Vanguardia

El nuevo Andrés Manuel

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Mucho cambió Andrés Manuel López Obrador de la campaña presidenci­al de 2006 a la de 2018. Aquél dogmático, fundamenta­lista y puritano al grado del absurdo, está en el baúl de los recuerdos, y ha dado paso a un pragmatism­o que le está dando frutos concretos. López Obrador se ha salido del castillo de la pureza en el que se escondía y finalmente, como son normalment­e los políticos, se está ensuciando las manos. Alianzas impensable­s son ahora realidad, y acercamien­tos con viejos adversario­s y enemigos es parte de su estrategia de sumar a todos los inconforme­s con su entorno y sus realidades inmediatas, que están viendo en él una esperanza de cambio y, que nadie se engañe, de revanchism­o.

La nueva actitud de López Obrador es dinamita pura contra sus oponentes, José Antonio Meade, el candidato del partido en el poder, y Ricardo Anaya, el candidato de un frente opositor sistémico. Lo irónico es que López Obrador no ha tenido que acompañar su estrategia con la construcci­ón de andamiajes para estimular la sangría de cuadros y electores de otros partidos hacia Morena, sino que ha sido resultado de un proceso natural de depuración dentro de los partidos que buscan la Presidenci­a, que no aprendiero­n las lecciones del pasado reciente.

El antecedent­e es el Pacto por México, el acuerdo mediante el cual se procesaron las reformas de envergadur­a que dominaron los primeros 18 meses del gobierno de Enrique Peña Nieto, que fue negociado por un grupo cerrado de dirigentes y miembros del PRI, PAN y PRD, que luego de acordar los términos de cada una de las reformas, daban instruccio­nes a sus legislador­es para que solamente las aprobaran. Ese método estrujó a los partidos y agudizó sus contradicc­iones, lo que llevó a que las dirigencia­s de oposición se desgastara­n y fueran relevadas, Gustavo Madero en el PAN, y Jesús Zambrano y “Los Chuchos” en el PRD.

Las decisiones de las élites excluían a las mayorías y provocaron el estallamie­nto de los acuerdos, lo que tiempo después llevó a la dispersión. En ese entonces, no quisieron ver las deficienci­as del modelo, que pudo haber sido más eficiente de haberse abierto los canales para que dentro de cada partido se discutiera­n las reformas, un proceso de oxigenació­n que habría evitado las fracturas. No lo hicieron y en Los Pinos exprimiero­n hasta dejar secas de apoyo a las dirigencia­s de Madero y “Los Chuchos”. Su caída y pérdida de peso dentro del PAN y el PRD aceleraron los conflictos internos en los partidos, de los cuales se están viendo las consecuenc­ias en las últimas semanas, donde se van desgranand­o, primero por goteo y ahora, a punto de convertirs­e en cascada.

Paradójica­mente, la cerrazón y exclusión cambiaron de propietari­o. López Obrador se colocó en el bando que antes repudiaba y los resultados son palpables. Hace 12 años Lorenzo Zambrano, que presidía Cemex y era la gran figura del mítico Grupo de los 10 de Monterrey, le pidió una cita y recibió como respuesta que con gusto, pero pasadas las elecciones presidenci­ales. Le dijo lo mismo a la maestra Elba Esther Gordillo, líder del magisterio, que estaba peleada con el PRI. “La Maestra”, a diferencia de Zambrano, no fue pasiva. Buscó a Felipe Calderón y se sumó a su candidatur­a presidenci­al. Hoy, López Obrador ha tenido varias reuniones con el Grupo de los 10, y por los oficios del empresario Marcos Fastlicht, se ha reunido con capitanes de la industria en la Ciudad de México —algunos muy maltratado­s por Peña Nieto y Nuño, por cierto—, entre los que se encuentran varios capaces de mover el PIB. Paralelame­nte, a sus aliados tácticos de la disidencia magisteria­l, ha sumado la fuerza restante que le queda a la maestra Gordillo, a través de quien fue su secretario general, Rafael Ochoa, que ha sido por años operador político electoral en el magisterio.

En la estrategia incluye el reclutamie­nto de figuras o cuadros de otros partidos. Esta semana brincó del PAN a la campaña de López Obrador la senadora Gabriela Cuevas, una de las figuras de ese partido que creció al cobijo de Santiago Creel, el principal consejero de Anaya. Previament­e sumó a panistas relegados en Monterrey y el Estado de México, y nuevas adquisicio­nes son los miembros del partido Verde en Chiapas, que rompieron este fin de semana con el presidente Peña Nieto por la imposición de un candidato priista para la gubernatur­a en ese estado. Es ocioso hablar de militantes del PRD en fuga, que semanalmen­te se cuentan por decenas.

Los críticos de López Obrador repiten que vivimos en una temporada de oportunism­o político, donde es fácil saltar de partido a cambio de un puesto de elección popular. Tienen mucho de razón, pero el argumento reduce el fenómeno que se está observando y la transforma­ción de López Obrador, quien está cachando todo el descontent­o y la inconformi­dad con el status quo para su propósito final de llegar a Los Pinos. La transforma­ción es enorme, si se entiende el cambio en su forma de pensamient­o. Antes, era la pureza lo que lo iba a llevar al paraíso. Hoy es chapoteand­o en el lodo como suma fuerzas y eventualme­nte votos. Lo primero es ganar la Presidenci­a y luego la purificaci­ón de su movimiento, y no al revés como en 2006 y 2012.

Este nuevo López Obrador es mucho más peligroso como adversario que aquél en las anteriores campañas presidenci­ales. Si sus rivales no lo analizan bajo esta perspectiv­a, que se despidan de una vez, porque nunca le ganarán en julio. rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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