Café Montaigne 52
Es de maravilla asombrarse del conocimiento que tenía Miguel de Cervantes de la herbolaria, de ungüentos, prácticas médicas y lo que hoy ha desaparecido de la vida cotidiana: los boticarios
Por estos días, amén de andar de vago unos días y por fin de año en mi ciudad adoptiva, Zacatecas y en compañía de buenos escritores y periodistas, como las charlas que me dispensa el poeta y narrador Víctor Hugo Rodríguez Bécquer o el escritor y artista plástico Gerardo del Río, releí fragmentos en mi posada de siempre, del inmenso “Don Quijote de la Mancha” de ese caballero, príncipe y guerrero, Miguel de Cervantes. Desde el año pasado me propuse la relectura anual del Quijote. El año pasado cumplí con la encomienda personal y en este espacio de VANGUARDIA, le deletreé mi admiración, letras y ensayos al respecto. Sobra decirlo pero si es menester, quien más sabe sobre este libro y la vida de Cervantes, es mi compañero de armas, el cervantista Juan Antonio García Villa al cual es un deleite leerlo.
En honor a la verdad, aún estoy releyendo en esta ocasión al Quijote, aún no terminó la segunda parte, pero no puedo evitar estas líneas platicando lo siguiente en esta tertulia sabatina de buen café: cada vez que nos acercamos al Quijote, éste nos atrapa de nuevo y nos dice cosas diferentes. Nuestros intereses han variado de un año a otro, nuestros afanes son otros, ya no somos los mismos. Todo cambia y se transforma. Por lo cual, la lectura de un mismo libro, nos dice cosas diferentes ahora y se enrolla y desenrolla en temas diversos que en otra lectura, que en pasada lectura, nos había pasado de noche o bien, lo leímos apenas sin leerlo. Sin prestar atención en determinadas letras. En sus bien medidas letras e ideas.
Tengo varias ediciones del Quijote, la más usada y señalada, es una de tapa dura, edición española de 1986 en dos tomos con facsímil de la portada original y los famosos grabados de Gustav Doré. Pero cargarlos es un suplicio. Hay que estar bien sentados en una mesa o escritorio de trabajo y abordarlos. O bien, estar sentados o acostados en nuestra cama de nuestra residencia y tener un buen atril de lectura dispuesto con todo lo necesario a la mano: una copa de vino tinto o jerez, jamón serrano y queso fresco, marcadores de diferentes tonos, lápices y libreta para las anotaciones de rigor.
Opté por adquirir en la Librería El Alquimista, la edición conmemorativa de las Academias de la Lengua Española. Libro compacto que se puede manipular cómodamente y puede llevar uno en su portafolio. Así lo hice. También opté por un nuevo volumen por lo siguiente: no quería ver mis anteriores anotaciones, mis intereses pretéritos. No quería viciarme con lo ya señalado, por lo cual un nuevo libro sin mis muescas o huellas, amén de necesario, era obligado.
Esquina-bajan Este largo liminar sirve entonces para contextualizar mis nuevas muescas y “descubrimientos” e el inconmensurable “Don Quijote de la Mancha.” Esta columna y una más, le presentaré a usted algo a lo cual llamaremos “El Botiquín Mágico de Don Quijote.” Recordaba alguna perla al respecto, el famoso “Bálsamo de Fierabrás” remedio de corte mágico que se tenía en aquellas épocas, para curar las heridas que recibían los caballeros y guerreros en los campos de batalla. Pero ahora, al estar deleitándome (y sufriendo con las aventuras y desventuras de los personajes. La verdad, eso de la comicidad no lo veo por ningún lado. A mí siempre se me ha hecho una novela melancólica y triste, por no decir, tristísima. Pero bueno, luego le hablaré de ello en este Café Montaigne) con la lectura, aparecen pócimas, bálsamos, ungüentos, hervores, tés, potajes, brebajes y toda suerte de alquimia para curar todo tipo de males.
Si usted toma como hilo conductor lo anterior, es de maravilla asombrarse del conocimiento que tenía Miguel de Cervantes de la herbolaria de la época, de ungüentos, prácticas médicas y lo que hoy ha desaparecido de la vida cotidiana: los boticarios. Algunos lectores especializados han visto en todo esto conocimientos de hechicería, alquimia y esoterismo; es decir, un conocimiento de lecturas secretas sólo para iniciados. Sin duda, parte es verdad, pero parte es precisamente eso, la magia de la literatura y de un narrador tan prodigioso en sus palabras, que todo lo crea a partir de ese temblor en la boca llamada voz, voz escrita.
Según los sabios consejos de Don Quijote en sus andanzas, todo caballero que acometa la virtud de andar en el campo de batalla, debe ser al mismo tiempo “… médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas; que no ha de andar el caballero andante a cada trinquete buscando quien se las cure”. Vamos iniciando en esta exploración con este especial tema y trama, y va como adelanto lo siguiente: a un cabrero que tenía una oreja herida, Don Quijote puso santo remedio. Fue por algunas hojas de romero que había abundantemente en el paraje, las mascó y luego las mezcló con sal y aplicándola como cataplasma, la vendó posteriormente.
Letras minúsculas El cabrero efectivamente, se curó de su herida… Igual que en la Biblia. Tenga usted buen año señor lector. Buen año.