Vanguardia

LA HISTORIA DEL POETA QUE NO QUIERE SER PUBLICADO

Esta es la crónica de la búsqueda del chico malo del barrio que se convirtió en un poeta de culto, que publicó un par de libros y luego desapareci­ó, pero las palabras de este predicador extraviado en el norte de México aún resuenan. Incluso a ciegas y con

- POR: CHRISTIAN MARTÍNEZ EDICIÓN: NAZUL ARAMAYO ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO MEDINA DISEÑO: EDGAR DE LA GARZA

E l Juanjo viajaba en un Tsuru amarillo por las calles de Torreón. Es un taxista bajito, de bigote canoso, y esa noche usaba suéter de lana con su debida camisa de cuadros; tiene casi 70 años y te consigue “de todo”, dijo: desde cualquier tipo de drogas y prostituta­s, hasta poetas desapareci­dos.

Nació en uno de los primeros cuadros de esta ciudad en donde se hizo buen compa de Joel Plata, una de las leyendas vivientes de la literatura norteña, quien publicó un par de libros y después desapareci­ó.

Poeta taciturno nacido en la aterrada urbe de Torreón, siempre se sabe poco de su paradero. Ahora es un escritor de culto. Lo único que se encuentra de su obra en la red es el PDF de La división y otros muertos y una pequeña biografía que dice:

“Joel Plata (Torreón, 1952). Autor de

Una continuaci­ón de la otra historia del señor cangrejo, (Praxis/dosfilos,

1982) y La división y otros muertos (Premiá/uaz, Zacatecas, 1993). Se desconoce su paradero actual”.

Antes de ir en su búsqueda, se rumoraban varias cosas entre la escena literaria de Saltillo sobre él y los pocos que lo conocían; el bisbiseo culterano narraba que Joel estaba escondido de la hipocresía del detestable “mundo artístico”, huyendo de alguna posible fama que podría provenir con su poesía. También se decía que era poseedor de una misantropí­a propia de algunos hombres visionario­s y ariscos a la sombra de la luz de las letras. Otros alegaban que sólo le era difícil permanecer en un lugar, por ser un trotamundo­s. Hasta hubo quien rumoró alguna locura del poeta.

“Aún tengo pasión y entusiasmo. A mí terminar con las mujeres me jode. Por eso siempre busco irme a la chingada de todos lados”. JOEL PLATA, POETA. “Las mujeres nos dominan a nosotros… Mi hijo se fue con ella. Regularmen­te no hablo con nadie. Ni siquiera con mi chavo. Estuve roto por un tiempo”.

Aparte de escribir versos, en dos ocasiones ganó los guantes de oro en los torneos de barrio en la categoría peso mosca. “Estaba loco para los putazos. Nadie le podía ganar”, según el Juanjo. El Mickey, “El buen Mickey”, que menciona en “La balada de los cocodrilos borrachos”, uno de sus poemas, fue peso pluma y también fue campeón. Nunca se enfrentaro­n.

“eructos de girasol de viento helado la tormenta sopla la sal del corazón como una bada

de música era el invierno otra vuelta de rueda (pero eso fue en otro tiempo) el buen Mickey preguntand­o: ¿a dónde diablos vamos? no puedo quitarle el corcho a la botella ¿dónde dejaron las sodas? y la noche estaba a tiempo con gente de prisa poniéndose seria porque todo es serio

en estos tiempos lecumberri se había caído o la habían tumbado a la banqueta como un gato la caída no le hizo ningún bien al jefe de la policía muy difícil podrá verse una cárcel como esa

en nuestros días”

La poesía de Joel en La división y otros muertos, releído un par de veces antes de pisar la ciudad, coloca en el verso libre un “gramo” de la era que le tocó subsistir a uno de los primeros predicador­es del “pop” en la región norte. Juan Gabriel, Lyn May, Sara García, Rocío Durcal, escenas del cine de Hitchcock, sexo húmedo en paisajes ruines con dramas en la zona fronteriza del país y un lenguaje coloquial envuelto en una sintaxis laberíntic­a, en ocasiones sin puntuación para dotar de ritmo, sube y baja entre el hermetismo y la “poesía social”.

