Abonos chiquitos… hasta el 2048
Qué más quisiera yo que todo el asunto del desfalco epónimo (El Moreirazo) fuese un tema desechable más en la agenda política: Algo para comentarse, señalar culpables y a lo que sigue.
En serio, qué no diera yo por ser capaz de decir: “¡Canijo muerto de hambre! Que le aproveche. Más pierdo yo haciendo corajes”.
Pero no, la Megadeuda (siempre con mayúsuculas porque es el nombre propio de un ente vivo que respira y no deja de crecer) compromete seriamente no sólo nuestro momento actual, sino la calidad de vida de cientos de miles de coahuilenses que aún están por nacer.
Es decir, son generaciones enteras las que nacerán en un suelo materialmente embargado por las instituciones bancarias, y todo porque un loco con poder nos convenció de que la marginación, la desigualdad y el rezago social se solucionan a billetazos, a razón de “uno para la bola (aplausos) y cinco para el bolsillo”.
Aun y cuando supusiéramos (sin conceder) que durante la administración de Humberto Moreira se realizó obra imprescindible y transformadora, la descapitalización del erario es sencillamente criminal, sí, porque condena a la miseria perpetua precisamente a quienes más celebran a su profe, las clases menos educadas y menesterosas.
No existe obra pública o social que justifique este atraco, iba a decir “sin parangón”, pero lo cierto es que está replicado en numerosas entidades de la República que fueron también desmanteladas financieramente para construir el andamiaje en el cual se coronó presidente el borrico de Atlacomulco.
A quienes no están conscientes de la magnitud de la deuda pública coahuilense (independientemente de quienes la niegan o encubren por conveniencia o por absurdas afiliaciones políticas) me dan ganas de cachetearlos sin más, abofetearlos hasta que sea la mano y no ellos la que pida clemencia. Perdón por el exabrupto. La deuda, pese a ser una deuda, no ha dejado de ser un negociazo para las instituciones bancarias y —claro está— para los políticos que siguen reacomodando los plazos y las tasas de interés, de manera que ambas partes salgan beneficiadas. Cuando digo “ambas partes”, obvio, me refiero a los bancos que nos tienen cada vez más ahorcados y a los puercos que negocian en nuestro nombre con los que es (o mejor dicho “era”) de nosotros.
Simplemente, la primera reestructuración de la deuda se la debemos a ese hombre honesto de intachable reputación, Jorge Torres, quien amplió de nueve a 20 años el plazo para liquidar el adeudo que le dejó Humberto.
Luego, el panzón de Moreira II inició otra serie de negociaciones con las instituciones bancarias. Y en dichas reestructuraciones crediticias se erogó casi un tercio del monto del adeudo original (algo así como diez mil millones). No obstante, la magia radica en que al día de hoy, el monto de lo que debemos a los bancos no ha disminuido prácticamente un solo peso.
El plazo para liquidar se incrementó siete años más.
Hoy la nueva administración, la de Moreira Tercero, Miguel “El Señor de los Relojes” Riquelme, busca una nueva reestructuración que amplíe de una vez el plazo a lo máximo permitido por los bancos que es de unos 30 años, lo que nos da deuda para pagar hasta el año ¡2048!
Muchos habremos muerto para entonces, algunos habremos emigrado a otros planetas. Muchas naciones habrán desaparecido. Quizás Jesucristo haya regresado por tercera ocasión (¿a poco no supieron de la segunda?), y “El Peje” seguirá tal vez buscando la Presidencia. El mundo quizás no sea el mismo o sencillamente, puede ser que haya desaparecido la vida en la Tierra.
Lo único de lo que sí podemos tener certeza en el 2048 es que allí estará la deuda que nos dejaron los malditos hermanos Moreira. Y si bien nos va, estaremos a punto de liquidar las últimas letras y ya ni siquiera recordaremos qué jodidos estábamos pagando que nos salió tan caro.
Felicidades al actual Gobernador y a su secretario de finanzas. Su política económica sin duda es de continuidad y repite la fórmula de éxito de sus predecesores. Tenemos abonos “chiquitos” garantizados, al menos de aquí al 2048.
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