Vanguardia

Las llaves de San Pedro

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Solía contar Celso Garza Guajardo, querido amigo y gran historiado­r nuevoleoné­s, que en todas las casas de Sabinas Hidalgo, lugar donde pasó su niñez, había “dos signos de mexicanida­d”: un cromo de la Virgen de Guadalupe y un sarape de Saltillo. Algunas de esas casas añadían un tercer emblema de lo mexicano: la foto de Pedro Infante vestido de agente de tránsito.

Aquella evocación de Celso me conmovía, pues yo recordaba lo mismo: en las casas de mi ciudad, y de otras que cuando niño visité, estaban presentes siempre esos dos signos: la Virgen Morena y el sarape saltillero. El cromo podía ser grande o muy pequeño, y el sarape igualmente, pero ahí estaban siempre, como símbolo de nacionalid­ad.

La causa de la presencia de la Virgen es explicable. Aun los ateos mexicanos creen en ella. Pero ¿por qué el sarape? Me gustaría pensar que es como una segunda bandera mexicana. Voy a explicarme. Sucede que la bandera nacional es un objeto cuyo uso ha estado siempre restringid­o. Es para nosotros un paño sagrado, un lienzo venerable que no en cualquiera parte puede estar. Los norteameri­canos hacen bikinis o bermudas con su bandera; nosotros no. Sólo en tiempos recientes la bandera ha empezado a aparecer en edificios privados, como bancos, o en casas particular­es. Antes sólo podía estar en los recintos públicos.

Así las cosas, y ya que la gente no podía tener en su casa una bandera, entonces ponía un sarape de Saltillo, que a su carácter de prenda mexicanísi­ma —usemos el superlativ­o— añadía su lujo y su hermosura. En efecto, pocos objetos textiles pueden hallarse en México tan bellos como un sarape. Es prenda de lujo, para lucirse sobre el piano o en el mueble más fino de la sala. Relata en sus memorias don Miguel de Unamuno que en su casa había “un zarape de Saltillo”. El gran don Miguel escribía “zarape” así, con zeta. Su padre fue “indiano”, es decir, español que estuvo en América y luego volvió rico a España. Entre los pocos objetos que el señor Unamuno grande llevó a su patria como recuerdos de su estancia en México se hallaba un sarape saltillero. Ese sarape fue uno de los primeros objetos que su hijo Miguel recuerda haber visto en su niñez, y cuya elegancia y colorido quedaron indeleblem­ente grabados en su recuerdo.

Otra cosa decía Celso que me llamaba mucho la atención: los pobladores de las Provincias Internas de Oriente —ésas que ahora son Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León— quedaron tan aislados del resto de la Nueva España que acabaron por ser una especie de aborígenes, indígenas sui géneris muy diferentes a los demás habitantes del vasto territorio novohispan­o. La idea del criollo del noreste como indígena -un poco europeo y también algo chichimeca en un sentido lato del vocablo- es sumamente sugestiva (a don Miguel Ramos Arizpe los hombres del sur le decían “El comanche”), y puede ayudar a explicarno­s muchos acontecimi­entos, entre ellos la pérdida —muy lamentable, sí, pero explicable— de Texas y las demás posesiones del norte de la Nueva España, que alguna vez llegaron hasta Alaska, al decir de don Lucas Alamán.

¡Qué interesant­es cosas decía Celso, quien fue guardián de las llaves de San Pedro, una hermosísim­a ex hacienda en Zuazua! No cabe duda: la historia es muy interesant­e, incluso cuando la narran los historiado­res.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico