ELIGE IMSS AL ESTADO PARA CLÍNICA CONTRA CÁNCER DE MAMA
Uno de los vicios más ampliamente compartidos por los integrantes de nuestra clase política es el simplismo desde el cual suelen plantear soluciones para problemas complejos. Soluciones que, a primera vista, dan la apariencia de ser una buena idea pero que no resisten el análisis más allá de la superficie.
Un buen ejemplo de esta conducta lo constituye la declaración que “a título personal” realizó ayer el secretario de Turismo, Enrique de la Madrid, planteando como solución al problema de violencia que viven los principales destinos turísticos del país, la legalización del uso recreativo de la mariguana.
La ecuación planteada por el integrantes del gabinete presidencial es simple: diversas localidades de los estados de Baja California Sur y Quintana Roo sufren actualmente una ola de violencia derivada de la actividad, fuera de control, de bandas del crimen organizado vinculadas al tráfico de estupefacientes y otras actividades ilícitas. Y si el comercio ilegal de drogas se ubica detrás de las violentas disputas de bandas rivales, la legalización de la mariguana eliminaría el elemento perturbador de la ecuación.
Por otro lado, dado que en el territorio de Baja California Sur y Quintana Roo se ubican los principales destinos turísticos del país, y la “industria sin chimeneas” constituye uno de los principales motores de nuestra economía, no se trata de modificar las leyes a nivel nacional, sino sólo a nivel local.
A primera vista, lo dicho por el Secretario de Turismo suena lógico y hasta se antoja preguntarse cómo es que no se nos había ocurrido antes: una solución simple y fácil de ejecutar que, además, nos permitiría observar, en universos contenidos, si la fórmula efectivamente funciona.
El problema es que para considerar válida la conclusión de Enrique de la Madrid haría falta que el problema de violencia derivado de la confrontación entre cárteles se encontrara relacionado de forma exclusiva con el tráfico de mariguana y que no estuvieran presentes otras drogas en el fenómeno.
Por otro lado, haría falta que la violencia estuviera vinculada exclusivamente al control del mercado local de consumo en las entidades mencionadas y no otros elementos del comercio ilegal de drogas, como el control de las rutas de traslado hacia los Estados Unidos y Europa, por ejemplo.
No se trata, por cierto, de desacreditar la propuesta de legalizar la mariguana, planteamiento respecto del cual existen múltiples argumentos —y experiencias concretas en otros países— que acreditan el hecho de que dejar de perseguir y castigar la producción y comercialización de este estupefaciente produce resultados deseables.
Pero vender la idea como la “fórmula mágica” para terminar de golpe con la violencia generada por la confrontación entre bandas criminales rivales no solamente revela desconocimiento del tema, sino que no contribuye a la recreación de una discusión seria respecto de la posibilidad de despenalizar el uso de la marihuana con fines recreativos.
Y aquí aplica, una vez más, la máxima de que no es posible resolver problemas complejos y multicausales recurriendo a fórmulas simplistas que pretenden reducir fenómenos como éste a la identificación de interacciones simples, motivadas por causas únicas. Ciertamente el problema del narcotráfico y sus múltiples consecuencias indeseables no es un fenómeno de este tipo.
Lo dicho por el Secretario de Turismo suena lógico. Pero vender la idea como la ‘fórmula mágica’ no es la solución, sino que llevará a una discusión seria sobre el tema