Joel no aúlla, gime. No llora, está lo suficiente­mente caótico para coquetear con las complicaci­ones de un tiempo cayéndole encima en forma de lenguaje. La sátira y la crítica social le rondan. Nacido bajo el yugo de la clase media baja, no se olvida de la búsqueda de la Justicia. Las drogas, el narco, el alcohol, el boxeo, la burla hacia lo kitsch, su militancia dionisiaca, su amor al rock y su simpatía por el diablo hacen que su voz se mantenga fresca como refrigerad­or de carnicería y persista después de un cuarto de siglo.

“Calle abajo un montón de gringos gritaba: ‘no queremos a los mojados’ ‘no queremos a los mojados’ ‘no queremos a los mojados’ ah sí yo estoy mojado porque tuve un sueño húmedo”.

ANDO COMO UNA CEBOLLA

Después de rondar por varias calles en una de las ciudades con una gran escena de hip hop, en especial de grafiti, el Juanjo le marcó a Joel. No contestó. Después de intentar unas cuantas veces más, nos estacionam­os en una cantina dentro de las colonias del centro. Nos sentamos. Según el Juanjo, acababan de remodelar el lugar. “N’mbre, ahora está de lujo. Antes estaba bien gacho. Puro pinche vicioso te topas aquí. Viciosos pero tranquilos. No hacían nada de desmadre”, charlaba mientras esperaba la Indio y el tequila.

En todas las ciudades hay varios lugares a los que no se debe ir solo. El Juanjo, con sus 70 años, se sabe de memoria todas las escamas de ese gran dinosaurio que es Torreón y su séptimo lugar en violencia a nivel mundial alcanzado en el 2012. Amable, alerta y ofreciendo cuidados como los que enseñan a los niños a dar a los frijolitos en la primaria, Juan fue un gran elemento para rodar seguros.

Éste me dio varios consejos de cómo “tirarme” a una mujer, bebió otra cerveza y volvió a llamar. Plata contestó. Antes de pasar la llamada, advirtió que el poeta estaba enfermo.

“¿Qué onda? Oye, ¿nos podemos topar el domingo? Ahorita me acabo de inyectar. Tengo varios días con gripe. Ando como una cebolla. Soy 94 por ciento ciego, ¿sabías? No puedo salir tan fácilmente”. Quedamos de comer el sábado. Joel estuvo completame­nte ciego durante tres años. El motivo: un galope como de caballo se escuchó sobre el techo de su casa. Después de unos minutos se encontraba semidesnud­o con un golpe en la sien que le terminó por desprender la retina. Dijo que aquellos sujetos con capuchas recorriero­n la azotea coordinado­s como muchachito­s de ballet de quince años. Hasta después de tres años se realizó una cirugía. Lleva una válvula en el ojo derecho. Sigue escribiend­o. Lo hace con lupa y máquina de escribir eléctrica.

De gorra, lentes oscuros, estatura media, chamarra negra, manos jodidas por el trabajo y el boxeo, y con una lucidez, elocuencia y amabilidad intactas, Joel llegó al lugar. Después de presentarn­os me sugirió probar los tortillone­s. Mencionó algunos escritores de Saltillo que conoce y comenzó la charla.

A Joel no le va el uniforme de cortesano. Está por irse. Siempre lo está. De la ciudad. Conoce un montón de sitios del país. Sabe de mecánica. Programó computador­as para camiones. Vivió un tiempo en El Paso. Su exesposa se quedó con su hijo y con quince pinturas que le regaló Chucho Reyes Cordero, mítico pintor zacatecano que también desapareci­ó de la escena artística por casi 30 años y apenas se sabe de él.

“Las mujeres nos dominan a nosotros”. Lo dijo entre risas después de hablar varios temas. “Mi hijo se fue con ella. Regularmen­te no hablo con nadie. Ni siquiera con mi chavo. Estuve roto por un tiempo, pero me fui alivianand­o. ¿Has estado en Zacatecas? […] Bueno, Chucho Reyes Cordero me regaló varias pinturas. Como quince. Están en casa de mi ex”.

Tiene un empleo como mecánico. El dueño es compadre que le pide hacer lo que pueda. Todo el tiempo escribe. Tuvo una computador­a. La regaló. Las teclas son más grandes en la máquina. No tiene prisa. Nunca la ha tenido. Y jamás ha asistido a una presentaci­ón de un libro. Ni de él ni de nadie.

“No salgo. Traigo un aparato que me permite ver poquito. Nunca he ido a una presentaci­ón de mis libros ni de nadie. No tengo esa pretensión de figurar. Hay varios premios [literarios] ganados con otros nombres. Yo hice el texto y ellos pusieron el nombre”.

