Vanguardia

RAYADOS YA NO CONTAGIA

- MARIO SÁNCHEZ

Hay triunfos que por más que sumen no dicen absolutame­nte nada. Son vacíos y huecos que exhiben más las carencias que las virtudes de un equipo. Triunfos que en el balance suelen ser un engaño.

Rayados le ganó a un destartala­do Atlas porque embocó un penal que vino a retractars­e de otro que había fallado. Fue el atajo que encontró o la suerte que tuvo para distanciar­se de un rival miniaturiz­ado por dos expulsione­s. No hizo justicia, más bien evitó un papelón.

La actualidad de Rayados es muy floja desde lo futbolísti­co y quizás tenga más puntos de los que merezca. Quizás ya no importe mucho qué tanto sume un equipo que no tiene combustión y que se ha ciclado. Lo que importa es lo acotado que está su alcance.

Rayados no supone tener un gran destino final a como viene jugando. No tiene futuro porque su presente sigue atado a los fracasos del pasado.

Como que en el fatídico 10D dejó más que otra Final en el camino. Le secuestrar­on la furia competitiv­a, el encanto y la confianza por más que se esfuerce en disimular que ya todos sus traumas están superados.

Mohamed insiste en que el equipo debe recuperar la intensidad perdida. Pero no sólo es una cuestión de un fanatismo físico detrás de un balón lo que le devolverá el alma a este equipo.

Rayados ha perdido también las formas y, si se quiere, su identidad, y ha hecho vulgar su estilo. Más predecible y menos sorpresivo.

Los rivales, incluso como Atlas, ya saben cuál es la música que toca Rayados. Esto, aunado a la fuga de nivel de algunas individual­idades, deriva en un problema de compleja solución: el equipo necesita nuevas rutas de escape dentro de un mismo modelo para ofrecer otra vez garantías. Y no es fácil.

A Mohamed le llevó bastante tiempo -y mucho dinero al club- encontrar una fórmula efectiva. Logró imponerla, pero no consagrarl­a. Este detalle, aunque parezca menor, hoy influye en el comportami­ento colectivo.

Rayados vive de la nostalgia con la obligación de ser cada vez mejor que antes. Es el precio que debe pagar por ponerse la vara muy alta. Ya no llega. La carga es demasiado pesada. Psicológic­amente está entrampado entre lo que fue y lo que es.

Los 10,000 aficionado­s en promedio que ya no van al BBVA no lo hacen por capricho, sino por el efecto Tigres, en parte, y también porque les cuesta volver a creer en un equipo que ya dos veces les ha abortado abruptamen­te el entusiasmo.

Es ese exactament­e el mensaje que envía Rayados. Sin entusiasmo y con un estilo cada vez más desnatural­izado, por más que gane, ya no contagia.

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Los regios no han convencido a sus aficionado­s en comparació­n con el anterior torneo.
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