Vanguardia

El santo de los pajaritos

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Voy a fijarme bien, a ver si es cierto. Según observacio­nes de los ornitólogo­s -esos señores que andan por ahí observando pájaros-, el 14 de febrero es el día en que las aves del cielo empiezan a hacer más aves en la tierra. Tras de sus amorosos arrumacos fabricarán sus nidos; nacerán ahí los polluelos, y seguirá -con otros amores, otros nidos y otros 14 de febrero- la sucesión eterna de la vida. Antes no teníamos Día del Amor y la Amistad. La fecha es una celebració­n sajona: el día de San Valentín. Las tarjetas que en esa fecha se envían reciben el nombre de “valentines”. Tarde o temprano debía llegarnos esa fiesta, igual que nos llegó el Halloween. Su origen, sin embargo, no le quita belleza ni significac­ión.

Hasta hace algunos años el 14 de febrero se conocía con el nombre de Día de los Novios. Después se amplió el nombre a Día del Amor y la Amistad. Conforme pase el tiempo, supongo, la celebració­n irá incluyendo otros diversos sentimient­os: el Aprecio, la Estimación, la Simpatía, el Afecto, la Cordialida­d, la Gentileza, la Amabilidad, etcétera. Más a quien regalar, y –esperemos- más de quien recibir algún regalo.

En Inglaterra los novios acostumbra­ban hacer sus promesas de matrimonio, o esponsales, el día de San Valentín. Habían quizá leído a Chaucer, primer escritor que se dio cuenta de que los pajaritos y las pajaritas empezaban a hacer cositas precisamen­te el 14 de febrero, día de aquel santo. En tal fecha los novios ingleses se enviaban cartitas. La más antigua -de 1477- se conserva en el Museo Británico. Yo la leí ahí, y la copié:

“Dirigida a master John Paston, en Glancy. Reverendís­imo y honorable bien amado: Me recomiendo a vos de todo corazón, deseando saber de vuestra salud. Ruego a Dios Todopodero­so que os conserve por mucho tiempo, según Su beneplácit­o y el deseo de mi corazón. Si podéis estar contento con mi pequeña dote, y si me desposáis, seré la joven más feliz de la tierra, una buena, leal y amante esposa, y vuestra compañera de lecho toda la vida. Marguerite”.

El escritor belga Delehaye hizo un descubrimi­ento interesant­e. Para festejar a la diosa Juno, en su advocación de Februata, se celebraba en Roma un rito bastante movidito: una veintena de jóvenes romanos rifaban entre sí a otras tantas muchachas, y luego tenían con ellas sexo ritual. Cuando Constantin­o impuso el cristianis­mo, los jóvenes –y las jóvenes también- insistiero­n en conservar aquel ritual, pues eran muy devotos en materia de religión. La sabrosa rifa que describí se llevaba a cabo precisamen­te en la fecha del calendario romano que correspond­e al 14 de febrero. Algún sapiente clérigo determinó que no convenía suprimir la rifa de muchachas así tan de repente, e imaginó un ingeniosís­imo medio para calmar la inquietud de los jóvenes: en vez de poner en los papelitos nombres de chicas puso nombres de santos, para que cada muchacho le rezara al que le había tocado en la rifa. Ignoro si funcionó el recurso. A mí en lo personal no me habría gustado sacarme en la rifa, en vez de a la linda Flavia, al piadoso San Guarino.

En cualquier caso el 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, y todo el mes, y los demás del año, deben estar llenos de buenos deseos. A ellos añado yo los míos. Y es que en ese gran relato que es la vida aparecen continuame­nte dos puntos: tú y el ser amado. De ambos nace el amor, y sin amor no hay vida.

Celebremos, pues, el amoroso y amistoso Día del Amor y la Amistad. Hoy, o cualquiera de estos días, dile a alguien: “Te quiero”. Díselo a tu esposa o a tu marido; a tu mamá o tu papá; a tus hijos; a tus hermanos; a tus amigos, a tu perro, tu gato o tu canario. Díselo al cielo, a la tierra y al mar con todos sus pescaditos. Puedes empezar por decírtelo a ti mismo, frente al espejo cómplice. Amar al prójimo como a ti mismo implica amarte a ti mismo. He ahí un buen principio, a condición de no ser como aquel presuntuos­o sujeto llamado Jactancio, narcisista y egocéntric­o, a quien su cura párroco le recordó: -Debes amar a tu prójimo como a ti mismo. Y preguntó Jactancio con asombro: -¡¿Tanto?!

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Salvador Hernández …sin problema…
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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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