Haciéndonos majes
de aquella época (los años 60, no la era Cuaternaria).
Aunque “Los Picapiedra” convivían con animales de diferentes períodos de la prehistoria (principalmente variedades de los grandes saurios del Mesozoico), lo cierto es que el ser humano y los dinosaurios jamás coexistieron sino hasta 1929, año en que don Plutarco Elías Calles fundó el PNR o Partido Nacional Revolucionario, actualmente PRI.
La teoría más aceptada por la comunidad científica es que los dinosaurios desaparecieron en una extinción masiva derivada por la escasez de alimento que causó el efecto de invernadero ocasionado por las partículas suspendidas tras la colisión de un cometa o meteoro gigante contra la Tierra o, como le llaman los expertos, el Súper Cabronazo.
El cuerpo celeste que tuvo a bien venir a destruir lo que ya llevaba adelantada la evolución (y que en realidad nos puso a los mamíferos en la competencia) se impactó, según evidencia irrefutable, en lo que hoy es la Península de Yucatán. ¡Madre mía! De hecho, hay una cantina en Mérida llamada La Cola del Pek, donde se lee una placa que dice “Aquí cayó el meteorito, que extinguió los dinosaurios, si mear le es muy necesario, váyase a aquel rinconcito”.
Yucatán se ha separado en dos ocasiones de la República Mexicana (tres si contamos la vez que se fue a que le cambiaran las placas tectónicas).
La primera fue en 1841, cuando los yucatecos decidieron que estarían mejor como nación autónoma y proclamaron su independencia como Nuevo Reino del Mayab, con Armando Manzanero como rey absoluto (no el compositor, obvio, sino un ancestro de éste) y el papatzul como moneda.
Pero don Antonio López de Santa Anna, que tenía una gran afición por los panuchos, les dijo: “¡Se independizan cuernos!”. Y ya para la hora de la merienda se los había vuelto a anexar.
En 1846 lo volvieron a intentar. Las fuerzas peninsulares intentaron repeler al Ejército Federal, pero como todo lo que tenían en su arsenal eran bombas yucatecas, se tuvieron que rendir y recibir además pamba rusa por mamones (de allí que son tan chaparritos).
“¿Será que ahora sí perdimos para siempre al columnista y le vamos buscando una en el Cesame? ¿O por qué será que hoy le dio por escribir puras sandeces y quitarnos nuestro valioso tiempo con semejantes dislates?”, se preguntará usted.
No se preocupen, amable lectores, potables lectoras, por la sanidad mental de su
de la plana editorial, que esa como quiera la voy a perder tarde que temprano.
Pero si hoy decidí no hablar de nada es precisamente porque parece que nadie tiene el menor interés en hablar de pinches nada.
No me explico de otra forma por qué no está ocupando las primeras planas coahuilenses, así como los titulares en todos los espacios noticiosos y todas las conversaciones de café y sobremesa el hecho de que el actual Gobernador de Coahuila sea señalado, en su gestión como alcalde de Torreón, por la Auditoria Superior de la Federación, por irregularidades en el manejo de 260 millones de pesos.
El hombre que releva a los nefastos hermanos Moreira viene con un enorme boquete económico (y moral) en sus cuentas como Presidente municipal, lo que termina de ponerlo en la misma liga que sus predecesores, la liga de las megadeudas y las empresas fantasma.
Sin embargo, los medios informativos y la opinión pública coahuilenses parece que prefieren hablar sobre cualquier otro tema baladí y chabacano antes que cuestionar a la máxima investidura estatal, a la que parece que nadie increpará ni se atreverá (por tantita dignidad o madre) a hacerle un desaire en señal de protesta o a aventarle la chamba por puro amor propio.
Nada. Estamos en manos de gente de muy improbables escrúpulos, pero ni siquiera lo estamos comentando y eso es hacerse (hacernos) soberanamente güeyes.
Así que, si así lo quiere Coahuila, yo me sumo con gusto. No hablemos de nada entonces. petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo