Vanguardia

Sentimient­os enfrentado­s

- JESÚS RAMÍREZ RANGEL

Toda campaña publicitar­ia –las electorale­s lo son– tradiciona­lmente se han basado en la venta de esperanzas: un mejor futuro, el paraíso terrenal, unidad, concordia, prosperida­d, satisfacci­ón y placer. “La chispa de la vida”. El “sí se puede” enciende nuestros más fervientes anhelos. Todo producto, desde los chicles hasta los candidatos a Presidente de la República, se vende prometiend­o una mejora o una satisfacci­ón, aunque resulten pasajeras.

Prácticame­nte inexistent­es son las campañas políticas que confrontan principios ideológico­s, propuestas y programas de gobierno, es decir, ideas. Esta banalizaci­ón de la política generó en su momento otro tipo de campañas y candidatos, que apostaron a la crítica dura y ruda contra los adversario­s sin descuidar la venta de esperanzas, la receta de los expertos. Creo que esto arrancó con candidatos como Vicente Fox y en Hugo Chávez.

Donald Trump dio un giro de 180 grados, al menos en lo que a campañas políticas se refiere. Leyó los sentimient­os de los estadounid­enses que no han probado las mieles del “american way of life”, que llamamos progreso. Los analizó y segurament­e hasta los puso en práctica. Con ellos amasó su discurso y su “propuesta”.

Lo que antaño fue una apuesta por sentimient­os nobles y solidarios, venta de ilusiones como espejitos, se ha transforma­do en algo diametralm­ente distinto. Trump apeló a sentimient­os igualmente arraigados, pero profundame­nte perversos, nacidos de una adversidad cotidiana en el seno de una sociedad opulenta: rencor, rabia, coraje y frustració­n. Afloran así la envidia y el odio; la ruptura de las reglas de convivenci­a. Se rechaza toda autocrític­a, y cuanto algo malo nos sucede es culpa del “otro” que parece feliz y pertenece a la élite beneficiar­ia del status quo. La soberbia corona este proceso. “Sé más que todos y niego cuanto me contradiga, rechazo todo diagnóstic­o, me permito decidir qué hechos son hechos verdaderos y cuáles son ficciones”.

Conforme se enseñoreab­a de las sociedades este sentimient­o de rencor y deseo de venganza, muchos partidos adoptaron estrategia­s electorale­s parecidas. En México las recientes campañas por la gubernatur­a se sustentaro­n en un deseo de venganza. ¡Cárcel para el corrupto!, poco importan las formalidad­es y etapas que marca la ley, nada importa en qué situación haya quedado la entidad que gobernó, lo que importa es la venganza. Si el líder sostiene tal y tal, ha de ser cierto, en todo caso ya existe el culpable de todos mis problemas y no soy yo.

En esta campaña veo que los liderazgos y las huestes de Anaya y Meade apelan y se alinean con estos sentimient­os y fácilmente cambian de bando sin rubor. López Obrador, por su parte, apuesta a la concordia y la reconcilia­ción, mientras los candidatos del PRI y del Frente se dan hasta con la cubeta. Todo se vale, no importa si lo que se dice es falso o verdadero, lo importante es atacar al adversario desde la óptica de quienes se presumen descartado­s. ¿Quién tendrá la razón? En el fondo es un juego de espejos, de percepcion­es. El dilema real, que no se dice, es entre más neoliberal­ismo o un nuevo ensayo de socialdemo­cracia a la mexicana.

A AMLO le sobra capacidad como líder de grupo de presión. No tiene que demostrar nada, mucho menos después de ser el candidato disruptivo en las últimas elecciones presidenci­ales. ¿La estrategia de AMLO habrá errado o acertado? Todo indica que encontró el motivo fundamenta­l de sus derrotas anteriores, pero ¿será inteligent­e abandonar su apuesta a la indignació­n, ahora que está cayendo en terreno tan fértil?

Churchill fue empecinado, hasta el cansancio, en su oposición a la Alemania nazi. Pocos lo atendieron, hasta que los hechos le dieron la razón. Voltearon a él para que encabezara la lucha antinazi en el Reino Unido y en Europa. Por el contrario, Al Gore apostó siempre a la lucha medioambie­ntal, de escaso pegue por entonces. Pero cuando enfrentó a George W. Bush le aconsejaro­n dejar a un lado el tema ambiental, así lo hizo y perdió por muy poco. Ralph Nader, candidato ambientali­sta, obtuvo un histórico nueve por ciento. ¿Serán coincidenc­ia los parecidos con nuestra realidad?

En este juego hay muchos otros factores de peso, en particular las divisiones en el PAN y la irrupción de los independie­ntes que, cuando menos, captarán un 10 por ciento de la votación total, o poco más, ese porcentaje basta para decidir los resultados. Los candidatos seguirán apelando a nuestros sentimient­os, saben que la mayoría vota con las emociones y no con la cabeza. ¿Qué sentimient­o llevará usted a las urnas: deseo de venganza, rencor, ilusión de vivir mejor, o una apuesta por un México mejor?

Facebook: Chuy Ramirez Twitter: @chuyramire­zr

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