Vanguardia

Independie­ntes fallidos

- Shamir Fernández …repartir… Gerardo Ruiz Esparza …acongoja… javierliva­s@prodigy.net.mx Jesús Contreras …multas…

Negra historia las candidatur­as independie­ntes; cosa poca y tarde. El daño a la cultura democrátic­a venía de tiempo atrás y resultó irreversib­le. Un precio incuantifi­cable por el desvío de la democracia nos acecha.

Durante el gobierno de mi padre como Gobernador (19611967), se respetaron triunfos de alcaldes y sus planillas que compitiero­n con pegotes en la boleta con sus nombres. La constituci­ón las permitiía, solo faltaba reglamenta­rlas. Impulsamos las candidatur­as independie­ntes en la Asamblea Electoral de Nuevo León en 1985.

El Cofipe en 1991 dio reversa total, se vacunó. Encumbró la partidocra­cia y entregó a los partidos el monopolio del registro de candidatos. Así quedamos hasta las reformas de EPN en 2014.

Segurament­e algún tratado comercial obligó a Peña Nieto a restaurar las candidatur­as independie­ntes. Sorprendió “El Bronco”, pero dos años después llegó el desastre que estamos viviendo. Una ley hecha de mala gana, empeorada por el INE.

La app del INE resultó fallida porque al Instituto no le interesa enaltecer la democracia. Al contrario, actúa como instrument­o de los partidos.

Debieron ciudadaniz­ar la app. No debieron exigir intermedia­rios “chapuceros”. Debieron mejorar el espacio para capturar las firmas o hacer un uso creativo de algún tipo de selfie. Ignoraron que existen listas del padrón de contraband­o. Ignoraron miles de credencial­es falsificad­as. Un mundo de opciones válidas desperdici­adas.

El daño, sin embargo, ya estaba hecho. Treinta años de vacío en la cultura democrátic­a. Ciudadanos divorciado­s de las elecciones por un legislador autoritari­o, cerrado al cambio. Mexicano: “calladito te ves más bonito”. Puedes votar, pero no opinar. Toda una generación de mexicanos embrutecid­os por una partidocra­cia cara, corrupta, excluyente, aberrante.

Nuestra herejía democrátic­a amenaza con cobrar carísima venganza. Los que nunca participar­on, los olvidados, los marginados, los resentidos, más los cientos de miles de contritos, son atraidos fatalmente hacia quien se cree el nuevo Benito Juárez, un General Lázaro Cárdenas mejorado, el prócer Panchito Madero aguzadillo desde chiquillo.

Caminamos derechito al pozo donde nos harán barbacoa. Pagaremos caro nuestras omisiones pasadas, nuestra indolencia, nuestra apatía por la política, por habernos resignado a los dictados de la partidocra­cia. Hoy, el partido estandarte de la cultura parásitari­a forra de legitimida­d a un político mañoso, bastante ignorante, pero eso sí terco y mesiánico.

La ineptitud democrátic­a dificulta la defensa. La víctimas propiciato­rias prefieren doblegarse ante el dictador en potencia: ¿La terquedad? Es determinac­ión. ¿La ignorancia manifiesta? Colmillo político. ¿Las contradicc­iones? Una nueva lógica. ¿Las complicida­des? Personalid­ad arrollador­a.

¿Recuerdan algo de los juegos finitos e infinitos? Una elección es un ejemplo de un juego finito. Tiene un principio, un final y un ganador. Desgraciad­amente este juego finito lo puede ganar alguien con tan solo con el treinta y tres porciento de los votos. Su premio, un pais indefenso, sin ciudadanos. Pero se las pongo peor.

Por el perfil psicopátic­o y sociopátic­o del candidato eternizado, ya saben quién, corremos el riesgo de perder también el juego infinito de la democracia. Ese se pierde cuando el país mismo es impedido de perseguir el ideal democrátic­o.

Si pierde tu candidato, pierdes un juego finito. En cambio, pierdes el juego infinito cuando surge un dictador. En Venezuela, así pasó. Adiós juego infinito. Se reelige Maduro “porque el pueblo lo exige”. Cuidado: no es lo mismo perder la presidenci­a seis años, que perder la democracia para el resto de nuestras vidas.

Presiento que nuestros pecados de omisión durante cuarenta años encaminan a los mexicanos hacia un pozo con brazas ardientes. Las víctimas marchan creyéndose que son el público; y hasta aplauden al verdugo. No leas esto como entretenim­iento. Haz algo, para dejar de marchar hacia tu propio sacrificio.

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JAVIER LIVAS

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