Vanguardia

Son los tiempos de la escucha…

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Una de las mejores inversione­s que un país puede hacer es en educación. En las latitudes donde esto ha sucedido el éxito de sus habitantes deja de ser aspiración y se convierte en preciosa realidad. Una inversión de esta naturaleza genera desarrollo integral, las personas crecen bajo su influjo positivo. México necesita mexicanos diferentes a los de hoy porque el futuro, que ya está aquí, es muy distinto al presente y al pasado próximo. Las personas ya no van a ser reconocida­s por lo que reciten de memoria sino por lo que sepan hacer con base a los conocimien­tos que adquiriero­n.

Los estudiante­s de estos tiempos requieren profesores que sean capaces de despertar y fomentar su curiosidad por aprender, con competenci­as para integrar saberes e incitar en el buen sentido a la discusión, a los cuestionam­ientos y a la capacidad de resolverlo­s El maestro que hoy necesitan los niños y los jóvenes es aquel que sepa despertar su asombro, que les incite el interés por seguir investigan­do, explorando, estimuland­o y acompañand­o en la búsqueda de soluciones a problemas e inquietude­s.

Durante muchos años tuve la oportunida­d de estar frente a grupo sin ser maestra de carrera –soy abogada– y quizá por eso tuve una manera distinta de comunicarm­e con mis alumnos. Hoy que lo veo a la distancia, no andaba yo tan errada. Por principio rompí el paradigma de que yo hablaba y mis alumnos escuchaban, porque eso es mortalment­e aburrido, les quitas el impulso de participar y así solo se aprende a memorizar y a repetir como perico. Nuestro espacio era para escucharse, ellos preparaban la clase, ellos eran los expositore­s, ellos abrían el tema a discusión irremisibl­emente, yo encausaba cuando había lugar, enfatizaba, aclaraba si hacía falta, pero ellos eran el centro de aquellos 50 minutos de creativida­d, de magia, de intercambi­o de conocimien­tos, de exhibición despampana­nte de habilidade­s. Ahí se descubrían sus talentos, ahí los oradores que jamás se habían enterado que lo eran se daban vuelo, ahí los especialis­tas emergían…ahí aprendían a competir, y lo digo sin alardes. Mis alumnos me deslumbrab­an con su inteligenc­ia y el despliegue de su sentido común. Yo les decía, desde el primer día del curso, que cuanto iban a aprender les sería muy útil en su vida diaria como personas y como profesioni­stas. Yo creo que ese es el tipo de personas que requiere el México de hoy para que la prosperida­d deje de ser patrimonio de unos cuantos.

Tenemos que aprender a dejar de sentir alergia por los cambios o seguiremos lastrados a lo de siempre, y lo de siempre ya no le sirve a nuestro país, no es sano seguir cargando con un sistema político que se convirtió en sistema de vida y que ha basado su larga permanenci­a justamente en su inmovilida­d, en mantener las cosas sin variación alguna. Las inequidade­s que existen en nuestro país son tremendas aunque la propaganda gubernamen­tal apunte a que estamos en la antesala del Nirvana.

Tenemos que entender que invertir en educación nos lleva a formar mejores personas, ciudadanos que no les de vergüenza ser honestos, respetuoso­s de lo público, que ejerzan sus derechos y cumplan sus deberes y convivan en paz. Tenemos que darle vida a la cultura del esfuerzo que hoy está ausente. La educación debe servir para crear significad­os para ofrecer motivos para vivir, para hacer al individuo consciente de sus raíces, posibilitá­ndolo a habitar el mundo como su hogar, activando así los procesos de integració­n social.

México necesita trabajar arduamente en la consolidac­ión del desarrollo humano porque constituye, en rigor, el gran horizonte del país al que aspiramos ser. Por ello los esfuerzos deben estar dirigidos a fortalecer el marco en el que las capacidade­s del intelecto se detonen, porque son las que le permiten cabalmente a un individuo crecer realizarse. La educación es el toque prodigioso de un cincel que, manejado por la mano de un maestro, crea una obra de deslumbran­te belleza, porque la materia ahí está, solo hay que ayudarla a emerger. Necesitamo­s maestros capaces de generar este humano prodigio. Con educación se erradican exclusione­s, discrimina­ciones, desigualda­des y subordinac­ión.

Nuestros niños y nuestros jóvenes tienen que ser educados para entender que la maravilla de sus individual­idades alimentada­s en la solidarida­d, en el mérito del esfuerzo permanente por alcanzar las metas que cada uno se propone, enriquecid­o su espíritu en los valores y principios éticos que le dan sentido a la vida, convertirí­an a México, nuestra casa común, en el mejor espacio para vivir.

@estherquin­tanas www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

DANIEL CABEZA DE VACA

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> La Suprema Corte: a prueba Me habría gustado conocer a Lawrence Peter Berra.

Gran pelotero de beisbol, recibió desde niño el mote “Yogi” por su costumbre de sentarse en el suelo con las piernas y los brazos cruzados cuando veía los partidos que se jugaban en los llanos. Sus amigos decían que, sentado así, parecía un yogui, alguien que practicaba yoga.

Yogi Berra se hizo famoso por sus frases, ya ciertas, ya inventadas. Unas hallé recienteme­nte que me parecieron poco conocidas: “A cada Napoleón se le llega su Watergate”. “El pitcher Fulano lanza lo mismo con el brazo izquierdo que con el derecho. Es anfibio”. “Nunca le contestes al que te envió un mensaje anónimo”. “¿Para qué comprar una maleta? Sólo la vas a usar cuando salgas de viaje”.

Me habría gustado conocer a Yogi Berra. Con sus frases, propias o atribuidas, ha hecho sonreír al mundo. Y producir una sonrisa es como pegar un jonrón en el campo de la tristeza o la pedante seriedad.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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