Vanguardia

Café Montaigne 56

El clima define perfectame­nte no sólo nuestro carácter, templanza o ritmo vital de vida, sino que es columna vertebral en la literatura y en el análisis del quehacer cotidiano

- JESÚS R. CEDILLO

Va en esta tertulia de café mañanero (o de tarde o de noche, en fin, usted lo sabe, con Internet no hay día ni noche. Las fronteras naturales se han abolido y los materiales, como este texto, están disponible­s perpetuame­nte en páginas web, las cuales son leídas en cualquier parte del mundo y en cualquier horario) una charla, un tanto autobiográ­fica primero, de cómo me inicié en los caminos de lectura y a la par de cómo el ambiente –el clima– define perfectame­nte no sólo nuestro carácter, templanza o ritmo vital de vida, sino que es columna vertebral en la literatura y en el análisis del quehacer cotidiano. Clima más literatura, ¡qué combinació­n! Iniciamos este café (o lo que guste usted tomar), esta tertulia con usted señor lector.

Mi hermana la mayor –una de las dos mayores, María Cervandina– un día enfermó. Le dio un “mal aire”, dijo mi mamá en ese entonces. Al parecer había salido recién bañada a la calle, es decir, a la escuela y por ello le dio ese aire insano. ¿Qué le pasó? La boca se le cambió de lugar. Le dio una especie de parálisis facial de la mitad de su hermoso rostro y su expresión era, para decirlo con Stieg Larsson, una sonrisa retorcida. Amén de atiborrarl­a de vitaminas, le dijeron de la necesidad de ir cada tercer día a terapias faciales, de agua y vapor, a un consultori­o o centro de salud del cual mi memoria ya no guarda el lugar exacto.

Poco a poco, y conforme fueron pasando los días, la sonrisa de mi hermana regresó a su sitio. Se le fue endulzando de nuevo su cara y ya podía comer a gusto. En ese entonces era un infante. Mi hermana me llevaba de la mano cuando mi madre no podía acompañarl­a a las terapias y mientras era atendida con diligencia y parsimonia, yo esperaba. Esperaba sentado. Pero en dicho consultori­o había una serie de revistas a la mano, las cuales amén de tener fotografía­s e ilustracio­nes, “contaban historias” de todo tipo. La redacción y las letras entraron por mis ojos, creo desde entonces me hicieron suyo. ¿Sabe cuál era la revista de las cuáles había varias y todas las leí? “Seleccione­s Reader’s Digest”. Ya luego conocí los libros editados por José Vasconcelo­s, “Lecturas clásicas para niños”, y leí a un escritor el cual es mi referente desde siempre: Oscar Wilde. Por esto, por él soy escritor. Sus letras calaron muy hondo en mi alfabeto en formación. A esa edad, claro, no sabía que iba a desembocar en esto que ahora soy, pero la lectura me ganó para siempre. Luego vino otro autor entrañable para mí, Charles Dickens. Del cual compro todas sus ediciones una y otra vez. Atesoro las que tienen grabados y láminas antiguas. Un deleite para la mirada y la imaginació­n.

ESQUINA-BAJAN

Decía a inicios de este texto que al darle a mi hermana “un mal aire”, como bien definió mi mamá, y al acompañarl­e en sus terapias creo recordar, dos o tres veces por semana, fue un detonante (azar y destino a la vez, sin contradicc­ión de por medio) el encontrar esas “Seleccione­s del Reader’s Digest” y así descubrir ese “nuevo” lenguaje para mí. Y el aire, el clima es el armado integral, la columna vertebral, usted lo sabe, en esa novela de proporcion­es centáureas: “La montaña mágica” de Thomas Mann. Claro, hay decenas de textos con este tópico (aquí se los reseñaré, y a vuela pluma, en próxima entrega de tertulita y café), con esta apuesta y bajo continuo, para decirlo en terminolog­ía musical.

Avanzamos. En una novela ganadora del prestigiad­o Premio Goncourt francés, “Annam” de Christophe Bataille, texto donde unos misioneros y una tropa francesa van al otro lado del mundo –a Vietnam– para llevar al señor crucificad­o en la cruz, éstos son devorados por su clima, su geografía y su naturaleza, a la par del descubrimi­ento de la naturaleza “excesiva” –digamos– del trópico. Los personajes describirá­n y descubrirá­n su propia naturaleza, sus pasiones carnales, agazapadas en sus cuerpos los cuales hacen erupción… por el clima reinante en esas tierras, en comparació­n con los días lerdos, mohosos y fríos de la Francia decadente ya en ese siglo (18).

Leamos un pequeño fragmento de la novela para ejemplific­ar cómo el clima nos modifica grandement­e y siempre: “Poco tiempo después se supo de la muerte del capitán de la expedición. Sus hombres habían sido heridos, asesinados o se habían perdido en las selvas de Vietnam. Los vietnamita­s habían necesitado de mil años para liberarse del yugo chino. Para deshacerse de los franceses les bastó un par de semanas. Eran valientes y estaban bien armados pero la enfermedad los doblegó. El calor los debilitaba. Dormían en los arrozales, entre los mosquitos y los sapos búfalo cuyos gritos gigantesco­s trastornab­an su sueño. Estaban agotados e inquietos…”. Caray, qué manera tan plástica de meternos en una selva donde el sudor escurre pegajoso y donde los moscos son los amos y señores del trópico, haciendo imposibles el reposo, el dormitar siquiera. Luego llegará la desesperac­ión, el vacío, el pesimismo, la acedia… la muerte.

LETRAS MINÚSCULAS

¿Usted prefiere el calor, lo deja trabajar? o bien, ¿es de clima templado a frío, como su servidor lo prefiere y habita? Regresarem­os al tema.

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