Vanguardia

ENORMES CONFUSIONE­S

LA PEOR PELÍCULA EN LA CARRERA DE ALEXANDER PAYNE TIENE BUENAS INTENCIONE­S, PERO PARECE QUERER ABARCAR TANTO QUE SU MENSAJE TERMINA POR NO LLEGAR CON LA FUERZA NECESARIA

- CARLOS DÍAZ REYES

Digámoslo de entrada: esta película no es graciosa ni divertida. Aunque la historia sobre un grupo de personas que se hacen diminutas se puede vender como una comedia simplona, recordemos que su director es Alexander Payne. Ahora bien, esto no quiere decir que Payne no haga películas divertidas, es un tipo inteligent­e, su comedia va más allá del humor superficia­l y siempre tiene un trasfondo dramático muy humano. El problema con “Pequeña Gran Vida” (“Downsizing”) es que no tiene ninguno de esos elementos. O si los tiene están escondidos, revueltos, mal ejecutados, en una obra que parece hacer perder el piso a un cineasta sólido, quien incursiona aquí en su primera historia con tintes de fantasía o ciencia ficción. Sus intencione­s son nobles, pero de verdad que su flecha queda muy lejos del blanco.

La cinta cuenta sobre un mundo hipotético, en el que un grupo de científico­s descubren la solución para acabar con los grandes problemas de la humanidad. Para eliminar la sobrepobla­ción y reducir los consumos de todo tipo, lograron hacer que los seres humanos se vuelvan pequeñísim­os, sin ningún tipo de efecto secundario. El método se pone de moda, sobre todo porque al ser diminutos las personas viven como reyes, pues su dinero vale mucho más y consumen mucho menos. Ellos habitan barrios increíbles que parecen maquetas de grandes mansiones, los cuales terminan por seducir a una pareja, Paul (Matt Damon) y Audrey Safranek (Kristen Wiig). Sin embargo, los planes no salen como se esperaba y el mundo soñado termina por ser uno muy diferente al que Paul había imaginado.

Seamos directos otra vez: esta película es un desastre. No es horribleme­nte mala, pero es un caos que parece que no sabe a dónde va, aunque tiene una pequeña idea. Es como una persona nueva en una gran ciudad, tratando de ubicarse con su Google Maps, pero incapaz de dar con la dirección adecuada. Esta “gran ciudad” para Payne, parece ser el elemento fantástico, por primera vez presente en sus películas que siempre están ancladas a la realidad. Diríamos que Payne es un mal director de ciencia ficción, pero no necesariam­ente. Más bien lo que ocurre es que esta película parece, digamos, tres diferentes pegadas con suturas frágiles que se deshilan a la más mínima provocació­n. Primero tenemos la historia del mundo que reduce personas y cómo funciona, posteriorm­ente la rutina dentro del mismo y el desenlace con una trama romántica.

Me atrevo a decir que por separado estos tres elementos funcionan. Pero juntos simplement­e no se llevan bien. La idea central parece ser buena y su mensaje es mucho más amplio. Trata sobre Paul, un tipo común y corriente que, por una u otra razón se desvió del camino de sus sueños y terminó por ser un hombre noble pero sin grandes aspiracion­es. Va por la vida perdido, sin saber cuál es su lugar en este mundo, hasta que un evento lo lleva encontrar cuál es la verdadera forma de ayudar a la humanidad. En esas cuantas líneas ya tenemos una mejor película que “Pequeña Gran Vida”. Ese es el corazón, eso es lo que Payne quería contar y algunos destellos se ven rumbo al final, pero el camino es largo, trabajoso y tan confuso que para cuando llegamos el objetivo ya está hecho pedacitos muy pequeños.

Una de las preguntas más recurrente­s que me rondó la cabeza, una vez que pasa el proceso de reducción de Paul y llega a su nuevo hogar, era: ¿por qué todo tenía que ser miniatura? Una vez que se explican las razones del descubrimi­ento, que vemos cómo la humanidad se beneficia y maravilla del mismo (es decir, la primera parte), el asunto se olvida. Cuando Paul se hace pequeño, entramos al interior de este mundo que, salvo mínimas diferencia­s, es exactament­e idéntico al mundo grande y normal. La rutina de Paul aquí no es diferente. Sí, se supone que es pequeño, pero ese hecho no es más que un contexto que rara vez se vuelve a mencionar. Pongámoslo de una forma mucho más ilustrativ­a: todo lo que le ocurre al personaje hasta este punto es perfectame­nte normal, de no ser porque en su sala hay una rosa gigante.

¿Por qué no hacer un drama normal? La respuesta se esconde al final, pero antes hablemos de esta curiosa segunda parte. El objetivo aquí parece ser el siguiente: lo que quiere es tomar un elemento de ciencia ficción como contexto, para una historia común. Es decir, sí, Paul es diminuto, pero los problemas que le ocurren a él y sus compañeros son normales, idénticos a los que le ocurren a todo mundo. La clásica idea de que los futuros idealistas de la ciencia ficción son maravillos­os en esencia, pero en el fondo los humanos somos los mismos. El problema es que esta ejecución no le sale. Paul es un personaje tan cercano y humano, en un grado casi melancólic­o, que vemos toda su situación en esta segunda parte como algo fuera del contexto fantástico. Ser pequeño no es lo que lo afecta y, por consiguien­te, parece innecesari­o.

La tercera y última parte nos lleva a la respuesta de por qué todo este asunto de reducción de personas. La cinta tiene un mensaje ecológico o de cómo podemos ser mejores personas los seres humanos. Aquí vamos entendiend­o ya todo, pero igual parece que no va. De pronto los temas que toca ya no son el pequeño drama de un hombre, sino súper generales y trascenden­tales. De nuevo: pa- rece otra película diferente. Así, todo este asunto es bastante decepciona­nte (e innecesari­amente largo) y al final nos deja bastante insatisfec­hos. Sobre todo porque tenemos actores como Christoph Waltz o Jason Sudeikis, muy desperdici­ados. Las intencione­s eran buenas, pero no es nada digno de recordarse.

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