Vanguardia

Suponer, luego desilusion­arse

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“Vamos a hablar hoy de esa partecita que tienen las mujeres y que las mete en tantos problemas”. Así dijo en su clase el profesor de Anatomía. Las alumnas se inquietaro­n; los alumnos aumentaron su atención. Y precisó el maestro: “Me refiero, claro, a la lengua”… Don Gerontino, señor de 80 años, le comentó a su mujer, doña Pasita: “Creo que Diosito se equivocó en algo”. Ella se sorprendió. “¿Por qué dices semejante cosa?”. Manifestó don Gerontino: “Nos hace tener bebés cuando somos jóvenes. Deberíamos tenerlos a nuestra edad, cuando de cualquier modo tenemos que levantarno­s tres o cuatro veces durante la noche”… En el zoológico el guía les habló a las señoras acerca del avestruz. Les informó: “No ve casi nada, y se traga todo”. “¡Mira! –exclamó divertida una de ellas. ¡Exactament­e igual que mi marido!”… Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la ciudad a consultar a un médico, pues con frecuencia tenía calenturas (de las malas). A su regreso le contó a su mujer: “El doctor me recetó unas cosas que se llaman supositori­os. Le pregunté donde debía ponérmelos. Y yo creo que la pregunta le molestó bastante, a juzgar por la forma en que me contestó”. Pues bien: las suposicion­es deberían ponerse en el mismo lugar que los supositori­os. Ejercicio riesgoso es el de suponer, pues a la suposición sigue casi siempre la desilusión. “Supongo, Afrodisio, que después de haberte entregado mi virginidad nos casaremos”. “Por supuesto que sí, Lilibel. Claro, a su tiempo, y cada uno por su lado”. Los mexicanos supusimos que las candidatur­as independie­ntes traerían consigo un viento de renovación en la política. Toda clase de vientos trajeron, menos el del cambio. Supusimos también que los candidatos independie­ntes serían la respuesta ciudadana a los vicios de la partidocra­cia que padecemos: el engaño y la simulación; las corruptela­s; el desprecio por la ley y las institucio­nes. Y he aquí que para allegarse votos algunos de esos candidatos pusieron en ejercicio las mismas malas mañas que los partidos usan para allegarse votos. El ejemplo más claro de eso tan turbio lo aportó Jaime Rodríguez, “El Bronco”, que como supuesto precandida­to independie­nte resultó ser el mismo fiasco que ha resultado ser como gobernador de Nuevo León. Lo sucedido es una pena, pues viene a fortalecer el sistema de partidos y a deslustrar la idea de candidatur­as ciudadanas auténticas y viables. Supongamos que… No, mejor no supongamos nada… Un gatito de unos cuantos meses de nacido estaba en la puerta de su casa. Vio pasar por la calle a un gato grande, y a otro, y a otro. Todos iban en la misma dirección. A ésos siguieron tres o cuatro más. El gatito le preguntó a uno de ellos: “¿A dónde van?”. Respondió el gato: “A fornicar”. Al gatito eso de “fornicar” le sonó muy interesant­e, de modo que se sumó a los gatos y fue también tras ellos. No sabía lo que pasaba. Lo que pasaba era que una gata del barrio había entrado en celo, y trepada en un árbol era objeto del asedio de los inflamados morrongos, que daban vueltas y vueltas en torno del árbol esperando a ver por cuál de ellos se decidía la gata, si por el blanco, el gris, el negro, el rubio, el manchado, el leonado, el atigrado, el rayado o el mosqueado. El gatito se puso igualmente a dar vueltas alrededor del árbol con los otros, por más que ni siquiera vio a la gata, ni por su poca edad podía percibir los aromas que la micha despedía para atraer a sus galanes y con uno de ellos perpetuar la vida. Así, sin entender lo que pasaba se cansó de dar tantas vueltas y dijo finalmente: “No, esto de fornicar es muy aburrido. Daré una fornicada más y me regresaré a mi casa”… FIN.

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