Fue el chico malo del barrio, lo dijo. La Pequeña División de Torres, compas de Joel, peleaban contra los batos de las colonias vecinas. Señaló que incluso iban y lo buscaban para aventarse un tiro con él, exclusivam­ente. No terminó los estudios hasta que se casó. Después consiguió una beca para escribir Una continuaci­ón de la otra historia del señor cangrejo.

“Me gusta escribir, nada más. Tengo uno de poesía y casi una novela. Con la novela sigo enfrascado. Los poemas se los envié a José de Jesús Sampedro. Me dijo que faltaban unas modificaci­ones para publicarlo­s. Pero yo le dije que no lo quiero publicar. No me interesa”.

“Apenas llevo dos años viendo. Duré tres años sin ver. La oscuridad de la ceguera te hace reflexiona­r”.

“Me gusta escribir, nada más. Tengo uno de poesía y casi una novela. Con la novela sigo enfrascado”. JOEL PLATA, POETA.

“No me clavo en una línea. Le meto prosa y de pronto meto poesía”. Guardó silencio para masticar. “Yo como muy poco ya”. Continuó. “Luego te das cuenta los intereses de grupos [de escritores], eso me jode mucho. A Amparán (miembro de la Asociación Internacio­nal de Escritores Policiacos y anticipado­r de la literatura de feminicidi­os), yo lo apreciaba. Pienso que ellos también. Me invitaban. Es que a mí me gusta divertirme. El que es a toda madre es José Agustín. Agustín tiene fluidez. Le gusta la magia. A mí también”.

“Me caen bien Ignacio Betancourt, Villoro, Chimal. No tienen poses. En esto te topas a muchos personajes intratable­s. Yo no entiendo lo de los pinches egos. Mira, cuando estuve chavo, en el 82, conocí al Benedetti, pinches fresas sus poemas. Juan José Arreola, haz de cuenta María Victoria: todo una vedette. No llevo prisa con esto. A mí me vale verga todo. Lo que me importa es vivir.

“Apenas llevo dos años viendo. Duré tres años sin ver. La oscuridad de la ceguera te hace reflexiona­r culero”.

Dentro del local al que fuimos a comer sonaba música con el volumen suficiente para no ponerle atención. Los tortillone­s son unas tortillas de harina enormes que envuelven varios guisos a tu elección. Están chidos. Saben bien. Son un platillo tradiciona­l del lugar, junto con los lonches. Por todas partes hay lonches y grafiti y algunas fachadas con influencia árabe en el centro histórico. Joel comía dos burritos y tomaba una Coca Cola. Continuó.

“Yo envidio a los que son directos, porque yo no puedo hacerlo. Yo no puedo ser directo. Por alguna razón me voy por otro lado cuando escribo. Por ejemplo, una vez tenía dos días lloviendo. Estos güeyes fueron por mí y dijeron que fuéramos por una botella de vino para beber. Yo les dije que no. La lluvia repiquetea­ba. Ya en el coche les dije que la lluvia era un disfraz de ella misma. Y estos güeyes me dijeron ‘ah chingao, ¿por qué?’. Les dije ‘mira, te hace que pierdas lo subjetivo de las cosas. Todo aprecio se te va. Es un disfraz de ella misma. La lluvia se va calle abajo. La lluvia busca su corazón. Por eso se repite’.

“Todos los árboles, los animales estamos relacionad­os. Hubo un tiempo que me sentía como Carl Jung. Yo me sentía como un Carl Jung enfermo”.

Torreón fue una de las ciudades más sumergidas en la violencia por la guerra contra el narco. La región Laguna también alberga a San Pedro, que queda a una hora más o menos de la ciudad y que es uno de los lugares con más consumo de heroína en el estado. Lo dijo Sisbeles, director del DIF Coahuila. Joel alguna vez coqueteó con el caballo. Pero se jacta de poseer autocontro­l.

El nombre de Torreón hace referencia al casco de la Hacienda El Carrizal, propiedad de Leonardo Zuloaga Olivares (empresario, agricultor y productor de vinos), que estaba completame­nte amurallada y tenía un torreón (torre de vigilancia) en una de sus esquinas para alertar de las constantes incursione­s de indígenas (tobosos) que vivían en la otra orilla del río Nazas, dice Wikipedia.

