Vanguardia

Un paso adelante y uno para atrás

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“Mi marido hace el amor de perrito” – declaró doña Macalota en la merienda de los jueves. “¡Mira! –se asombró una de las asistentes-. ¡Tan morigerado él!”. “Tampoco es para que lo insultes” –se atufó doña Macalota-. Aclaró la otra: “Decirle ‘morigerado’ no es ofenderlo. Ese adjetivo se aplica a quien es de costumbres moderadas, temperado”. Intervino una tercera, deseosa de profundiza­r en la interesant­e declaració­n inicial de doña Macalota. Le preguntó: “¿Cómo hace tu marido el amor de perrito?”. Explicó ella: “Cuando le pido sexo se tira de espaldas en la cama y se hace el muertito”… Astatrasio Garrajarra, briago profesiona­l, llegó a su casa anoche en horas de la madrugada. Su esposa no quería abrirle la puerta. “Ábreme, viejita –suplicó el beodo-. Traigo un ramo de flores para la mujer más hermosa del mundo”. Movida por esa galantería la señora abrió. Garrajarra estaba con las manos vacías. Se molestó la esposa: “¿Dónde está el ramo de flores?”. Replicó Astatrasio: “¿Y dónde está la mujer más hermosa del mundo?”… Quiero mucho a Monterrey y siento gran admiración por los regiomonta­nos. Si no hubiera nacido yo en Saltillo me habría gustado venir al mundo en esa generosa ciudad. De niño pasaba ahí mis vacaciones, en el lindo chalet donde vivían mi tía Conchita, hermana de mi padre, y su esposo, mi tío Refugio, por la calle de Modesto Arreola. En el cine “Araceli” vi “Oliver Twist”, con Alec Guinness, lo cual me llevó a leer el libro y a convertirm­e a edad temprana en lector devotísimo de Dickens luego de haberlo sido de Dumas, Salgari y Verne. Tal fue el primer regalo que Monterrey me hizo. A ése siguieron el del pan y la amistad. No me alcanzaría la vida para decir la gratitud que guardo a la capital nuevoleone­sa y a los que en ella habitan. Por eso me alegró la noticia que “El Norte” publicó ayer en el sentido de que se construirá en Monterrey una elevada torre (227 metros de alto) por la avenida Constituci­ón. Se sumará esa edificació­n a otras de similar altura que han transforma­do el “sky line” de Monterrey, ciudad a la que uno de sus gobernador­es (Alfonso Martínez Domínguez) calificó una vez de “plana”. Es impresiona­nte la laboriosid­ad de los empresario­s regios, y la forma en que demuestran con audaces inversione­s el amor y orgullo que les inspira su solar nativo. Hay quienes se preocupan –y con razónpor el agravamien­to que esas construcci­ones traerán consigo a las condicione­s de vialidad en la metrópoli, ya de por sí difíciles. Transitar a determinad­as horas por algunas de sus avenidas es un verdadero calvario. Si el sector privado muestra esa gran capacidad de emprendimi­ento, el sector público debe correspond­er previendo los problemas de circulació­n que traerá consigo la proliferac­ión de tales edificios, con el consiguien­te aumento en el tráfico de vehículos. La misma audacia que tienen los particular­es para construir deben tener las autoridade­s para prever ese problema y buscarle oportuname­nte solución antes de que asuma proporcion­es de catástrofe… Ayer, día de los enamorados, un sujeto llegó a la tienda departamen­tal y le dijo a una de las encargadas: “Quiero un regalo caro para dama”. Inquirió la dependient­a. “¿Tiene usted algo en mente?”. “Claro que tengo algo en mente –contestó el individuo-. Para eso quiero el regalo caro”… Don Algón le preguntó al joven que pedía empleo: “A más de su experienci­a en computació­n ¿tiene usted otras habilidade­s?”. “Sí, señor –respondió el solicitant­e-. En mi último empleo embaracé a cuatro de mis compañeras”. Don Algón tosió, confuso. “Me refiero a habilidade­s en el trabajo” –aclaró. “Precisamen­te –replicó el tipo-. Eso lo hice en horas de trabajo”… FIN.

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