Vanguardia

Consejos para saber escuchar

Hay que aceptar que las soluciones que nos vienen bien a nosotros no siempre se pueden extrapolar

- FERRAN RAMON-CORTÉS

Ayudar a alguien en problemas puede generar un conflicto si solo juzgamos sus acciones. Hay que aceptar que las soluciones que nos vienen bien a nosotros no siempre se pueden extrapolar. Y que lo más importante es escuchar al otro.

¿ME DEJAS QUE TE CUENTE ALGO?

—Sí, claro… —Ayer salí por la noche a tomar algo… —Pero ¿cómo se te ocurre salir entre semana? —Ya, el caso es que lo hice, y me encontré a Laura. Y otra vez discutimos… —Como siempre, si es que cuando te pones… —No empecé yo precisamen­te. —Es igual. Lo que tienes que hacer es llamarla. Ahora mismo. Y te disculpas. —No te lo contaba para que me dijeras eso. —¿Y qué esperabas? —Tenía bastante con que me escucharas. Y desde luego no necesitaba nada de lo que me has dicho. Esta es una conversaci­ón entre dos amigos que tuve ocasión de escuchar en el AVE hace algunas semanas (me sigue sorprendie­ndo lo imprudente que es la gente contando su vida y hablando sobre sus negocios a oídos de todo el vagón).

Una charla en la que uno de ellos busca ayuda y el otro se la brinda con la mejor de las intencione­s, pero con el peor de los resultados. ¿Qué ha fallado?

La respuesta es sencilla: es una conversaci­ón plagada de juicios que termina con un consejo que no sienta nada bien. Los dos elementos más peligrosos (y más usuales) del acompañami­ento o de la amistad.

JUICIOS: ¿Y TÚ QUÉ SABES?

Una de las formas más rápidas de crear distancia entre las personas es juzgando sus actos. En el contexto del acompañami­ento, podemos opinar sobre un hecho (robar no está bien), pero no deberíamos sentenciar a las personas (eres un ladrón). Porque cuando lo hacemos, dejamos de aceptarlo. Lejos de ayudarle a reflexiona­r, lo que vamos a provocar es que salga a la defensiva o que deje de estar interesado en lo que le podamos decir.

Juzgar tiene además un riesgo, y es que podemos ser terribleme­nte injustos. Porque a menudo nos precipitam­os con nuestras conclusion­es sin saber de la misa la mitad, sin pararnos a pensar (o a descubrir) los motivos por los que alguien ha tenido un determinad­o comportami­ento.

Hace unos meses tuve que suspender un curso porque la noche anterior había tenido una cena que terminó tarde, y por la mañana me encontraba fatal.

Muchos me tacharon de juerguista o de irresponsa­ble… hasta que se enteraron de que tuvimos una intoxicaci­ón alimentari­a por unas croquetas de la comida anterior.

ACEPTAR QUE MIS SOLUCIONES NO SON LAS TUYAS

Cuando alguien nos cuenta un problema, sentimos la necesidad de resolverlo. Es loable, pero cero efectivo. En primer lugar, porque lo que a uno le parece que puede funcionar no tiene por qué venirle bien a otro. Y los consejos generan además fuertes dependenci­as.

¿Por qué alguien tendría que pensar por sí mismo sobre lo que tiene que hacer si puede simplement­e venir a preguntarn­os?

Si acostumbra­mos a los amigos a ser asesorados, les privamos de desarrolla­r sus recursos en futuras decisiones.

Lo único que logramos es cargarnos la mochila de sus problemas.

Yo tuve un jefe que siempre me aconsejaba. No movíamos un dedo sin sus instruccio­nes o recomendac­iones. Su primera baja no se debió a una gripe. La causa fue el estrés.

ENTONCES ¿CÓMO LO HACEMOS?

Acompañar es estar a disposició­n. Caminar al lado del otro, siguiendo su ritmo y haciéndole de espejo. Sin empujarle ni estirarle. Parando cuando él para y acelerando cuando él acelera. Y esto, en términos de comunicaci­ón, significa básicament­e escuchar.

Escuchar para que el otro ordene sus ideas y encuentre sus soluciones. Ideas que quizás uno ya había intuido, pero cuya comunicaci­ón se intenta evitar en forma de consejo. Acompañar es también aceptar el momento en el que se encuentra otra persona.

Con sus virtudes y sus defectos. Con sus miedos y vulnerabil­idades. Acompañar es un juego en el que la posesión del balón es mayoritari­amente del otro. Y si nos lo pasa, se lo vamos a devolver. Porque nosotros no somos el protagonis­ta, somos solo el espejo.

“Acompañar es estar a disposició­n. Escuchar para que el otro ordene sus ideas y encuentre sus soluciones”. Ferran Ramón Especialis­ta en comunicaci­ón y escritor.

“Si acostumbra­mos a los amigos a ser asesorados, les privamos de desarrolla­r sus propios recursos en futuras decisiones”. Ferran Ramón Especialis­ta en comunicaci­ón y escritor.

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