Tan temprano y hasta atrás
a chupar así sin calentamiento previo nos puede causar alguna lesión? ¿Algún tirón, calambre o desgarre muscular?
Yo encuentro tres posibles explicaciones para el precopeo: Ya sea porque quedamos de reunirnos en algún antro muy caro donde la Corona de cuartito cuesta lo mismo que una botella de Moët Chandon y queremos ponernos un poco alegres antes para que luego en el establecimiento no tengamos que empeñar el alma eterna y el fondo universitario de los hijos para pagar; o bien, porque después de una larga semana ya comenzamos a experimentar síntomas del síndrome de abstinencia (sed de la peligrosa, que le dicen) y no queremos que nos vean empinarnos los primeros tragos con avidez de Jack Sparrow, sino que a donde vamos queremos que nos recuerden como unos auténticos caballeros de la templanza y la moderación (aunque ya en el precopeo nos empujamos un seis de cervezas y un tercio de aguardiente)
La tercera explicación (mi favorita) es que algunos necesitamos mucho anestésico espiritual para soportar la interacción social con especímenes cuya charla insulsa o razonamiento rudimentario nos va a hacer preguntarnos –otra vez–: “¿por qué rayos accedí venir?” (¡ah, por la comida gratis, ya me acordé!)
Se dice que el patrono de los Afligidos, San José José, nunca en toda su vida agarró una sola borrachera.
“¡Lo queeee paaaaaasa eeees que yo en el puro precopeo ya me ponía hastaaaaa la madreeee!”. ¡Ah, vaya! ¡Menos mal, don José! Y así como alguna eminencia en alipús, tlapegüe, chínguere, pisto y tanguarniz inventó el precopeo como mero pretexto para ponerse como el monstruo de “La Forma del Agua” (todo hinchado, baboso y viendo bonita a la fea de la oficina), algún otro cerebro diabólico inventó las precampañas.
¿Para qué una precampaña? Si sólo van a hacer un chingo de ruido, a contaminar nuestras ciudades con sus horrendas carotas digitalmente intervenidas y de la estridencia de sus jingles, eslóganes y discursos mejor ni hablemos.
En teoría la precampaña serviría para que los partidos políticos pudieran elegir democráticamente (como si eso existiera), con procesos electorales, abiertos o exclusivos para su militancia y simpatizantes, a sus candidatos.
Pero luego alguien, en cuyo partido se practica el dedazo descarado, vio que ello representaba una desventaja para sus gallos, pues los contrincantes venían ya ganadores de un proceso interno y de una campaña que, aunque incipiente, ya pesaba en la mente y preferencias del electorado.
Así que decidieron fingir también elecciones internas para que su divisa no se nos olvide ni un instante de nuestras atormentadas existencias, lo mismo que para cerciorarse de que conocemos cada detalle nimio de su anodino postulante.
Bien, esa es la historia. Y gracias a ello es que estuvimos, en fechas recientes, padeciendo un día sí y otro también cada minucia en el acontecer de los tres “pre” candidatos en disputa por la Presidencia, pese a que ya habían sido designados por su partido o por ellos mismos desde hace mucho tiempo.
Todo con costo para el erario (obvi) y para nuestras neuronas.
Y en resumen, podemos decir que las precampañas sirven para lo mismo que el precopeo: para que todos acabemos, al final, todavía más hasta la madre.
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