Nazística
población ciudadana. Entonces los nazis no eran aún lo que llegaron a ser, aunque sí sumamente temibles, groseros, vacuos, pomposos y fanáticos. Faltaban cinco años justos para que desencadenaran la Segunda Guerra Mundial. Pero ya habían aprobado sus leyes raciales, que databan de 1933 y además fueron cambiando y endureciéndose. Una de sus consecuencias tempranas fue que muchos individuos que hasta entonces habían sido tan alemanes como el que más, de pronto dejaron de serlo para una elevada porción de sus compatriotas, que los declararon enemigos, escoria, una amenaza para el país, y finalmente se dedicaron a exterminarlos. Lo sucedido en los campos de concentración (no sólo con los judíos, también con los izquierdistas, los homosexuales, los gitanos y los disidentes demócratas) se conoció muy tardíamente; en toda su dimensión, de hecho, una vez derrotada Alemania.
Así que comparar a gente actual con los nazis no significa decir ni insinuar que esa gente sea asesina (eso siempre está por ver), sino que llevan a cabo acciones y toman medidas y hacen declaraciones reminiscentes de los nazis anteriores a sus matanzas y a su guerra. Y, lejos de lo que dicta la consigna mencionada al principio, eso conviene señalarlo en cuanto se detecta o percibe. Una característica nazi (bueno, dictatorial y totalitaria) es que, una vez ganadas unas elecciones o un plebiscito, su resultado sea ya inamovible y no pueda revisarse nunca ni someterse a nueva consulta. Es muy indicativo que en todas las votaciones independentistas (Quebec, Escocia), nada impide que, si esa opción es derrotada, se intente de nuevo al cabo de unos años. Mientras que se da por descontado que, si triunfa, eso será ya así para siempre, sin posibilidad de rectificación ni enmienda. A nadie le cabe duda de que el modelo catalán seguiría esa pauta: si en un referéndum fracasamos, exigiremos otro al cabo del tiempo; en cambio, si nos es favorable, eso será definitivo y no daremos oportunidad a un segundo.
El independentismo catalán actual va recordando a “El triunfo de la voluntad” en detalles y folklore (yo aconsejo ver ese documental cada 10 o 15 años, porque el mundo cambia): proliferación de banderas, himnos, multitudes, arengas, coreografías variadas, uniformes (hoy son camisetas con lema), patria y más patria. En uno de sus discursos, Hitler imparte sus órdenes: “Cada día, cada hora, pensar sólo en Alemania, en el pueblo, en el Reich, en la nación alemana y en el pueblo alemán”. Sólo eso, cada hora, obsesiva y estérilmente. Se parecen a ensalzamientos del caudillo Jordi Pujol y de sus secuaces respecto a Cataluña. Hace poco Alcoberro, vicepresidente de la ANC, soltó dos cosas reveladoras a las que (siendo él personaje secundario) poca atención se ha prestado. Una fue: “Para muchos, España ya no es un Estado ajeno, sino que es el enemigo”. No dijo el Gobierno central ni el Tribunal Supremo, dijo España, así, entera. Son los mismos que a veces desfilan gritando “Somos gente de paz” en el tono más belicoso imaginable. La otra cosa nazística que dijo fue: “La independencia es irreversible porque los dos millones que votaron separatista el 21 de diciembre y en el referéndum del 1 de octubre no aceptarán otro proyecto”. En Cataluña votan cinco millones y medio, pero las papeletas de dos abocan al país a una situación “irreversible”. Porque ellos, está claro, no respetan la democracia ni “aceptarán otro proyecto”, aunque las urnas decidan lo contrario. Difícil tener claridad sobre cuáles temas son serios hoy día. El del PRI dice que atacará la corrupción; el del PAN habla de castigar la corrupción; Margarita cree que le puede ganar a López Obrador. AMLO avienta propuestas polémicas. Podemos debatir por años si las refinerías son una buena idea, si ser amigable con Trump tendrá un efecto positivo, si la corrupción se acaba por que el presidente no es corrupto, si sumar a su causa personajes con “reputación dudosa” es conveniente.
Sin embargo, hay un tema que ha cobrado fuerza y que pudiera parecer menor si no es porque nos da pistas de cómo AMLO pretende gobernar si gana. Me refiero al Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM). No es solamente necesario, sino probablemente el mayor proyecto de infraestructura en la historia del País (desde las pirámides) y la obra de gobierno que pudiera balancear –ligeramente– el lugar en la historia que tendrá EPN después de 6 años de violencia, corrupción y cinismo desbordado.
Cancelar el aeropuerto, sin explicar costos de cancelación y sin una alternativa seria, es irresponsable. No pude encontrar elementos que soporten la idea de AMLO. Si hubiera ganado hace 12 ó 6 años, la medida hubiera sido menos cuestionada, pero tiene que reconocer no sólo los recursos que ya se han invertido, sino la urgencia de contar con un aeropuerto a la altura del País que aspiramos ser. Querer cancelar esa obra nos dice que siendo candidato no está dispuesto a escuchar consejo; y si hoy nadie le lleva la contraria será aún más difícil que alguien se anime siendo presidente.
Si la obra se hace en presupuesto y sin la corrupción tradicional, el nuevo aeropuerto es muy deseable y urgente. Empezar de cero no parece sensato. Recientemente comentaba que es necesario que nuestros líderes viajen y absorban lo que se hace bien en otros países. Bueno, es muy triste y a veces vergonzoso tener que recibir a viajeros internacionales en el actual aeropuerto (AICM). No solamente es viejo, sino que su capacidad está topada. Cuenta con dos pistas (que no pueden funcionar simultáneamente por no respetar estándares internacionales de separación); cualquier obra en pistas genera un caos; los accesos al aeropuerto son un monumento a los embudos.
Cada año el AICM mueve 42 millones de pasajeros. Cantidad similar a la de Phoenix, Múnich, Orlando, Houston, Barcelona o Estambul. Entre Dallas y Houston mueven más de 107 millones de pasajeros cada año (con 11 pistas en total). Dubai, Londres y Seúl mueven 88, 76 y 58 millones, respectivamente. Cualquier ciudad mediana en China tiene instalaciones muy superiores a las del actual aeropuerto. Un aeropuerto es la carta de presentación de una ciudad o país y nosotros no estamos a la altura, ni en la CDMX ni en el resto del País. En México los aeropuertos son homenaje a la cultura del apenitas. El mundo nos deja atrás y aunque no es culpa de AMLO (hasta ahora) no podemos dejar que nos mantenga atorados sin una buena razón. Su propuesta debería ser no sólo seguir con el NAICM, sino agregar otros tres en ciudades que estén a la altura de sus pares internacionales.
Estemos atentos a cómo evoluciona el tema, lo considero un barómetro importante de cómo sería tener a AMLO de presidente.