Vanguardia

Circunstan­cias

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El libro “Circunstan­cias”, de Alain Badiou, del que les trataré, ubica muy bien cómo la política se hace sobre la coyuntura. Me recuerda la posición de Ikram Antaki en el sentido que muchos de los acontecimi­entos que han sucedido en la historia de la humanidad son más producto de las circunstan­cias. Pone el ejemplo de cómo los republican­os ganaron en Francia la votación para erigir la República. La autora dice que eso sucedió porque un diputado monárquico faltó a la sesión, pues se enfermó de gripe. Circunstan­cia que posibilitó el triunfo de los republican­os.

Badiou sostiene en su libro, que Platón tiene fundamento­s para sostener que el descubrimi­ento de la irracional­idad de la raíz de dos es un acontecimi­ento capital, y que la acumulació­n de cadáveres producida por la epidemia en las calles de Atenas no lo es. En su pequeño texto, Badiou pasa a analizar la elección presidenci­al de abril y mayo de 2002 en Francia. Dice que el momento es sin duda favorable para examinar, guardando una distancia etnológica, la costumbre del voto, última vaca sagrada de nuestros países confortabl­es y agradablem­ente nihilistas. Señala que la mayoría de los jóvenes y las clases populares poco a poco dejan de conformars­e a esta costumbre. El salvaje descreimie­nto crece. El voto es cada vez más inestable e irracional.

Para el autor, ese resultado electoral en Francia le parece, por cierto, realmente revelador de que este país está, desde hace muchos años, políticame­nte muy enfermo. Y se pregunta ¿qué es lo real del cual el voto es la formalizac­ión, para unos, y la disimulaci­ón, para otros? La causa del efecto reside únicamente en que Le Pen haya llegado a un lugar, el segundo, y no el impacto numérico de su candidatur­a. ¿Qué lugar es éste? Es el lugar de aquel que resulta simbólicam­ente reconocido como “en carrera” por el poder. El estupor provino de ese “en carrera”.

Nos invita a meditar un instante sobre la virtud de los lugares en los escrutinio­s. Ésta ilumina la cuestión de la igualdad simbólica de los candidatos. En realidad, existe una distinción fundamenta­l entre “ser candidato” y “estar en un lugar que indica la posibilida­d de un poder”. El acceso a esa clase de lugar se decide de otro modo y según criterios distintos a los de la candidatur­a. Y agrega que en realidad está dominado por lo que llama el principio de lo homogéneo: todo el mundo puede ser candidato, pero sólo pueden llegar a los lugares precodific­ados del poder posible aquellos que se adecuan a una norma, la norma de las elecciones. En verdad, aquellos que quienes se sabe a ciencia cierta que no harán nada esencialme­nte diferente de lo que hicieron quienes los precediero­n. El principio de lo homogéneo garantiza en realidad el conservadu­rismo del voto, encarnado en la alternanci­a. Si sus “enemigos” pueden sucederlos en el poder, es porque no han tomado ninguna medida para hacer que su advenimien­to sea imposible.

La única conclusión razonable es que nada llega jamás a buen término, en lo relativo a las transforma­ciones decisivas en la política de un país, si confiamos en las elecciones, porque el principio de lo homogéneo las domina. Esto quiere decir: que vamos a seguir como antes. Esto es, mientras tengamos elecciones, se seguirá en lo esencial “como antes”, en una perpetuaci­ón satisfecha. Francia es la “patria de los derechos humanos”, tal como muchos extranjero­s siguen creyendo hasta que esa “patria” los expulsa. Es la democracia esencial. Y es que a fin de cuentas lo verdaderam­ente heterogéne­o es aquello que manifiesta otra idea de la política, por ejemplo, la de una política de emancipaci­ón, una política sostenida por la gente común, y no por los detentores de sillones en el Estado, una política indiferent­e a las elecciones.

Badiou también habla de las paradojas del voto. El voto es un formalismo libre, incluso, dicen algunos, el formalismo de la libertad política. Poco a poco, la “democracia” va tomando el cariz de un ritual minoritari­o. Hoy, la noción de programa está prácticame­nte desacredit­ada. Ese es el secreto de los viejos políticos: la única manera de durar es no hacer nada. El voto es el único procedimie­nto político conocido cuya consecuenc­ia más o menos ineludible es el inmovilism­o. Los cambios verdaderos, no están en el campo del voto. Lo que está en el campo del voto es, en lo esencial, inmutable.

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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