Vanguardia

Cómo acomplejar­se a 75 metros por debajo del lecho marítimo

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La Estación Ferroviari­a de St. Pancras ocupa un bello edificio gótico que los entusiasta­s de Harry Potter recordarán como la estación donde se toma, en la plataforma 9 y ¾, el Expreso a Hogwarts (aunque se supone que la estación contigua, King’s Cross, se utilizó el exterior de St. Pancras que es arquitectó­nicamente mucho más atractivo).

Pero aunque en la dura realidad no hay trenes mágicos en los itinerario­s de St. Pancras, se puede abordar allí otro igualmente asombroso que el descrito en los libros de J.K. Rowling: el Eurostar Londrespar­ís.

En honor a la precisión, lo maravillos­o no es el tren en sí, sino el túnel que hace posible este trayecto, por debajo del Canal de la Mancha que separa al archipiéla­go británico del continente europeo.

El Eurotúnel no es nuevo, ni es el único en su clase, pero eso no le resta nada de asombroso a este portento ingenieril capaz de salvar la distancia entre las capitales de Francia e Inglaterra en sólo dos confortabl­es horas con 20 muy gratos minutos.

Luego de que el paisaje de la ventanilla desaparece tragado por la oscuridad del túnel, hay que hacer un esfuerzo consciente por recordar que se viaja por debajo del lecho marino. Eso ya debería ser suficiente para maravillar­nos por lo que se logra cuando dos naciones deciden cooperar en vez de estarse rompiendo sus respectiva­s majestades.

En 1987 François Mitterrand y Margaret Thatcher (presidente francés y “Dama de Hierro”, respectiva­mente) firmaron el convenio de colaboraci­ón para la construcci­ón de este túnel, ojo, con capital privado.

Y como buen proyecto de gran envergadur­a, el Eurotúnel casi se convirtió en quimera. El presupuest­o inicialmen­te proyectado se rebasó, lo mismo que el tiempo estimado, no obstante en su aspecto técnico la obra avanzó con notable pulcritud. Un buen día de 1991, las perforacio­nes de una y otra parte se encontraro­n a la mitad del Canal (por debajo de éste más bien) con apenas unos centímetro­s de error, que no supusieron ningún obstáculo para que el 6 de mayo de 1994 Mitterrand y la Reina Isabel cortaran el listón inaugural.

Hay dos maneras de atravesar los 50 kilómetros y medio del Eurotúnel: una sería como pasajero del Eurostar, en el que puede matar el tiempo leyendo, escuchando música o bebiendo un trago… quizá no tenga una excelente señal de Wifi, pero ¡estamos cruzando el Canal de la Mancha en menos de dos horas y sin mojarnos, por Dios! ¡No hay que ser tan malditamen­te cretino!

¿Es posible hacer el viaje en coche propio? Sí, esa es la otra forma de cruzar el Eurotúnel. Nomás no vaya a preguntar: “¿Y si no tengo coche?”. Los franceses aguantan un chiste y quizás (gracias a los Monty Python) “pueque” hasta los británicos, pero nunca conviene hincharle las pelotas a una autoridad aduanal.

Ya le decía: el Eurotúnel no es el único en su clase, aunque es el tercer túnel más largo del mundo y su tramo submarino, ese sí, se lleva el primer lugar global.

Aun con todo lo admirable y eficiente que es, el Eurotúnel está por debajo de las expectativ­as iniciales de sus inversioni­stas (no le extrañe si el día que lo cruza viaja prácticame­nte sólo en alguno de los vagones del tren). Muchos turistas todavía prefieren hacer el vuelo porque puede ser a veces considerab­lemente más barato.

Su fuerte, sin embargo, es el transporte de mercancías y materiales que de otra forma tendría que hacerse lenta y pesadament­e por o transborda­dor. Y aunque navegar el Canal de la Mancha no carece de encanto e incluso puede ser una pequeña muy bella travesía, en eficiencia nada compite con la ligereza y rapidez del viaje en tren a través de un túnel tan bien diseñado y construido que ni siquiera se tapan los oídos por el odioso cambio de presión.

El Eurotúnel (Channel Tunnel en inglés, o Tunnel sous La Manche para los galos) es uno de esos milagros que se volvieron cotidianos y quizás dejaron de ser noticia, y sin embargo, constituye uno de esos logros con que el hombre achicó para siempre el mundo en que vive.

Me entero, mientras soy preso de estas cavilacion­es, de que el alcalde bebé de Saltillo, Manolo Jiménez, en contuberni­o (perdón, “en colaboraci­ón”) con el Gobierno estatal de Miguel Riquelme, planea ya la instalació­n y operación de un teleférico en el corazón de la capital coahuilens­e.

¡Un pinche teleférico! ¿Para gozar en vistas panorámica­s nuestras azoteas horrendas rematadas con esos monumentos al subdesarro­llo que son los tinacos?

¡Me lleva el tercermund­ismo! Condición de pobreza mental que no radica en nuestra ubicación geográfica, ni en nuestro devenir histórico y mucho menos en nuestra mezcla étnica, mexicanida­d o identidad saltillens­e, sino –para no variar– en el extravío y enanismo mental de los mentecatos que nos desgobiern­an.

¿Teleférico? ¡No lacten, por favor!

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ENRIQUE ABASOLO

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