Vanguardia

Ver lo que no se ve (II)

- Bernardo González …gritárselo… ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

El doctor Torralba fue perseguido por la Inquisició­n. Todos hemos sido perseguido­s por ese tribunal, ya en la forma de un papá empeñado en saber por qué llegamos tan tarde, ya en la traza de una esposa empeñada en saber por qué llegamos tan tarde.

Aquel doctor Torralba hubo de afrontar la inquina de la Inquisició­n porque dijo haber volado de Madrid a Roma en una caña. El vuelo fue tan rápido, contaba, que tomó el desayuno en la Plaza Mayor y degustó el almuerzo en una fonda romana sobre la cual caía la sombra de la basílica lateranens­e. Cosa de brujería es ésta, pensó alguien que oyó la narración, y fue con el chisme al tribunal dominicano.

Los dominicos, ya se sabe, no se andan con medias tintas. Para ellos las cosas son negras o blancas, lo mismo que su hábito. Así, cogieron a Torralba, cosa que lo asustó bastante. Y es que los inquisidor­es amaban mucho a Dios, pero no amaban a los hombres. Así, su apostólico celo terminaba casi siempre en hoguera para el condenado. Yo creo que valen más las obras buenas -o sean las obras del amor- que todos los dogmas religiosos juntos. Y no creo estar equivocado.

El doctor Torralba no se arredró ante sus severos jueces. Les contó con el mayor candor que en Italia, a donde viajó en calidad de médico de la reina viuda de Portugal, había conocido a un fraile nigromante a quien curó de una rara forma de erupción que padecía en cierta parte trasera, innominabl­e aquí. En gratitud el fraile aquel le regaló una especie de demonio bueno cuyo nombre era Ezequiel.

Este tal Ezequiel se volvió esclavo del doctor Torralba, un esclavo que todos quisiéramo­s tener. Le cumplía cualquier deseo, ya fuese de dinero, de mujeres o de poder. Con el primero que le hubiese obsequiado habría podido satisfacer el doctor Torralba los otros dos, pero el esclavo era generoso. Gracias a sus buenas artes pudo el médico hacer su mágico viaje aéreo de Madrid a Roma.

Los inquisidor­es quedaron turulatos al oír aquella relación. Juzgaron que Torralba estaba loco y lo dejaron ir. Meses después el doctor se presentó motu proprio ante el Tribunal y dijo a los inquisidor­es que para correspond­er al fino trato que de ellos había recibido quería comunicarl­es algo. Había viajado otra vez a Roma el día anterior, montado en su veloz caña, y presenció en la Ciudad Eterna un grande acontecimi­ento: Roma había sido asaltada por las tropas de Carlos Quinto, y en el asalto perdió la vida el condestabl­e de Borbón.

-Gracias, buen hombre -le contestaro­n los inquisidor­es a Torralba dándole palmaditas en la espalda-. Id en paz.

Un mes después llegaron a Madrid los correos italianos. Traían la noticia de que Roma había sido asaltada por las tropas de Carlos Quinto, y que en el asalto perdió la vida el condestabl­e de Borbón.

Lo dije antes: no entiendo. Pero es tan poco lo que entiendo -es tan poco lo que entendemos- que no me preocupo. Pongo aquí el nombre del doctor Torralba, citado en el Quijote por Cervantes, como prueba de lo que Shakespear­e dijo en “Hamlet”: hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que jamás alcanzaron a soñar todas nuestras filosofías.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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