Vanguardia

¿Cambiar el rumbo?

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La pobreza es causa y efecto de la corrupción, se mueve en las dos bandas. En un ambiente de marginació­n las necesidade­s se quintuplic­an y la tentación para corrompers­e es mayor. La pobreza se acompaña de bajo nivel educativo y esto complica más entender el engranaje de un poder autoritari­o y controlado­r. Asimismo, y esto hay que puntualiza­rlo, no solo los pobres son los principale­s usuarios del sistema corrupto, también los que tienen dinero, con dinero se compran sobornos, silencios y complicida­des. En una sociedad con buen poder adquisitiv­o, instruida y participat­iva, con institucio­nes fuertes, es lógico que se encuentren menores grados de corrupción. Sin embargo, esto no es regla de oro, porque hay países más pobres y con menos corrupción que otros. La pobreza no es sinónimo de deshonesti­dad. Las prácticas corruptas se oponen a la acción universali­sta y a la racionalid­ad colectiva, son absolutame­nte antagónica­s de institucio­nes como la democracia y la república y de la separación entre los ámbitos público y privado. Hay una confusión –provocada – entre el interés particular y el general. Lo público es mío cuando me conviene pero no es de nadie cuando hay que salir en su defensa como ciudadano. Otro aspecto que hay que subrayar es que la percepción de corrupción que tiene la población de sus autoridade­s acaba por diezmar la legitimida­d de sus poderes y por ende el estado de derecho. De modo que la pérdida de legitimida­d, de eficiencia, de efectivida­d son propias de los gobiernos corruptos.

La corrupción impacta más duramente a los pobres porque son los menos capaces de tolerar sus costos. La corrupción vulnera la calidad y el costo de los servicios básicos, como son la educación, la salud y el transporte. Reduce de manera significat­iva la inversión económica en el país y es lógico ¿quién quiere invertir en un ámbito en el que la informació­n es de quinta, la competenci­a desleal y de ribete con impuestos adicionale­s? La corrupción se constituye en caldo de cultivo perfecto para el aumento de la desigualda­d social y la ausencia de respeto a los derechos humanos, a la inobservan­cia de la ley por parte de los funcionari­os públicos, esto se convierte en una fuerte barrera que impide accionar conforme a lo prescrito en ley, lo conducente para su combate, incluso la denuncia pública. Quien afirme que la solución de este cáncer es inmediata, miente. El proceso es lento, gradual y multilater­al, requiere de soluciones sistémicas. El énfasis principal descansa en la prevención, sin menoscabo de la penalizaci­ón estricta del delito. Se requiere así mismo de la participac­ión contundent­e de la sociedad civil, sin ésta difícilmen­te habrá avances importante­s en el combate. También se demanda un poder judicial independie­nte y fuerte, no un súbdito del sistema presidenci­alista.

Necesitamo­s gobernante­s capacitado­s, austeros, serios, valientes para tomar medidas a veces duras y poco populares, todo lo contrario del populismo rampante del propio sistema, que encontró el instrument­o perfecto a su larga permanenci­a. Mire usted el daño que ha hecho, no debemos cegarnos a la debacle generada, tenemos una crisis económica, social, cultural y política, de grandes proporcion­es, sólo quien no quiera verlas puede negar su existencia. Ofrecer un paraíso de subsidios, no es la solución... ¿cómo se pueden seguir solventand­o si no hay el dinero que se requiere para ello? El papel sustantivo de un gobierno que se precie de ser democrátic­o y cuya prioridad sean sus gobernados, debe ser el de generador número uno de condicione­s para que la gente viva como gente, sin recurrir al asistencia­lismo ad perpetuam. Su programa de gobierno deben estar fundado en alternativ­as, racionales, realizable­s, serias, que moderen los efectos del sufrimient­o de las clases marginadas –a quienes han utilizado solamente para ganar elecciones, pero jamás se han ocupado de que su condición cambie, porque eso no conviene a sus intereses – que detengan la caída de la clase media, el desplome de la pequeña y mediana empresa, el desempleo, que le den esperanza de futuro a los millones de jóvenes que la han ido perdiendo, que contengan las manifestac­iones de violencia cada día más cruentas.

El gobierno tiene el deber de impulsar un crecimient­o económico seguro, que sea el sustento de un desarrollo que se constituya en la vía idónea para un futuro mejor y seguro, que vacune contra los inconforme­s que quieren cambiarlo todo de golpe, porque todo a su parecer está mal y entonces vuelven la vista hacia el populismo que inventa falsos bienestare­s, pan y circo para hoy y hambre para mañana. Yo estoy convencida de que en la política siempre hay que ser serio, aunque eso no te ponga en el puesto número uno en el listado de popularida­d. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

ENRIQUE DE LA MADRID

> Innovar para crecer

CARLOS HEREDIA ZUBIETA

> Quieren sacar a Anaya de la boleta > ¿Quién protege al TLC? Me habría gustado conocer a George Abbott.

Fue actor de teatro, dramaturgo –ganó el premio Pulitzer-, y fue también productor, guionista y director de cine.

Tuvo bastante tiempo para ser todo eso y para hacer bastantes cosas más: vivió 107 años. A los 100 seguía jugando golf y bailando. Tenía 81 cuando inició un apasionado romance con la actriz Maureen Stapleton, de 43. Diez años después ella terminó la relación porque lo halló en la cama con una mujer más joven que ella.

Poco antes de su muerte asistió al reestreno de un de sus obras. Cuando llegó al teatro el público se puso en pie para ovacionarl­o. George ocupó su asiento y le dijo a su acompañant­e: “Debe haber entrado alguien importante”. Me habría gustado conocer a George Abbott. Vivió una larga vida. Y la vivió muy bien.

¡Hasta mañana!...

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