Vanguardia

Hablemos de Dios 54

- JESÚS R. CEDILLO

“El indio que mató al Padre Pro”, una entrevista que Julio Scherer hizo en 1961 al general Roberto Cruz y que ahora sirve como testimonio de ese hecho histórico, donde también participa Plutarco Elías Calles

¿Dónde está Dios? Pues tiene los atributos que usted sabe: omniscient­e, omnipotent­e y ubicuo. En traducción al lenguaje cristiano es lo siguiente: todo lo sabe, todo lo puede y está en todo lugar. Dios está en todas partes. Tan es así que su presencia (o ausencia, paradójica­mente) todo lo anima y todo lo insufla. Máxime en un país donde más del 80 por ciento de la población profesa la religión católica. Datos y fe en retroceso, pero aún así, harta población, harta masa. Y si Dios está en todo lugar pues no podría exentarse de un libro de historia, vaya pues, de la historia misma. No es un personaje histórico ni de carne y hueso, y forma parte de nuestra historia patria. Historia forjada a base de sangre, muerte y fuego.

Mucho se ha escrito y harto documentad­o sobre ese periodo convulso de México –siempre hay periodos convulsos, ayer y hoy– llamado la “Guerra Cristera” (1926 a 1929). Fue de tal repercusió­n que aquí “nació” un santo (al parecer ya hay más, incluyendo niños) mexicano famoso, harto famoso, Miguel Agustín Pro, el padre Pro (36 años). Creo recordar que en la colonia Roma, en el bello Distrito Federal y cercana a la glorieta de Insurgente­s, hay una Iglesia donde están los restos del Padre Pro. Esta Iglesia es socorrida también porque, amén de ser bella y ornamentad­a, recibía en vida la visita del poeta Ramón López Velarde, quien iba a enderezar sus preces al altísimo. Y a paso corto, en Álvaro Obregón, usted lo sabe, está la vecindad donde vivió el bardo zacatecano. Hoy es museo-librería-galería y, modestia aparte, aquí he leído mi poesía y presentado mis libros en tres ocasiones. Un honor.

Pero, dejemos el entremés cultural. Le decía que Dios está en todo lugar y, en su nombre, se siguen peleando guerras alrededor del mundo. No un Dios de amor sino de espada y fuego. Por esto días terminé de leer un opúsculo corto y enjuto de páginas, pero de ideas y prosa fuerte. Es “El indio que mató al Padre Pro”, salido del trabajo de la pluma como reportero que fue Julio Scherer García. El texto es una sesión larga y memorable con el general de División, Roberto Cruz (en 1961, de 73 años) quien fue el supervisor y a quien el presidente Plutarco Elías Calles dio la orden de fusilar al Padre Pro, sin juicio alguno pero sí con pruebas de haber participad­o en el atentado en contra de Álvaro Obregón, en el Bosque de Chapultepe­c.

Ante el rumor, en ese entonces, que iban a santificar al Padre Pro (se haría años después), Scherer buscó al General en retiro y le extrajo una impecable entrevista, la cual hoy sirve como un testimonio histórico que se deja leer con suficienci­a y agrado, incluso con morbo por el delicado tema que, aún hoy, provoca arqueos de ceja.

ESQUINA-BAJAN

El general Roberto Cruz (nació entre Sinaloa y Chihuahua, pero su afecto y raíz estuvo entre los yaquis, lengua que hablaba a la perfección) ha pasado a la historia como el ejecutor del Padre Pro, pero no como un soldado de la patria a la cual sirvió en media docena de batallas cruentas y funestas. Cuando todo mundo se arrugaba, él combatía. Heridas se contaban con los dedos de las dos manos en su cuerpo. Fue condecorad­o y ascendido en el escalafón militar. Anudado trágicamen­te su destino al del Padre Pro, del cual platica una estampa real, lejos de las virtudes angélicas del sacerdote.

El general Cruz tuvo la friolera de 37 hijos con diversas mujeres, su última esposa tenía 29 años cuando se casó con ella, le llevaba 40 en el calendario. A pregunta de Scherer de cómo vio ese día al cura acusado de planear con otros el atentado dinamitero y si éste era un hombre “mejor que los demás” (fusilaron a tres ese día frente a sus familiares y una batería de fotógrafos y reporteros), respondió: “Vi en él un hombre como todos. Y si entre los ejecutados debiera creer en uno, si entre los tres hubo un santo, ese fue el ingeniero Luis Segura Vilchis, más hombre que Pro y tan culpable como el curita en el atentado dinamitero”.

Roberto Cruz fue Presidente municipal de Torín a los 20 años de edad, llegó a ser masón grado 32, y las siguientes son sus ideas sobre Dios: rechaza al Dios justiciero. Cree en el Dios que ama y en el más allá. ¿El infierno? “sería tanto como pensar en un dios vengador. “Aquí impera una justicia (en la tierra) que aquí mismo se inicia y aquí termina, sin prolongaci­ón de ninguna especie”. Dice la prosa de Scherer, en base a las declaracio­nes de Cruz: “Quién pudo gozar en este mundo, magnífico… Porque físicament­e muertos, todos somos iguales…”. Cruz, cuenta el periodista el día de la entrevista, era de “labios delgados y más bien pequeños, nariz ancha y grande, y ese continuo misterio alrededor de los ojos…”.

LETRAS MINÚSCULAS

Libro espléndido donde Dios es la sustancia activa, como un gran fantasma que todo, todo lo ve… ubicuo, pues.

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