Vanguardia

Alma de la Belle Époque

Pocos nombres encarnan el París de fin de siglo XIX tan vivamente como el de Toulouse-lautrec. Solo su mención suscita irremediab­lemente imágenes de la bohemia parisina.

- EFE

MADRID.- La conocida como “Belle époque”, que se enmarca entre 1871 y el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914), fue un periodo dorado, de prosperida­d económica y bienestar social. La revolución industrial ocasionó un profundo cambio en la sociedad, especialme­nte en las ciudades. Las principale­s capitales europeas experiment­an una transforma­ción sin precedente­s y París estaba a la cabeza.

Estos cambios afectaron también al arte y a la literatura y llegaron acompañado­s de una nueva mentalidad, mucho más abierta y hedonista, lo que propició el disfrute de nuevos placeres surgidos que ahora están al alcance de un mayor número de ciudadanos.

De todo ello da cuenta la exposición “Toulouse-lautrec y los placeres del Belle Époque” abierta en Madrid a lo largo de cuatro secciones: “Los placeres de la noche. El cabaret” ; “Los placeres de los escenarios”; “Los placeres literarios y artísticos” y “Los placeres modernos. El consumo”.

Y es que aquel París era un hervidero artístico, la capital del mundo. Allí encontró Toulouse-lautrec su vida y su mundo, la atmósfera y los personajes que le inspiraron, y que retrató divirtiénd­ose, descansand­o, en soledad, u ocupados en cualquier afán.

Toulouse Lautrec procedía de una vieja familia noble, tenía formación intelectua­l y, sin embargo, prefirió los bajos fondos parisinos, aquel ambiente decadente que tanto le atrajo.

Aquel pintor tullido, que siempre necesitó un bastón, quedó fascinado por el frenesí del movimiento de aquellas bailarinas de cancán que lanzaban sus piernas al aire. Todo aquello quedó plasmado por la mirada viva de Lautrec con una sensibilid­ad y talento único para captar toda aquella energía de la ciudad. Toulouse-lautrec destacó, entre sus muchas facetas, en elevar el cartel a la considerac­ión de obra de arte y por contribuir a dotarles de esa función publicitar­ia que tienen ahora.

El artista dedicó a sus innovadore­s carteles el mismo cuidado que dio a sus pinturas. Y es más, sus carteles tiene un valor añadido, frente al arte tradiciona­l: “respiran el arte en la calle, atrapan la mirada del transeúnte”, según explica la conservado­ra Claire Lebran, comisaria de la exposición.

Sus diseños para espectácul­os nocturnos fueron los más atrevidos e innovadore­s. Lautrec encuadra -o mejor dicho “desencuadr­a”a la gente de la calle, a la que asiste a un espectácul­o, con esa frescura que sólo da la instantáne­a fotográfic­a, y convirtién­dose en excepciona­l cronista visual de la época que le tocó vivir, con la que se sentía profundame­nte identifica­do.

Su aparente sencillez, su economía de formas y de colores apuntan la gran audacia y talento del genio creativo de Lautrec, que inaugura un estilo directo y enérgico, sin precedente­s, centrado en el poder expresivo de la síntesis.

Toulouse-lautrec fue cliente asiduo de los cabarets más famosos de París, el Moulin Rouge, Le Chat Noir o Le Mirliton, a cuyo dueño Aristide Bruant, y célebre cantante, inmortaliz­ó un año después de hacer su primer cartel, el de La Goulue (1881), famosa bailarina junto a su pareja de baile, o los muchos que hizo para su gran amiga, la bailarina Jane Avril.

En una de las numerosas cartas que se conservan del pintor, y que han sido la fuente más rica para la interpreta­ción de su obra, expresa que él fue “descubiert­o” no por un crítico, ni por un galerista, sino precisamen­te por un actor, su amigo, Aristide Bruant, quien confió en él para encargarle el cartel promociona­l de su presentaci­ón en el elegante cabaret Les Ambassadeu­rs, en los Campos Elíseos.

Este impresiona­nte y valiente retrato con sombrero de ala ancha y bufanda roja, marcó, junto con el de La Goulue, el inicio del cartel moderno.

Lautrec adoptó una paleta restringid­a debido a la litografía, con una perspectiv­a particular que, junto a sus contornos gruesos, estarán presentes en toda su obra.

El genio de Albi dejó un legado artístico que recorre un universo de personajes que da fe de un artista de gran empatía con lo retratado, una habilidad figurativa sorprenden­te y una sensibilid­ad única. Fue un creador que plasmó extraordin­ariamente la sociedad francesa a través de una obra que desprende autenticid­ad y sinceridad, sin incurrir en el juicio moral ni en el sentimenta­lismo de sus contemporá­neos.

DE ALBI A MONTMATRE

Henri Toulouse-lautrec había nacido en Albi en 1864 en el seno de una gran familia aristocrát­ica. Su padre, el conde Alphonse de Toulouse-lautrec se había casado con su prima hermana. El pequeño Henri nació con una anomalía congénita, de huesos quebradizo­s, que se agravó en la adolescenc­ia con la fractura de los fémures de ambas piernas, por lo que apenas superó 1,51 cm de estatura.

A los 17 años, ya había decidido que su vida sería el arte y se marcha a París. Allí descubre Montmatre, barrio a las afueras de la ciudad, donde se instalan los artistas y donde tuvo por vecinos a Degas, pintor al que admiraba, y con el que se identifica­ba, y a Van Gogh, otro espíritu atormentad­o.

Pese a que fue coetáneo de los impresioni­stas, no le atraía ni sus paisajes ni su luz. Llegó a decir que el paisaje era para imbéciles, ya que lo importante para él era la figura y la realidad, y ésta tal como fuera, bella, desagradab­le, incluso descarnada.

Pese a su corta existencia -el alcoholism­o crónico y la sífilis acabaron con su vida-, su obra fue la pura expresión de la intensidad y la exaltación de la vida. Ya que, si bien es cierto que llevó una vida turbulenta, tendente a la autodestru­cción, a lo decadente, sus desgracias físicas también le hicieron fuerte y vivió y pintó como quiso, sin importarle las modas ni el reconocimi­ento de la crítica.

Cuando Henri de Toulouse-lautrec murió a los 36 años, en 1901, tras una vida profesiona­l que no alcanzó las dos décadas, había dejado más de mil pinturas y acuarelas, unos 5 mil dibujos y alrededor de 370 litografía­s y grabados. Una obra marcada por los claroscuro­s del alma de sus personajes -y de la suya propia- que inmortaliz­ó con inmerso talento y lucidez.

 ??  ?? ‘La Gitana’ y ‘Jane Avril’, fotografía­s cortesía del Musée d’ixelles, Bruselas.
‘La Gitana’ y ‘Jane Avril’, fotografía­s cortesía del Musée d’ixelles, Bruselas.
 ??  ??
 ??  ?? La exposición de la Fundación Canal, una muestra de las dos únicas coleccione­s completas del pintor francés.
La exposición de la Fundación Canal, una muestra de las dos únicas coleccione­s completas del pintor francés.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico