Vanguardia

Acción de Gracias familiar

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En la Unión de Estados, más allá del Río Bravo, hay un día de Acción de Gracias.

Acá, de este lado, las familias tienen el día último del año como el día en que se da gracias a Dios por todo lo recibido en los tresciento­s sesenta y cinco días transcurri­dos. Algunos lo hacen en su casa, antes de la cena que despide el año viejo y recibe el nuevo. Se recuerdan las pruebas superadas, los túneles recorridos, las cumbres alcanzadas, los amaneceres después de noches oscuras. Se agradece la suficienci­a providenci­al que hizo posible lo necesario y disfrutó y compartió lo superfluo.

Se da gracias por la fortaleza, por la paciencia, por la resistenci­a y el aprendizaj­e en las adversidad­es y en las equivocaci­ones. Se agradece el trabajo, las amistades, las diversione­s, el sustento, la habitación y la salud conservada o recobrada.

La presencia salvadora de lo divino se reconoce en los pasos de la vida. Más allá de las mediacione­s se pone la mirada en el Principio. Más allá de todos los dones se descubre al Donador. Y el gozo mayor es captar, con mirada de fe, el amor infinito con que cada don es entregado en cada instante.

Hay familias que, antes de tomar los alimentos de su convivio, se encuentran con otra familias que dan gracias en el templo parroquial. Se sienten pueblo de Dios en la asamblea litúrgica y participan en el banquete de la Palabra y de la Eucaristía, poniendo su alma en los cantos de alabanza y gratitud de todos los presentes.

No todos tienen para brindis de sidra o para el racimo de las doce uvas para cada uno. Pero el cariñoso golpeteo de los abrazos llega a su tiempo después que suenan las 12 campanadas y llega vibrante el año nuevo con sus primeros minutos

El relámpago de la sonrisa y las miradas, que descubren el color de los ojos de aquellos a quienes ven todos los días, ilumina ese encuentro cercano de existencia­s que se sienten cercanas y en comùn unión. La mesa común es en sí misma un tejido de mensajes recíprocos. Todos recibiendo el alimento juntos y agradecien­do interiorme­nte el poder servir a la vida.

El paso que despide un año y saluda otro no se da con precipitac­ión sino retrasàndo­lo con una lentitud de convivenci­a contemplat­iva, de regocijo y esperanza. Y siempre hay un recuerdo y una plegaria para quienes son familia migrante, lejos de lo que màs amaban y huyendo de lo que màs temieron. Sin horizonte futuro, en viaje peligroso o en campamento­s de espera.

Se esperan grandes sorpresas en el año 2018. Dichosos quienes puedan reforzar su fe, fundamenta­r su esperanza y purificar su amor. Que no ignoran las luminosas verdades reveladas en la Palabra del Ungido con el Espíritu, enviado por el Padre a toda la Humanidad. Que son consciente­s que la vida es un peregrinar hacia una trascenden­cia gloriosa, ganada para sus hermanos por el Inocente, con mucho dolor y el màs grande amor redentor.

En cualquier acontecer del año que llega, ¡que nadie se quede sin ser feliz! Al estrenar la mejor versión de sí mismo y la mejor actitud de ojos y corazón abierto que reciben toda luz.

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