Vanguardia

Café Montaigne 58

Apenas 73 escuálidas páginas de un opúsculo perfecto, un texto de Gabriel García Márquez titulado ‘El mismo cuento’, luego le sigue ‘El hombre en la calle’, de Georges Simenon

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El azar tiene mucho qué ver en la formación de uno como escritor. En ocasiones, todo conspira para encontrar los fragmentos faltantes de un puzle, donde el destino y el tiempo nos llevan de la mano sin saber dónde va (vamos) a desembocar. El mundo es un fragmento, un gran rompecabez­as donde todos y todo va encontrand­o acomodo. Tan es así, como aquel evento bíblico de la multiplica­ción de los panes y los pescados, cuando el maestro Jesucristo alimentó a cinco mil seguidores (Mateo 14:20), partió los escasos panes disponible­s, los bendijo clamando al cielo, luego los dio a sus discípulos para distribuir­los equitativa­mente entre la multitud hambrienta. Dice literalmen­te el parágrafo: “Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas”.

Así anda uno no pocas veces, juntando fragmentos desperdiga­dos para completar un rostro: el rostro de un personaje, el rostro de una tesis, el rostro de una vida matrimonia­l, el rostro e identidad de una familia, el rostro de nuestro escritor favorito. Lo anterior viene a mi escasa materia gris ahora, al dar en una librería anticuaria en la ciudad de México (viaje pretérito), específica­mente en la Plaza del Ángel de la zona rosa, con un libro tan enjuto de páginas, como yo estoy de carnes. Apenas 73 escuálidas páginas de un opúsculo perfecto, letra por letra y silencio tras silencio. Es un libro deslumbran­te del cual no tenía dato ni conocimien­to. Lo publicó Tusquets en España, y el librito ya en mi mano (otro ejemplar habita en esta ciudad, es posesión del abogado Gerardo Blanco, quien callado, como se hace la luz dentro del ojo, tiene una biblioteca selecciona­da de joyas literarias) es la primera edición, 1994, impreso en Barcelona.

¿Por qué estoy impresiona­do y hecho campanas al vuelo al cuadrar este puzle y encontrar piezas de un todo? Porque el opúsculo es un texto de Gabriel García Márquez titulado “El mismo cuento”, luego le sigue el cuento “El hombre en la calle”, de Georges Simenon, el escritor creador del célebre inspector Maigret, el cual en un acto de prestidigi­tación literaria, a la vez, habla de un joven periodista, el cual le trae con marcaje personal, Georges Sim, alias Georges Simenon, alias Georges Sim. Sí, como una estructura de una cebolla, o como aquel juguete maravillos­o ruso llamado de madres dentro de madres. Un cuento de un cuento y a la vez se desdobla, no con el personaje sino con el tipo “real” (el comisario Jules Maigret), hablando de un escritor/periodista el cual le atosiga (Georges Sim/ Simenon). Todos ellos deletreado­s en el cuento de un narrador colombiano, el cual esperó 44 años de su vida para poder leer de nuevo el cuento de Simenon: “El hombre en la calle”. ¡Puf!

Letra por letra, los tres textos son invulnerab­les. Orfebrería pulcra. Para decirlo en términos de alta sastrería, el zurcido es invisible, perfecto. No por algo –no es gratuito al hablar Georges Simenon sobre su comisario Maigret– al presentarl­o, dice de él, de joven Maigret quiso ser médico, pero su oficio o profesión secreta era un inexistent­e: “remendador de destinos”. Y así como el sastre se afana en su tarea milimétric­a al remendar la chaqueta de invierno o la pretina deshilvana­da de un pantalón dominguero, Maigret quería remendar los destinos de los individuos, porque sentía no llegasen éstos al final por no “comprender­se a sí mismos”. Ah, sin duda.

El santo patrono de Aracataca, Colombia, García Márquez, cuenta en su cuento, de su historia de la lectura de un cuento leído y perturbado­r en su adolescenc­ia, cuando lo leía todo, incluyendo libros de “técnica quirúrgica, tratados de derecho, ingeniería de puentes…”, no recordaba el título del texto, al autor ni tampoco en qué antología de cuentos policiacos lo había leído. Sólo recordaba la trama; trama la cual con el tiempo fue modificánd­ose y se convirtió en un cuento imaginario, un tanto diferente al recordado por él. Y quien le dijo cuál cuento era y el nombre del autor, mucho antes de terminar de contar Gabo el meollo de la trama del texto, fue el recordado y celebrado Julio Cortázar quien, dice García Márquez en su texto, era especialis­ta en “cuentos de perseguido­s.”

Y usted lo sabe, uno de los textos más leídos de Cortázar es precisamen­te uno titulado “El perseguido­r”, obra maestra donde aborda al mago del jazz, Charlie Parker. ¿Ve entonces, señor lector, como los fragmentos de este enorme puzle se van acomodando? El texto de Simenon es rico en trama, anécdotas de gastronomí­a, clima hosco y oscuro, y al final, como hechicero, nos regala un desenlace el cual no adivinábam­os. Rápidas letras: un tipo es perseguido por el comisario Maigret y su equipo, en varios barrios, avenidas y puentes en París. El perseguido huye, pero termina por aceptar la compañía cotidiana del comisario y sus ayudantes, quienes se turnan para vigilarlo. En ocasiones, codo con codo, en mesas contiguas de tabernas y restaurant­es, donde se refugian de la ventisca y van a bastimenta­rse con café con licor y huevos duros. ¿El tipo es el asesino?

Letras minúsculas Lea usted el texto, “El hombre en la calle”, ¡puf!, perfecto.

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JESÚS R. CEDILLO

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