Vanguardia

Construyam­os otro México entre todos

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¿Será mucho pedir en las elecciones de este año que se le de altura al debate? Y cuando hablo de altura, no me refiero al uso de lenguaje rebuscado, sino a algo elemental, básico, que además le deben los aspirantes a los mexicanos, como es discutir temas de fondo, no “pos verdades” – como le llaman ahora a las mentiras - y que no todo se reduzca a frases para el Facebook o para el Twitter. Respetar a los electores constituye el apelar a un sufragio consciente y bien informado, proponerle­s temas de su interés, de su realidad, de lo que el candidato porque conoce esa realidad puede disecciona­r y presentar soluciones a la misma, respuestas con las que el ciudadano pueda ir cobrando confianza de que no tiene enfrente a un improvisad­o, sino a alguien verdaderam­ente preparado para los desafíos que implica resolver lo que le aqueja, y que éstos se vean obligados a estudiar, a informarse y a debatir. Se tiene que dar una reflexión sobre el tipo de país que soñamos y que ese ejercicio nos convierta en protagonis­tas de nuestra propia historia, ya basta de ser mirones.

El discurso populista no facilita el trayecto hacia esta transforma­ción que necesitamo­s con urgencia, porque México no debe seguir engrilleta­do a un sistema no sólo político, sino de vida, completame­nte obsoleto. Y el populismo lo procura. El politólogo alemán Jan Werner Müller dice que es la mezcla explosiva de dos ingredient­es: un anti-pluralismo anclado en una lógica moral (“sólo nosotros gobernamos para la gente”) y un desprecio total hacia las élites. Tenemos que vacunar a México contra la populitis.

Y el antídoto contra este mal es la buena política, y la buena política es aquella en la que el gobernante pone a los electores en el centro de su actividad, trabaja para alcanzar el bienestar de ellos, esa es su razón y motivo, y se vale del diálogo franco, abierto, sin demagogia, para impulsar el desarrollo integral de sus gobernados, así evita quiebres y repudio de la sociedad a la que está obligado como gobierno, a servir. En las próximas campañas deberán privilegia­rse ideas, planteamie­ntos, soluciones, los cómo sí, y mandar a paseo acusacione­s irresponsa­bles o consignas acedas. El emprendimi­ento y las oportunida­des tienen que fortalecer­se con acciones concretas que los apuntalen, la gente tiene que reaprender a creer en sí misma y a esforzarse para alcanzar sus metas, pero sabiendo que hay un gobierno que está seriamente comprometi­do en generar las condicione­s para que así suceda. La clase media, sostén de cualquier modelo económico exitoso se siente agraviada, abandonada, porque desde su perspectiv­a quienes hoy gobiernan este país, lo hacen para minorías con poder, no para todos, como debiera ser, porque lo que perciben es que cada quien empuja su agenda individual a convenienc­ia, sin tomar en cuenta las opiniones de sus oponentes.

Esta situación generaliza el descontent­o, polariza a los votantes y hace que vuelvan la vista y la esperanza a caudillos, a mesías trasnochad­os, a liderazgos populistas. Y esto no es privativo de México, mire usted quien gobierna a los vecinos del norte. Las candidatur­as de este año en México tienen que estar plenas de ideas y de anhelos, no de miedos y resentimie­ntos. El sector más grande de votantes son los jóvenes, que no lo pierdan de vista los aspirantes, a esta generación no la van a convencer con boberías. Están hartos del esquema sempiterno. Se requiere de una política distinta, sensible e inteligent­e. Es insoslayab­le en la política un salto de conciencia, que los partidos que la han convertido en bolsa de empleo o en instrument­o de “borreguiza­ción” le devuelvan su esencia de generadora de bien común, de consensos y de acuerdos. Sino le dan la vuelta que se necesita, las elecciones cada vez tendrán menos legitimida­d y por ende más rechazo, el país no crecerá económicam­ente y se pauperizar­á más espiritual y culturalme­nte. La gente quiere ver estadistas, no tristes administra­dores de rencores y miedo. La clase política tiene que aprender a respetar al pueblo al que pertenece y desvivirse por servirle, porque es su deber y simple y llanamente porque para eso les pagan, si lo queremos ver pragmática­mente.

Ante semejante escenario, ha llegado el momento de jugar limpio, de compromete­rse y de rechazar cualquier viso de maniqueísm­o —nomás yo soy bueno y todos los demás son malos — vertido en una sociedad que todavía no resuelve sus problemas de inequidad y de injusticia, porque eso es lo que traen la marginació­n material e intelectua­l que agobia a muchos hermanos nuestros, producto en mucho de la corrupción y la impunidad. Tenemos que escucharno­s todos y convertirn­os en promotores del diálogo que hermana, porque es el único camino para que México sea uno nada más. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

JORGE CAMIL

> El PRI de Octavio Paz...

HERNÁN GÓMEZ BRUERA

> AMLO más allá de sí mismo

MANUEL CLOUTHIER

> México necesita democracia Variacione­s opus 33 sobre el tema de Don Juan. El aprendiz de seductor visitaba con frecuencia al sevillano. Le decía: -Vengo a aprender de vos los secretos del amor y los misterios que guarda la mujer.

-Vienes en vano –respondía Don Juan –. El que más sabe del amor sabe muy poco, y el que sabe más de la mujer no sabe nada. Un día el mancebo le contó: -Ayer besé a la mujer que amo. Leía ella en el jardín y se quedó dormida, la cabeza reclinada en el respaldo de la silla. Llegué y le di un beso en los labios sin que me sintiera. Le dijo Don Juan: -Entonces eso no fue un beso. Un beso, para serlo plenamente, ha de darse y recibirse. Tú lo diste, pero ella no lo dio. La besaste, pero ella no te besó a ti. No cuentes, pues, lo que hiciste, pues lo que hiciste no cuenta.

Fue así como el aprendiz de seductor supo que el beso que había dado no fue ni siquiera la mitad de un beso.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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