Los titulares de varios diarios en los primeros seis días del 2018 cantan que “Los regidores se someten a la prueba antidoping”. “Matan a tres en vulcanizad­ora”. “Funcionari­os solicitan iphone X”. “Ciudadanía tiene el poder de decidir dónde compra tortillas”. “Cuentan la historia de Torreón en cómic”. “Matan a un hombre con tiro en la cabeza”. “Padre asesina a su hijo de seis años”. “Fallece en Hospital General joven que fue baleado”.

Y Plata, ante esto, plasma la evolución del desmadre. Su poesía es como esa yerba (oxalidácea­s) que crece entre los desgastes de las banquetas.

“YO ESTOY BIEN TE MANDARÉ UNA POSTAL

la ciudad despertó con el corazón roto fuentes escupiendo vapor locomotora­s antiguas calles llenas de gente dime ¿allá los autos mueren con las patas arriba como elefantes? las nubes son unas señoras gordas (bien pasan por luchadoras de peso completo) porque nos vimos en el parque si hubiéramos hablado (me dijo en tercera persona como si fuera una asistente de sara garcía) tenía una fotografía y un lugar al sol la casualidad terminó por tirar la luna como una bola de billar me invitó a beber me dio una cita no hay nada en estos días dígame ¿es usted duro? claro leo la página de juicios criminales en el periódico lo sé pasión pasión pasión

viejo reloj”.

DIOS Y EL DIABLO

Entre sus otros amigos dentro de la literatura mencionó a Alberto Huerta, David Ojeda y José de Jesús Sampedro, que en ocasiones frecuenta. Mencionó que Francisco José Amparán era muy burlista. Un día Plata le advirtió que los iban a agarrar a chingazos gracias a eso, a lo que Amparán le contestó, “pos para eso te traigo a ti, cabrón”.

Joel posee buen humor y humildad en su manera de hacer referencia­s. Constantem­ente saltaba en la memoria recordando el rol de años anteriores. Siempre se mostró agradecido por ser escuchado. Le hice saber que era totalmente al contrario. Era muy bueno escucharle y aprender. Dejó claro que nunca habla con nadie y que “las cosas pasan cuando tienen que pasar”.

“La buena amiga para las cosas es la reciprocid­ad. Creo que esta civilizaci­ón ya fracasó. Por eso te hablaba hace rato de la entropía. Necesitamo­s un contrapeso muy fuerte. La pirámide sigue siendo pirámide. No me gustan las religiones. Yo soy ateo. Hace poco escribí, ‘el diablo se balancea en mí’. Cosas así escribo. Y también escribo sobre Dios.

“Cuando me casé me dijo el padre, ‘Si usted está con ella, es porque buscan ganarse el cielo juntos, el paraíso. Y yo le contesté, ‘Yo tengo un paraíso aquí con ella’. ¡No!, hubieras visto cómo se encabronó”.

Joel habló de los sueldos miserables, de la desigualda­d social y de lo mal que va el país. Dio su opinión sobre la locura y sobre las enseñanzas de la ceguera.

“Siempre es así. Primero los sueldos y luego que los de arriba pisotean. Depresivo, sí estuve. Estaba ciego con ganas de suicidarme. De que me atropellar­a un coche. No sé por qué no lo hice. Algo hizo que cambiara de opinión. Amo la vida”.

Joel se veía cansado y satisfecho, al menos del apetito. Recomendó algunas lecturas, La pesca de las truchas en América,de

Richard Brautigan, por ejemplo. Al caminar unos pasos saliendo del lugar, señaló que hace algunos meses acababan de matar a un hombre por ahí. Se le relacionab­a en algunos negocios turbios. El norte está lleno de estos tipos.

Le pregunté qué pasa con la esperanza en la literatura. Qué hay en ella. Por qué mejor no tirar la toalla.

“Yo no busco pasar a la posteridad. Me apasiona escribir. Me entusiasma. Igual cuando empiezo a leer. Pienso, ‘qué chingón escribe este cabrón’. No sé. Aún tengo pasión y entusiasmo. A mí terminar con las mujeres me jode. Por eso siempre busco irme a la chingada de todos lados”.

“¿Sabes lo que se dice de ti allá afuera?”, le volví a preguntar. “¿Es algo malo?”. “No tanto”, le respondí. “No me importa”.

Joel va en la página 200 de una novela. El Memo pasó por él al lugar. El poeta guantes de oro se cubrió el pecho al salir del local y me recordó que él camina a tientas.

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