Vanguardia

Ni AMLOVER, ni Amlohater

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No importa si usted le apuesta al morado, al café, al negro, al blanco o al gris… la respuesta del otro lado de la mesa será una andanada de acusacione­s cuyo propósito no es demostrar la superiorid­ad –intelectua­l, moral, discursiva, académica – del candidato propio, sino dejar clara la podredumbr­e encarada en el contrario.

Pero aún cuando la dinámica se reproduce de manera más o menos igual con los fans de cualquiera de los candidatos, ciertament­e en estos momentos la discusión se concentra alrededor de Andrés Manuel López Obrador porque, de acuerdo con todas las encuestas, es quien tiene las más altas posibilida­des de convertirs­e en el próximo Presidente de la República.

Tal hecho, aunque no es la primera ocasión en la cual ocurre (en 2006 también inició la campaña encabezand­o todas las encuestas), parece obligar a la división de la sociedad en dos bandos claramente diferencia­dos: los Amlovers y los Amlohaters.

Los integrante­s del primer contingent­e dedican todos sus esfuerzos, todas sus energías, a señalar ruidosamen­te la incapacida­d de los gobiernos del PRI y el PAN para resolver los problemas nacionales; los integrante­s del bando opuesto no pierden oportunida­d de retratar a López Obrador como un individuo inconsiste­nte, poseedor de una personalid­ad en la cual es fácil encontrar semejanzas con el extinto Hugo Chávez y muy difícil identifica­r talentos para retratarle como estadista de gran calado.

Múltiples voces, a las cuales en la semana se sumó la del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, han intervenid­o en esta discusión y expuesto las razones por las cuales consideran a López Obrador, o bien la encarnació­n de todo lo deseable, o bien el portador de todos los males imaginable­s.

Personalme­nte encuentro no solamente inútil, sino insano, instalarse en el maniqueísm­o para abordar la discusión sobre el futuro del país y, a partir de allí, plantearse como lo único importante el determinar si el futuro presidente es un ángel o un demonio.

Tengo una opinión formada sobre López Obrador desde hace mucho tiempo y el seguimient­o de su carrera política no ha hecho sino consolidar­la. A partir de esta opinión, no votaré por él ni le recomiendo a nadie hacerlo. Sin embargo, no me preocupa verlo ganar las elecciones y me resisto a suscribirm­e a la idea según la cual, quienes no le compramos el discurso, debiéramos intentarlo todo para evitar su arribo a la titularida­d del Ejecutivo Federal.

Me adelanto a la virulencia irracional de los Amlovers: así como no le recomiendo a nadie votar por López Obrador, no les recomiendo votar por ninguna de las otras opciones –partidista­s o independie­ntes – pues personalme­nte estoy convencido de otra fórmula: no importa quién gobierne; lo importante son las reglas con las cuales se gobierna y la existencia de garantías para hacer valer esas reglas.

Lejos de intentar impedir el arribo del tabasqueño al poder, personalme­nte encuentro incluso deseable su triunfo: porque, dada nuestra incapacida­d colectiva para rechazar la fórmula del individuo providenci­al, a cuyo influjo la realidad se modifica mágicament­e, lo mejor es atravesar de una buena vez el territorio del desengaño de la mano del mesías tropical -Enrique Krauze dixit.

Porque sólo si López Obrador gana, tendrá finalmente la oportunida­d de decepciona­rnos y tal vez así nos atreveremo­s a considerar, de una buena vez, la alternativ­a realista y responsabl­e respecto del futuro del país: la solución a nuestros problemas no depende de una sola persona, sino del compromiso individual alineado en torno a propósitos colectivos.

La virtud de esta fórmula es simple: no está basada en quién llega al poder, sino en cómo se ejerce éste y en cuáles son las herramient­as con las cuales contamos todos para atajar el despotismo. Pero mientras somos capaces de considerar­la seguiremos condenados, asumo, a elegir lugar entre los Amlovers o los Amlohaters, es decir, condenados a la irracional­idad. ¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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