos dejar que alguien intente hacerlo mejor?
Turing dirigió al equipo descifrador del Código Enigma, el lenguaje secreto de la Alemania nazi. La aportación del científico inglés durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a descifrar los códigos secretos de Alemania nazi y con ello acelerar su caída y el fin de la guerra. Pese a eso, años después, durante un proceso oprobioso que demuestra la estupidez humana, Turing fue sentenciado por atentados a la moral pública por su condición de homosexual. Al tiempo se suicidó en la cárcel. Hace un par de años, el gobierno inglés aprobó una ley para “perdonar sus pecados”. Por eso insisto en la urgencia del sueño de Alan Turing, y es que hasta el momento, la inteligencia artificial ha sido derrotada con gran facilidad por la estupidez humana. @marcosduranf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion
ENRIQUETA CABRERA
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Recuerdo ahora el mal que hice. Recuerdo igualmente el bien que dejé de hacer, pues las cosas buenas que pude hacer y no hice deben añadirse al cómputo del mal.
No me detengo mucho, sin embargo, en lo pasado, pues eso ya pasó. La pregunta que verdaderamente importa es cómo viviré el siguiente año, si Dios me da vida. Y es que casi nunca los hombres no damos a nuestro prójimo una segunda oportunidad, pero cada nuevo año -cada nuevo día- es otra oportunidad que nos da Dios.
Quizá no la aprovecharemos cabalmente. Tan humanos así somos. Pero en esa nueva oportunidad hemos de ver otra muestra del amor que no se acaba nunca. Debemos corresponder a él todos los días con actos de amor para quienes comparten con nosotros el cotidiano milagro de la vida.