El hilo que impide volar
Así como se habla de postmodernidad, se habla ya de postverdad.
Y claro. Ya surgieron los derivados preverdad, simulverdad, antiverdad y pseudoverdad.
La preciosa objetividad es virtud escasamente practicada en el mundo de las informaciones y las desinformaciones, de las noticias que no son notables y de las notas que no llegan a ser noticiosas.
Se da un tejido estropajeante de subjetivismo, de distorsión, de mutilación o sobreañadidura, de confusiòn entre dato e interpretación. Hay deducciones desmedidas exprimidas de datos mínimos y síntesis parecidas a la maleta de Chaplini, repleta de ropa que, al quedar mordida y desbordada, tiene —como única solución— el tijeretazo que corta sin piedad lo sobrante.
En campaña electoral y en crítica de oposición o adversidad, se hace ensalada de rumores, observaciones superficiales, frases fuera de contexto, fotos casuales de coincidencia que se presentan como prueba de alianzas y hasta compadrazgos. El radioyente, el televidente, el leeperiódicos han desarrollado un colmillo crítico que les permite ya leer entre líneas, identificar tonos de voz y gesticulaciones fugaces. No confunden gato por liebre ni dan pase a voz sin averiguar procedencia y trayectoria.
La aprehensión resulta nublada, el juicio puede tambalearse con distinciones, los raciocinios llegan al extremo del sofisma hasta llegar a conclusiones traìdas de los cabellos, ungidas con todos los ungüentos, menos con el de la veracidad.
Se da el juego de las demandas y las retractaciones, de las calumnias y las reclamaciones con exigencia de rectificación y hasta de pago por honor lesionado. Es raro el desistimiento que suspende acusación o la disculpa pública ofrecida por ofensor. La verdad queda escamoteada. Queda deportada como un migrante indocumentado. Queda irreconocible bajo fango y basura de contaminaciones y podredumbres.
Una mirada sin conciencia sumada a un juicio parcializado, con el añadido de un lenguaje impreciso da por resultado un monstruo “frankesteiniano” o una falsificaciòn de fachada.
La preverdad todavía no es verdadera, claro. Es como confundir madrugada con amanecer. La simulverdad es como un clon, un gemelo, algo solo parecido a lo real pero ya coincidente. La postverdad es la que se sale por la ventana del presente hacia un futuro que parece màs evidente. Se va más al desastre que al temblor, al futurismo de la falsa encuesta más que al muestreo de la objetividad.
La ciudadanía, la opinión pública, la conciencia colectiva, la red de títeres sin cabeza reciben el chubasco y a su vez salpican para que cada cual haga su propia ensalada y confeccione su propio coctel.
Las míltiples ataduras de una sociedad se explican por la sabiduría bìblica. “La verdad los harà libres” La verdad sin pres ni simul ni post, sin antis ni pseudos. Es la verdad tan pura como la libertad que es su consecuencia y que hace posible la civilizaciòn de la la justicia y del amor. La única civilización a la altura de la dignidad humana, recibida, por cada persona, de su Creador...