Sexenios o ¿ferias presidenciales?
En el Motel Kamagua hay este anuncio: “¡Sea usted original! ¡Traiga a su esposa!”… La mujer del jefe indio le dijo: “Sí, ya sé que te llamas Toro Sentado. Pero también hay otras posiciones”… Rosibel, la secretaria de don Algón, lo amenazó: “Jefe: o me da el aumento de sueldo que le pido o traigo mi diario y lo leo en la próxima junta de personal”… Facilda Lasestas causó el asombro a sus antiguas compañeras de colegio cuando en la reunión anual encendió un puro. Le preguntó una, intrigada: “¿Desde cuándo fumas eso?”. Contestó doña Facilida: “Desde que mi marido llegó a la casa cuando no lo esperaba y vio un puro humeando en el cenicero de mi buró”… En la fiesta le pidieron a una chica que cantara “Despacito”. Lo hizo, aunque de prisa. Al término de la interpretación la felicitó Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne: “¡Qué bien cantas!”. Respondió ella: “Y eso que tengo laringitis”. Pitongo la invitó a bailar. Acabada la pieza volvió a encomiarla: “¡Qué bien bailas!”. Repuso la muchacha: “Y eso que tengo pies planos”. Seguidamente la invitó a su departamento. Una vez efectuado el consabido trance, Afrodisio repitió el elogio: “¡Qué bien follas!”. Declaró la chica: “Y eso que tengo herpes”… Un tipo discutía con otro en el bar. Le dijo, retador: “Soy hombre de pocas palabras”. “No importa –manifestó el otro–. Te vendo un diccionario. Ahí vienen muchas”… En la noche de bodas Simpliciano tomó por los hombros a Pirulina, su linda mujercita, y le preguntó, solemne: “¿Soy el primero con quien haces esto?”. Contestó ella: “Antes de responderte necesito que me digas qué vamos a hacer y cómo, para saber si es la primera vez que lo hago”… En los tempranos tiempos de mi primera juventud –ahora estoy viviendo la segunda– había un carnaval llamado Atracciones Sotelo que iba de ciudad en ciudad llevando sus “aparatos mecánicos”, así anunciados para significar que no se movían con fuerza humana, como el volantín o los caballitos de las ferias pueblerinas, sino con motor eléctrico. Recuerdo con agrado uno de esos aparatos: El Gusano, formado por carritos para dos ocupantes –novios, claro– que daban vueltas y vueltas y los tapaba de pronto una cubierta de tela verdinegra –de ahí lo de gusano–, momentánea cobertura que aprovechaban los galanes para robar un beso, o dos o tres a sus dulcineas. Otro aparato recuerdo, aunque éste no con mucho agrado. Se llamaba El Tíbiri-tábara, pero nosotros le dábamos el nombre de Vomitíviri-vomitávara, pues el tal aparato te subía a las alturas en una jaula que llevaba un asiento de metal. Allá arriba te ponía de cabeza y te hacía girar con velocidad de vértigo por todos los rumbos cardinales. Terminaba ese martirio que parecía eterno y por el cual habías pagado cinco pesos. Llegabas por fin a la superficie de la Tierra, que creías perdida para siempre, y bajabas del maldito artilugio haciendo eses como borracho perdido y echando las tripas con duodeno, píloro y todo lo demás, entre la rechifla y chocarreras burlas de la inculta plebe. Pues bien, cada sexenio presidencial es como una feria, sólo que éstas han sido a veces trágica, y cómicas en ocasiones. Con Salinas de Gortari entramos en la carpa llamada El Laberinto, de donde algunos no salieron vivos. De ella nos sacó Ernesto Zedillo. Las frivolidades y ocurrencias de la pareja presidencial, Marta y Fox –se mencionan por orden de importancia– nos condujeron a la Casa de la Risa. Calderón nos hizo entrar en el Túnel del Terror. Peña Nieto nos llevó a la Rueda de la Fortuna, pues muchas se hicieron en estos últimos años. Preparémonos ahora, señoras y señores, a subir a la montaña rusa de López Obrador… FIN.