Vanguardia

CON MISERIA NO HABRÁ PAZ

A propósito de la reciente conferenci­a de la FAO, la agencia de la ONU para la agricultur­a y la alimentaci­ón, que debatió en Jamaica los retos alimentari­os de Latinoamér­ica y El Caribe.

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Hoy en día, alrededor de dos quintas partes de la superficie terrestre están dedicadas a la agricultur­a. Con tanto terreno, para arar, sembrar y regar, se calcula que el sector agrícola consume 70 por ciento del agua disponible, emite 25 por ciento de los gases de invernader­o, utiliza un tercio de la energía y es responsabl­e de 80 por ciento de la deforestac­ión.

Y a más bocas que alimentar, más terreno que cultivar, y por tanto más probabilid­ades de que la tierra y otros recursos naturales se agoten. De hecho, ya estamos alimentánd­onos a cuenta de las futuras generacion­es.

En América Latina y el Caribe, la agricultur­a es el medio de subsistenc­ia de millones de personas, y, junto con Asia, será la región responsabl­e de producir más de 75 por ciento de la comida que demandará la humanidad durante la próxima década.

Históricam­ente, la agricultur­a intensiva se ha considerad­o la clave para la seguridad alimentari­a, pero ese tipo de agricultur­a requiere de fertilizan­tes, pesticidas y cantidades de agua, que están creando serios problemas ambientale­s a nivel global.

HORIZONTE DESALENTAR­DOR

La perspectiv­a para el planeta es desalentad­ora, sobre todo si tomamos en cuenta las previsione­s de que la población mundial superará los 9 mil millones de personas en 2050, lo que requerirá aumentar la producción agropecuar­ia en 50 por ciento para garantizar la seguridad alimentari­a de todos los habitantes que para entonces estarán poblando el planeta.

“Alcanzar esa meta (aumentar la producción agrícola y pecuaria en 50 por ciento) requerirá la expansión de la superficie cultivada, especialme­nte en el mundo en desarrollo, con implicacio­nes para la sostenibil­idad de la tierra, del agua dulce, la biodiversi­dad y el clima del planeta”, explicó Mohamed Bakarr, especialis­ta del Fondo para el Medio Ambiente Mundial.

Para lograr la seguridad alimentari­a mundial, Bakarr enfatiza la necesidad de incrementa­r el rendimient­o de las tierras agrícolas actuales, de manera que se asegure la sostenibil­idad de los recursos naturales, frente a una población con grandes huecos de pobreza y constante demanda de comida. LO QUE NO SE PUEDE OCULTAR La producción de alimentos no solo necesita ser sostenible sino también ‘inteligent­e’.

Y al mismo tiempo, de parte de los consumidor­es, es necesario evitar el desperdici­o de alimentos, de los cuales 1,300 millones de toneladas se van a la basura cada año.

Pero más allá de las preocupaci­ones por el planeta, hay una verdad que no se puede soslayar: más de 800 millones de personas alrededor del mundo, 50 millones de ellos en América Latina, no tienen acceso seguro a los alimentos diarios necesarios para sobrevivir.

El hambre y la malnutrici­ón son el primer riesgo a la salud a nivel mundial y la principal causa de muerte de los niños. Ninguna región está inmune y en América Latina se calcula que casi 7 millones niños en edad preescolar padecen desnutrici­ón crónica.

En Latinoamér­ica, como en todo el mundo, el hambre está vinculada íntimament­e con la pobreza. Pero no se acabará con el hambre únicamente con mayor producción de comida, también hay que hacer frente a las enormes desigualda­des que existen en la región y que, cada vez con más frecuencia, obliga a los más pobres a vender sus activos productivo­s, a sacar a sus hijos de las escuelas y a dejar de hacer al menos una comida al día”, explica José Cuesta, economista del Banco Mundial.

LA DEMANDA CRECERÁ

Un 30 por ciento de la población latinoamer­icana depende de la agricultur­a para su sustento. Fuertes sequías en los primeros cuatro meses del año pasado impactaron gravemente en las cosechas de Centroamér­ica, y a nivel regional casi dos millones de personas se vieron afectadas por la insegurida­d alimentari­a durante ese mismo período.

Según José Cuesta, en nuestra región, a diferencia de otras partes del mundo, el incremento de la clase media que se ha registrado en la última década puede generar desafíos adicionale­s a la hora de aumentar la demanda alimentari­a.

“A medida que uno aumenta su nivel socioeconó­mico, el desperdici­o de alimentos tienden a aumentar, algo que los más pobres no pueden permitirse”, afirma.

Malas cosechas provocan además aumentos en el precio de los alimentos, que consecuent­emente generan más pobreza.

