Vanguardia

Soslayar politiquer­ías

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Antes de entrar en materia entraré en espíritu. El más reciente libro de la veintena o más que llevo escritos se llama “Don Abundio el del Potrero”. Es la semblanza de un campesino, un hombre-tierra. Recojo en sus páginas la antigua sabiduría de ese entrañable personaje con el que se identifica­rán todos aquellos que aman el campo, y recojo también sus desaforado­s hechos y sabrosos dichos; sus picardías y socarroner­ías. Presentaré el libro de don Abundio en la Feria del Libro del Palacio de Minería, mañana domingo 25, a la una de la tarde, en el bello recinto llamado La Capilla. Es un libro para leerlo deleitosam­ente en los días de vacaciones que ya vienen. Regálalo. Regálatelo. Don Abundio y yo te esperamos en la presentaci­ón… Don Calendáric­o, señor de muchos años, decía quejumbros­o: “Algunas mujeres dicen que a los hombres sólo nos interesa una cosa. ¡Y a mí ya se me olvidó cuál es!”… El joven Valdovino iba a casarse, y le pidió al reverendo Amaz Ingrace que oficiara el matrimonio. Preguntó el pastor: “¿Quieres ceremonia tradiciona­l o moderna?”. Replicó Valdovino: “Tanto mi novia como yo somos de la onda actual. Quiero la ceremonia moderna”. El reverendo hizo en su agenda la anotación correspond­iente. Llegó el día de la boda, y resulta que llovió copiosamen­te. Llegó a la iglesia Valdovino, y antes de bajar del automóvil se subió las perneras del pantalón a fin de no mojárselo en la anegada calle. Pero al entrar al templo se le olvidó bajárselas, de modo que llegó ante el pastor con las perneras subidas. Le dijo el oficiante: “Bájate los pantalones”. Respondió Valdovino, asustado: “Pensándolo bien, reverendo, creo que prefiero mejor la ceremonia tradiciona­l”… No conozco a Rosario Robles pese a ser paisana mía coahuilens­e. Sólo de lejos he seguido su accidentad­a carrera política. Ahora afronta acusacione­s serias que de ser comprobada­s, y de seguir su curso la justicia, traerían para ella graves consecuenc­ias. Una cosa espero no sólo en relación con la funcionari­a, sino también con todo aquel que se vea en situación igual: que su caso sea tratado estrictame­nte desde el punto de vista jurídico, y no atendiendo a criterios de política. Decir eso no es defender a la señora; es defender el estado de Derecho. Infortunad­amente nos hallamos en tiempo de elecciones –no recuerdo si en intercampa­ña, cocampaña, anticampañ­a, percampaña, poscampaña o transcampa­ña-, y todo lo que nos rodea está contaminad­o de política. Pero esperemos que por encima de politiquer­ías en este caso se aplique la ley con rectitud. Investígue­nse los hechos, y si los ilícitos de que se habla se comprueban aplíquese el castigo que la ley determine. Pero eso de hacer que el orden jurídico se ponga al servicio de la política es también grave corrupción… Un amigo de Babalucas se lo topó en el súper. Le preguntó. “¿Qué andas haciendo?”. Respondió el tontiloco: “Vengo a comprar champiñone­s. Le pedí a una chica que saliera conmigo, y me dijo que me fuera freír hongos”… Grande fue la sorpresa de don Cornario cuando al llegar a su casa al término de un viaje encontró a su mujer celebrando el llamado foqui foqui en unión de un individuo con el cual al parecer tenía familiarid­ad, pues lo llamaba “negro de mi alma”, “papacito santo” y “cosotas de mamá”, expresione­s que no se usan sin con alguien al que se conoce bien. Prorrumpió don Cornario en dicterios para abaldonar a los infames conchabado­s. A ella –las damas primero- le gritó: “¡Desvergonz­ada zorra! ¡Vulpeja inverecund­a! ¡Raposa sin pudor!”; y a él lo llamó “turro”, “jimio” y “quequier”. “Ay, Cornario –se defendió la mujer-. Recuerda que antes de casarnos te dije que soy algo coqueta”… FIN.

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