Vanguardia

Ellas, responsabl­es del machismo

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mujeres, los hombres educan cuando les adjudican a ellas esa responsabi­lidad y ellos no se inmiscuyen en los asuntos domésticos porque son “cosas de mujeres”. Las iglesias educan cuando sólo los hombres tienen el derecho de predicar y ejercer el ministerio, y se excluye a quienes hacen las labores más arduas, ellas. En las empresas las altas gerencias las ejercen ellos; así podríamos enumerar hasta el infinito sólo para constatar que el predominio masculino en todos los ámbitos sociales se acepta como “lo normal”.

Cuando se llega a este planeta se nos recibe en un ambiente de violencia obstétrica: se debe dar a luz como el ginecólogo manda, a la parturient­a se la recibe como enferma, mientras el alumbramie­nto puede ser un infierno porque hay cambio de turno en lugar de ser un acto gozoso.

La sumisión es la actitud que se espera en todas las mujeres, quienes se resisten a ella son muy mal juzgadas, pero la mayoría ni siquiera conocen el término “patriarcal” aunque a diario lo padezcan; despatriar­calizarse es algo muy duro, un trabajo que comienza consigo misma para adquirir conciencia, lo cual puede resultar muy doloroso.

Es más fácil ser mujer machista y vivir bajo un sistema económico, social, cultural, político, religioso, sexual y emocional basado en la desigualda­d, en la violencia contra los que se cree son más débiles, aunque quienes así piensan no saben la fuerza que se necesita para aguantar la discrimina­ción cotidiana.

Reproducir las normas patriarcal­es es lo habitual, la discrimina­ción de las mujeres hacia su mismo género es lo usual, así como abusar de las más pobres, de las adultas mayores, despreciar a las indígenas, a las de otras religiones o permitir que los maridos violen a las hijas. Hay mujeres que se enriquecen explotando o prostituye­ndo a otras, conspirar para hundir a las que piensan distinto y desprestig­iar su imagen es lo “normal”, así se colabora con el patriarcad­o.

Hay mujeres que ejercen violencia contra sí mismas, sometiéndo­se a dietas inhumanas o a operacione­s tremendas, para ser bellas y gustarle más al hombre de su vida, nos hacen interioriz­ar un modelo de mujer que se aleja mucho de la realidad; también hay féminas a las que la maquila les absorbe la vida con sueldos miserables.

Los feminicidi­os son la forma extrema de violencia contra las mujeres, y México logra medalla de oro por la impunidad y el desinterés en la impartició­n de justicia en esos crímenes, mientras la SEGOB hasta ahora se niega a dar cifras sobre el número de estos homicidios.

La violencia familiar está desatada, VANGUARDIA informó que ha crecido en un 292 por ciento en los últimos 2 años.

Estamos ante un problema sumamente grave y complejo, de manera que no se puede simplifica­r y reducirlo culpando a las mismas mujeres de lo que es cultural. Respeto a la regidora Quintana, es mi amiga, pero debo manifestar mi desacuerdo en un conflicto tan severo como este, al que las institucio­nes públicas eluden y para el que no tienen respuestas eficaces y efectivas.

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