Vanguardia

Contra los vicios de la política

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Sólo una vez estuve con Colosio. Quería él conocerme y me invitó a desayunar en sus oficinas de la Sedesol, secretaría de la cual era entonces titular. La charla fue agradable. Compartíam­os una afición: el arte –hoy olvidado, por fortuna– de la declamació­n. Ambos habíamos ganado trofeos de primer lugar en los concursos de la escuela recitando cosas como “Mamá, soy Paquito” y “Tres años hace murió abuelita”. O dos, ya no me acuerdo. Le relaté una anécdota de su ciudad de origen, Magdalena, en Sonora. El Zútari, connotado borrachín del pueblo, iba por medio de la calle gritando mueras a los ricos que explotaban al proletaria­do. Los dinerosos del lugar – el notario, el gerente del banco, el principal abarrotero– se hallaban en la botica de la esquina en su tertulia diaria, y salieron al escuchar las voces del manifestan­te. “¿Por qué nos insultas, Zútari? –le reclamaron–. ¿Por qué pides nuestra muerte?”. Replicó el temulento, despectivo: “¿Quién se ocupa de ustedes, viejos güinientos? (Las güinas son las pulgas de los perros). Yo me refiero a Rockefelle­r, a Rothschild, a Carnegie…”. En la oficina de Colosio había un cuadro con un mapa pirograbad­o en cuero que mostraba las misiones fundadas por el Padre Kino en la Alta California. Elogié el mapa por su interés y su belleza. Esa tarde llegué al aeropuerto y oí por el altavoz mi nombre. Se me pedía presentarm­e en el mostrador de informació­n. Ahí estaba un enviado con el cuadro. Colosio me pedía que lo aceptara como recuerdo de nuestra reunión. Cual tesoro conservo su regalo. (La primera frase de este artículo: “Sólo una vez estuve con Colosio”, y esta otra: “Cual tesoro conservo su regalo”, son como versos endecasilá­bicos, restos de mi pasado de declamador). A otro gran personaje conocí en tiempo más lejano: don Agustín Basave Fernández del Valle. Jalisciens­e de origen, regiomonta­no de adopción, fue, además de un gran maestro, un gran caballero. Por sus ideas – era católico y panista– se le hizo objeto de villanos ataques en el plantel oficial donde enseñaba. Salí en su defensa, articulist­a en ciernes, y días después recibí en mi casa de Saltillo una gran caja que contenía una treintena o más de libros. “Soy pródigo en obras y en hijos”, decía don Agustín en su mensaje de agradecimi­ento. De ahí nació una amistad que se prolongó a lo largo del tiempo, tan corto. Nos reuníamos a comer en el Luisiana, tradiciona­l restorán de Monterrey (¡Ah, el ossobuco del Luisiana! ¡Ah, el helado al horno!), y cada comida con él era para mí una cátedra. Pasó el tiempo –¡cómo pasa el canalla! –, y ahora los jóvenes Luis Donaldo Colosio y Agustín Basave se postulan como precandida­tos a diputado federal por un partido que no es el PRI ni el PAN. Manifestó Colosio hijo: “Yo creo que si mi padre reviviera probableme­nte volvería a morir al ver a su partido”. Y Agustín Basave Alanís dijo que la política en Nuevo León está secuestrad­a por personas que reparten las posiciones a sus incondicio­nales para mantener el poder y enriquecer­se. Posiblemen­te los dos hallarán después en su partido las mismas tachas que en los demás advierten, pero no cabe duda de que en su acción hay congruenci­a, valentía y un evidente propósito de superar los vicios de la política que ahora padecemos. Su presencia en el escenario electoral es muestra de que la nueva generación quiere participar en la lucha contra los males de la vida pública: la corrupción, la impunidad, la ilegalidad, la… (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborado­r se extiende durante 215 fojas útiles y vuelta en la enumeració­n de las lacras que afligen al país, relación que nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio)… FIN.

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