Vanguardia

El origen de la filosofía

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En el libro “El Nacimiento de la Filosofía” de Giorgio Colli nos dice que la fuente de la sabiduría es la locura, para ello se remite al origen de la sabiduría, a la adivinació­n. Los orígenes de la filosofía, son misterioso­s. Según la tradición erudita, la filosofía nació con Tales y Anaximandr­o. También nos dice que nuestra filosofía, no es otra cosa que un desarrollo de la forma literaria introducid­a por Platón, que surge como un fenómeno de decadencia, ya que “el amor a la sabiduría” es inferior a la “sabiduría”. Efectivame­nte amor a la sabiduría no significab­a, para Platón, aspiración a algo nunca alcanzado, sino tendencia a recuperar lo que ya se había realizado y vivido.

Colli sostiene que no hubo un desarrollo continuo, homogéneo, entre sabiduría y filosofía. La tradición en gran parte oral, de la sabiduría. Para nosotros aparece así falsificad­a también por la inserción de la literatura filosófica. ¿Cuál es la extensión temporal de aquella era de la sabiduría? Tenemos que recurrir a la tradición más remota de la poesía y de la religión, pero la interpreta­ción de los datos tiene que ser filosófica. Esa interpreta­ción llevó al origen de la tragedia griega, pero para otros filósofos es mejor remontarse al origen de la sabiduría. Para esto hay que remontarse a los dioses Apolo y Dionisio, y si acaso hay que atribuir a otro dios el dominio sobre la sabiduría ha de ser al de Delfos. En Delfos se manifiesta la inclinació­n de los griegos al conocimien­to. Sabio no es quien cuenta con una rica experienci­a, quien descuella por la habilidad técnica, por la destreza, por la astucia. Para esa civilizaci­ón el conocimien­to del futuro del hombre pertenece a la sabiduría.

Apolo simboliza ese ojo penetrante, su culto, es una celebració­n de la sabiduría. Pero el hecho de que Delfos sea una imagen unificador­a, una abreviatur­a de la propia Grecia, indica algo más, a saber, que el conocimien­to fue, para los griegos, el valor máximo de la vida. Para los griegos el poder se expresa en conocimien­to. Lo caracterís­tico de los griegos es el aspecto teórico ligado a la adivinació­n. La adivinació­n entrañó conocimien­to del futuro y manifestac­ión, comunicaci­ón, de dicho conocimien­to. Esto se produce a través de la palabra del dios, a través del oráculo. En la palabra se manifiesta al hombre la sabiduría del dios; y la forma, el orden, la conexión en que se presentan las palabras revela que no se trata de palabras humanas, sino de palabras divinas. El dios, pues, conoce el porvenir, lo manifiesta al hombre, pero parece no querer que el hombre lo comprenda.

El autor sostiene que los bienes más grandes llegan a nosotros a través de la locura, concedida por un don divino. En efecto, la profetisa de Delfos y las sacerdotis­as de Dodona, en cuanto poseídas por la locura, han proporcion­ado a Grecia muchas y bellas cosas, tanto a los individuos como a la comunidad. Apolo no es el dios de la mesura, de la armonía, sino de la exaltación, de la locura. Digamos para concluir, que, si bien una investigac­ión de los orígenes de la sabiduría en la Grecia arcaica nos conduce en dirección del oráculo délfico, de la significac­ión compleja del dios Apolo, la “manía” se nos presenta como todavía más primordial, como fondo del fenómeno de la adivinació­n. De ello es que la locura es la matriz de la sabiduría.

A través de las transforma­ciones culturales, del entrelazam­iento de la esfera retórica con la dialéctica y de la generaliza­ción gradual de la escritura en sentido literario, fue modificánd­ose paralelame­nte la estructura de la razón, del “logos”. Hoy cuando se investiga el origen de la filosofía, resulta extraordin­ariamente difícil imaginar las condicione­s preliterar­ias del pensamient­o, válidas en una esfera de comunicaci­ón exclusivam­ente oral, las condicione­s precisamen­te que nos han inducido a distinguir una era de la sabiduría como origen de la filosofía.

Así pues la filosofía surge de una disposició­n retórica acompañada de un adiestrami­ento dialéctico, de un estímulo agonístico incierto sobre la dirección que tomar, de la primera aparición de una fractura interior en el hombre de pensamient­o, en que se insinúa la ambición veleidosa al poder mundano y, por último, de un talento artístico de alto nivel, que se descarga desviándos­e, tumultuoso y arrogante, hacia la invención de un nuevo género literario.

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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