Vanguardia

Mis propósitos de año Nuevo

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

Algunos dirán que este año pudo ser mejor. Quizá el 2017 les trajo duelos y quebrantos; a lo mejor sus negocios fueron viento en proa... Otros dirán que el año fue espléndido: gozaron del amor cumplido; en el balance final fueron más las ganancias que las pérdidas...

Lo mejor que uno puede hacer al fin del año es no reflexiona­r acerca del fin del año. ¿Qué puede uno decir que esté alejado de las viejas palabras, de los clisés de siempre, de las frases tan hechas y deshechas? Acabas recordando cosas que quisieras olvidar; o te pones a recitar -¡horror!- “El brindis del bohemio”.

La verdad es que no hay años nuevos. En la arbitraria división del tiempo termina un año marcado con un número y sigue otro marcado con el número que sigue. Pero no hay cambio en la uniforme sucesión de días. Es igual el primer día de enero al último día de diciembre. Si estuviésem­os en una isla desierta, o en la prisión de If donde estuvo incomunica­do por muchos años Edmundo Dantés, no sabríamos que un año había terminado y comenzaba otro. Los pájaros seguirían volando igual; el Sol saldría a la misma hora, y no se alteraría el rumbo de los astros en el universo.

Donde sí podemos hacer un año nuevo es acá adentro, en las telas del alma. Yo imagino a Diosito haciendo por estos días el nuevo año en la forma de un gran montón de barro, y a nosotros, en fila, recibiendo cada uno nuestra porción de arcilla. Eso es el año nuevo: barro. Algunos con ese barro harán preciosa alfarería; de otros saldrán informes batidillos, y no faltará quien use el barro para enlodarse o enlodar al prójimo. El mismo barro para todos, pero ningún alfarero igual a otro.

Vieja costumbre es acabar el año con propósitos. Yo ya no los hago. Si los que no he cumplido me siguieran andaría yo por el mundo acosado por una multitud de planes olvidados, de promesas incumplida­s, de fuerzas de voluntad muy desforzada­s. Ya no me hago propósitos de nuevo año. Me hago, si, propósitos de nuevo día. Soy como un doble AA de los propósitos: sólo por este día haré lo que debo hacer; sólo por hoy no haré lo que no debo hacer.

Tampoco me hago grandes propósitos. No digo, por ejemplo: “Este año cambiaré el mundo, o por lo menos la República”. O: “Este año me voy a convertir en hombre nuevo”. No. Esas grandes hazañas dan flojera, y me hacen bostezar. Pero sí digo con humilde sencillez: “Este día haré mi trabajo”. Y lo hago. Al final del año veo mi alfarería y pienso que, a lo mejor, posiblemen­te, quizá, probableme­nte, después de todo mi barro no estuvo tan mal usado.

Doy gracias por el don tan hermoso de la vida. Si la tenemos ya es ganancia. Y si esa vida que recibimos gratuitame­nte la compartimo­s con los demás para su bien, entonces habremos merecido nuestra porción de arcilla. Hagamos fila, por lo tanto, frente al dispensado­r de esa moldeable arcilla que es la vida. Seamos diligentes alfareros que dan forma a su barro y lo decoran con el adorno de la belleza, del bien, de la verdad y del amor.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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