Vanguardia

AQUÍ A PUNTO DE MORIR

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El alcohol es el lubricante social entre los jóvenes. Ellos dejan las botellas vacías y rotas como sus esperanzas. Algunos toman para sentir que pertenecen a un grupo que los acepta. Otros ingieren bebidas embriagant­es para sentirse Pedro Infante, para ser macho, para olvidar las penas amorosas, o como vía de escape.

La cultura mexicana, incluida la saltillens­e, nos heredó un modelo de consumo de alcohol. El sociólogo Julio Guerrero escribió: “Cuando la atmósfera no está cargada, el espíritu se sosiega; pero la reacción es en sentido depresivo, y por eso el mexicano que no tiene alcohol, aunque no es triste por naturaleza, tiene accesos de melancolía.

Así lo prueba el tono elegíaco de sus poetas, desde Netzahualc­óyotl, los románticos modernos, y la música popular mexicana. El medio que habitamos suele transforma­r en tendencias melancólic­as la gravedad del indio y la seriedad del castellano… Una filosofía semi estoica y semi burlona que hace desdeñar la vida y afrontar la muerte a balazos o puñaladas por cualquier chiste…

El alcohol no hace pasar al mexicano de la melancolía a la alegría, sino a la malignidad y a la ira impulsiva.”

El saltillens­e va “del vomito a la sed, atado al potro del alcohol”: Alcohólico­s Anónimos en Saltillo atiende al mes cincuenta nuevos jóvenes de entre quince y veinte años que acuden por problemas con la bebida.

El Centro de Integració­n Juvenil (CIJ) recibió en el año 2016 un total de 679 casos ligados al alcohol, en jóvenes en edades que van desde los diez años hasta los diecinueve. En la entidad, del 2015 al 2017 los accidentes de tránsito mataron a 750 personas, mientras que las balas a 339. Coahuila ocupa el segundo lugar nacional en ingesta diaria y también en ingesta excesiva de alcohol. El hecho suele comentarse con bromas, sería cómico si no fuera porque esa realidad es una tragedia.

El pasado miércoles a las 9.30 p.m., un joven posteo en su cuenta de Facebook “Casual aquí, a punto de morir”.

La imagen mostraba una charola con al menos seis shots de tequila. Una hora y media después, el mismo joven fallece en accidente por exceso de velocidad y alcohol. Dos jóvenes más murieron en el mismo vehículo.

Se culpa a los jóvenes, porque no miden el peligro, a los padres porque les dan dinero y auto, a las autoridade­s por no poner alcoholíme­tros a la salida de los bares, y a estos últimos porque sirven alcohol sin medida.

Se trata de encontrar soluciones y no culpables. El problema es multifacto­rial, muchas veces los jóvenes son víctimas de las circunstan­cias del entorno y la cultura que los rodea. Es como una trampa de la que no pueden salir.

Cada vez que hay una tragedia, la ciudad se conmociona, las autoridade­s prometen medidas. Todo se olvida pronto, hasta el siguiente accidente y la próxima muerte. Mientras tanto los jóvenes están aquí, a punto de morir.

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