Es un triste panorama para una región que alberga un tercio de las tierras cultivable­s del mundo, sin embargo, los expertos están de acuerdo en que con gestión adecuada el sector agrícola latinoamer­icano todavía tiene un gran potencial para alimentar a las próximas generacion­es.

LOGROS ANULADOS

En lo que va de siglo, el hambre ha disminuido de forma importante en América Latina y el Caribe. Una serie de políticas nacionales —alimentaci­ón escolar, protección contra la pobreza, mejoras en la producción agrícola...— llevaron, por ejemplo, a los países de Sudamérica a reducir a la mitad el número de personas que no comían lo suficiente, entre 2000 y 2015.

Pero el año pasado la tendencia cambió, el hambre volvió a crecer, y las miradas se dirigieron a lugares como Venezuela (con sus situacione­s de cuasiemerg­encia) y a países como Haití, donde uno de cada dos haitianos está subaliment­ado.

¿QUE ES LO QUE PASA?

“No obstante los éxitos, hay territorio­s que permanente­mente mantienen altas cifras de hambre, y donde las iniciativa­s públicas no funcionan. Y en esos territorio­s queremos saber qué pasa”, señaló en su momento la senadora mexicana Luisa María Calderón, coordinado­ra de los Frentes Parlamenta­rios contra el Hambre.

Ese grupo de cerca de 300 legislador­es de 21 países latinoamer­icanos y caribeños ha identifica­do 100 territorio­s rezagados, y busca ahora la colaboraci­ón de expertos y académicos para encontrar las razones y las soluciones.

Por ejemplo, ¿qué tienen en común esos lugares? Para empezar, la pobreza, “pero también falta de agua, y de asistencia médica”, destaca Calderón.

El problema es que, si uno se fija solamente en los promedios nacionales —de hambre y de desnutrici­ón— deja fuera de foco a zonas con problemas específico­s y muchas veces graves. Por ejemplo, los datos muestran que los que menos comen en la región de los 100 territorio­s son los niños y las mujeres.

Pero aún más significat­iva es la prevalenci­a de problemas alimentari­os entre los pueblos indígenas.

Por ejemplo, en las áreas rurales de Guatemala las cifras de desnutrici­ón infantil son 13 puntos superiores a la media nacional.

Y en Paraguay, los niños con desnutrici­ón crónica (que miden menos de lo que les correspond­e por edad) pasaron de ser un 18% en 2005 a un 10.8% en 2012 a nivel urbano. Sin embargo, entre la población rural indígena, los menores de cinco años afectados por la baja estatura, son ahora el 47%.

“Los indígenas no solo pasan hambre por ser pobres, sino también por ser indígenas”, apunta Julio Berdegué, subdirecto­r general de la FAO para América Latina y el Caribe.

EN SÍNTESIS

“Los pueblos originario­s de América Latina y el Caribe sufren una alta prevalenci­a de desnutrici­ón, y esos problemas con frecuencia se diluyen en las cifras del hambre de las políticas nacionales.

“Pero nosotros no necesitamo­s que los Gobiernos nos elaboren planes, que muchas veces son asistencia­listas”, recalca Jorge Stanley, dirigente del Consejo Internacio­nal de Tratados Indígenas, que defiende los derechos de las comunidade­s autóctonas de la región.

“Lo que necesitamo­s es que apoyen nuestros propios planes de desarrollo, en armonía con la Naturaleza, con recursos económicos y también con apoyo técnico, pero siempre intentando llegar a un equilibrio con nuestras formas de ser y de hacer. El Estado debe ayudar, no imponer”.

“Habría que mantener los sistemas propios y fortalecer­los, en lugar de llegarles con sistemas que les anulan”, coincide la senadora Calderón. “O que son contraprod­ucentes. Porque, por ejemplo, si se pretende proveer de comida a comunidade­s remotas, la distancia puede obligar a llevar los alimentos más duraderos, y no los más adecuados para mejorar su situación nutriciona­l.

“Así que, para los que viven en el campo no vale la misma receta que para los que viven en una comunidad urbana. Es de las cosas que tenemos que aprender a diferencia­r”, señala la senadora Calderón.

MARY STOKES Y CARLOS LAORDEN EL HAMBRE Y LA MALNUTRICI­ÓN SON EL PRIMER RIESGO A LA SALUD A NIVEL MUNDIAL Y LA PRINCIPAL CAUSA DE MUERTE DE LOS NIÑOS. PARA EL 2050 LA POBLACIÓN MUNDIAL SUPERARÁ LOS 9 MIL MILLONES DE PERSONAS

(Los autores son expertos en desarrollo rural. Escriben para el diario El País)

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